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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
7 12 2015
De mi tiempo y de siempre (libro de cuentos) de Jorge Coz

¿Cuál será su facebook? (cuento)

       Era un buen día el 26 de diciembre. Caminaba por las calles del centro de la ciudad a las tres de la tarde. El cielo estaba gris por numerosas nubes que no daban lluvia, no había ni frío ni calor. Fui al banco para depositarle al proveedor de mi jefe. Había siete cajas y siete cajeros atendiéndolas. —Increíble —pensé—, por primera vez, en mis diecinueve años de vida atestiguaba tal extraordinaria coincidencia. En la fila sólo tenía un pensamiento: que me atendiera la cajera más guapa. Era la primera vez que me mandaban a ese banco y vaya que tenía cajeras atractivas. Y qué bien, así fue. Ella me atendió. Me acerqué al cristal que separaba nuestros cuerpos y le saludé con una sonrisa en la cara:
—Buenas tardes. Haré un depósito, por favor. —Había un micrófono o algo parecido a una bocina pegada al cristal, pero no estaba funcionando.
—Está liado —dijo la cajera, con una sonrisa formada entre labios rojos y dientes blancos uniformes.
Le sonreía, me sonreía. Nuestros dedos se encontraban entre esa tina de acero donde va el dinero y más le sonreía, como menso.
       De pronto entraron tres hombres con máscaras de payasos, vaya que eran faltos de originalidad, ¡Mira que robarle la idea al Guasón de Batman!, ¡ja, ja! ¡ja! Pasó lo típico: le dispararon al cristal que protege a los cajeros. No funcionó, optaron por la pistola de gel, la dispararon y después pegaron una mini bomba que destruyó parte del cristal. El payaso líder le dio un costal a otra cajera y le dijo: —¡Si os daros prisa, no sufriréis!
Inmediatamente un payaso peón gritó: —Apuraos, no tardará nada la policía”.
       La cajera que estaba a cuatro sillas de mi amada comenzó a llenar el costal de los asaltantes. Nos dijeron que nos tiremos al suelo. Le quitaron el dinero y las alhajas a algunos, a otro hombre ya mayor, de la fila de discapacitados, le quitaron las muletas de caoba o de alguna madera valiosa. No sé si era madera o algún otro material, no me preocupó tal detalle en ese momento porque pensaba más en mi amada cajera. Yo no tenía nada más que una playera blanca de cuello V, un short costoso y azul, y mis sandalias, así que sólo me quitaron el celular. Se incorporó el típico tonto que quiso ser el héroe y terminó con una bala en el abdomen.
       Todos estábamos muertos de miedo encima de los cristales porque teníamos a un hombre agonizando y un discapacitado sin sus muletas y no queríamos ser los siguientes. Terminó la cajera de llenar el costal, el payaso jefe se quitó la máscara, ella le vio a los ojos, él también la miró a los ojos y le disparó en la boca, le destrozó la mandíbula. En el banco sólo escuchábamos los que eran intentos de gemidos y lamentos ahogados en sangre. El peón sorprendido miró a su jefe por lo que acababa de hacer. El jefe volvió la mirada hacia todos los que estábamos en el suelo, apuntó al discapacitado, le disparó en la pierna y el pecho, continuó con una señora gorda, miró a la fila de cajeros y mató a otro. Muchos comenzamos a llorar entendiendo que cualquiera podría ser el siguiente. Sacó otra pistola y comenzó a disparar al azar, hirió a muchos y mató a otros pocos. Las sirenas comenzaron a escucharse, el jefe aventó el costal a sus peones y éstos salieron corriendo del banco. Después se acercó a mí, se puso en cuclillas y dijo:
—Están muy guay tus shorts, ¿son los de Smithker (1)?
—Sí —contesté tímidamente.
—No eres de aquí, ¿de dónde sois?
—Soy mexicano —he de admitir que derramé dos o tres gotas de orín en ese momento.
—Me gusta México y su gente. He estado en Cancún, vosotros sois muy amables. Tenéis un gran país.
—Gracias.
—Por cierto, ya va a terminar la carrera de Smithker, tiene treinta y cuatro años, hace tres que no ha ganado un torneo grande. Creo que el coreano será el nuevo número uno en el ranking —dijo el matón, ladrón y aficionado al tenis.
       Se paró, sacó una pistola de su cintura, quitó el seguro, se agachó, me la dio y me pidió que le disparara en la cara. Cerró los ojos. No le quería matar, el hombre sabía de tenis, no me había matado, y tampoco a mi cajera. En ese momento vi que el gafete de mi novia se le había desprendido de la blusa y había caído de mi lado, vi sus tres nombres y sus dos apellidos: Marina Alejandra de Fátima Ramos Casilda. Los memoricé porque ya no tenía mi celular para anotarlos. La buscaría en Facebook antes de regresar a México.

 

 

 

(1) Smithker: Importante tenista eslovaco, número tres del mundo en ese momento.

acerca del autor
Jorge

Jorge Coz, Mérida, México. Melómano, serio, ridículo, confiable, protestante, pulcro, incongruente, emocional, sincero, imprudente, cursi, amargado, miedoso, explosivo, cinéfilo, reservado, observador de la vida y del comportamiento humano. Profesor de Inglés por la Escuela Normal Superior de Yucatán y estudiante en la Escuela de Escritores de Yucatán. Escribe poemas y cuentos.