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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
1 3 2016
Y todos éramos actores, un siglo de luz y sombra de Gustavo Gac-Artigas

La obra abre con una invocación del héroe a los dioses para que lo guíen por las espirales de vida y de muerte en las que se desenvolverá su vida: “¡Oh dioses, tened piedad de mí, dadme la fuerza necesaria para inmolarme y renacer en la palabra!”; invocación a su vez invitación para que, mortales, lo acompañemos en su periplo: “En la espiral de la muerte, baja a morir conmigo, hermano/ En la espiral de la vida, sube a renacer conmigo, hermano/ Y al pisar el último escalón, desaparece junto a mí, hermano”.
Está dividida en siete capítulos y veintiocho cantos cada uno con un título que resume las andanzas que marcan el eterno viajar que define la vida del héroe. En los tres primeros capítulos asistimos a su formación: sus incipientes pasos en el teatro actuando en gallineros en su lejano Chile y su contacto con la Europa de mayo del sesenta y ocho y la Latinoamérica del sesenta y nueve y comienzos de los setenta cuando el personaje, al mismo tiempo actor, testigo y víctima levanta sus primeras banderas y enfrenta prisión y tortura en manos de los militares.
En los cuatro capítulos siguientes acompañamos su peregrinar por el exilio en Francia, de París hasta perderse con su grupo por los caminos de Epidauro y reaparecer en las ruinas de un viejo teatro romano en Djendouba, seguido de su fallido intento de regreso al reencuentro con sus raíces. Fallido intento que lo lleva a recorrer una vez más su continente desde Buenos Aires hasta Santa Marta en un camión de 36 toneladas con todo su teatro a cuestas y un auto dorado en el que viajaban sus actores en busca de un lugar donde crear hasta poder regresar definitivamente a su país. Recorrido que termina con una nueva travesía por las grandes aguas, a la vez turbulentas y salvadoras, de vuelta a un segundo exilio: “El barco me alejaba del continente, nuevamente la soledad disfrazada de inmensidad”.
En el segundo recorrido de 11.905,42 kilómetros por la cordillera de los Andes atravesando los mismos países de su juventud se da cuenta de que algo había cambiado en su continente: …“fue la ambición de los de los vagones de primera, de los hombrecitos grises la que hizo que ya no se trabajara para el Inca y el bienestar del pueblo, sino para saciar el apetito de riquezas y poder de aquellos que habían estado y perdido el poder, de aquellos que aspiraban al poder, de aquellos a los que la corrupción se les había pegado en la piel como la hiedra en el muro. ¡Ay, sí, sí, sí!”
Hombre de teatro, Gac-Artigas nos entrega igualmente en su novela una profunda reflexión sobre el quehacer teatral y su entretejido social. “Nada hay más hermoso para un actor que el morir para renacer, que el alcanzar el último peldaño de sus escalinatas para ofrecerse en sacrificio voluntario. Nada hay más terrible para un actor que el que lo asesinen en su camino hacia el sacrificio, que lo cerquen para llevarlo a la obediencia ciega. Nada hay más hermoso para un actor que el que le arranquen los ojos para que pueda ver tras los decorados de cartón piedra los senderos que le permiten salir de los entremuros y romper el cerco”.
A través de la obra, el narrador, a veces en diálogo consigo mismo, a veces en diálogo involuntario con su compañero de viaje, el enorme camión blanco, especie de Sancho o alter ego que lo trae de vuelta a la realidad, desafía al lector a reexaminar la historia. Actor y testigo, nuestro héroe descubre lo que se esconde detrás de los decorados de cartón piedra, detrás de los cerrojos de las cárceles de las dictaduras o de las prisiones ideológicas de quienes no aceptan la crítica, y sin emitir juicio, lo revela al lector para llevarlo a la reflexión:
?Por ello terminó, cada vez que abría la boca, sentado en el cajón con vidrios mientras, con el rostro grave, sus jueces le pedían, unos que se hiciera una autocrítica, otros que entregara nombres de compañeros.
¡Cuán cerca se encontraban los unos de los otros!
A decir verdad, según cuentan, cuando están en el poder se diferencian solamente en el color del uniforme o la camisa; en ambos la necesidad de preservar el poder, de autogenerarse, de destruir al enemigo es la misma. Con mayor o menor uniformidad marchan al mismo paso.
Lo sé, no se puede comparar, en uno de los casos uno tiene la posibilidad de ser el verdugo, sin darse cuenta, de a poco, al pasar haciendo equilibrios en el tren en marcha, de un vagón de tercera a uno de primera.
En el otro se será siempre el verdugado.
Si se tiene suerte, en ambos casos será la víctima.
Y en el momento de cerrar las rejas, los dos uniformes pasan a ser verde olivo.
La novela es también una historia de amor humano y sobrehumano, de nuestro héroe por su continente, por el teatro, por La Bella entre las bellas, de su acompañante, el recio camión y su Dulcinea, una frágil carroza dorada, y como los grandes amores, toma de la comedia italiana y de la tragedia griega, juega con el silencio de Monsieur Bip para hacernos sonreír y reflexionar, con el humor incisivo y la picardía de Chaplin para desnudar al poderoso, con el distanciamiento de Brecht para mostrar la otra cara de los personajes y entregarle al lector los elementos para que decida sobre el rol que a él le tocó representar “por lo que en esta historia no hay espectadores, solamente actores”.
La estructura en cantos, el héroe épico y la confluencia de una prosa ágil e ingeniosa con momentos de extraordinaria poesía nos hacen leer Y todos éramos actores como un poema épico. El autor muestra un perfecto manejo del claroscuro del lenguaje y de la escena, del silencio, la pausa y el ritmo para lograr que el lector absorba la belleza, el sueño, el dolor, la sorpresa y el horror que conforman las hedores y los aromas de un siglo por demás complejo:
¿En qué curva tomé el camino a la barbarie?
¿En qué momento quedé aprisionado por andar pasando de la oscuridad a la luz para volver a esconderme en la oscuridad?
¿En qué momento las banderas rojas perdieron su color y su sentido?
¿En qué momento la máscara apuntó hacia mi interior dejando mi rostro al descubierto?
¿En qué momento actor y espectador se fundieron en uno?
¿En qué momento mis espirales se entrechocaron y una modificó a la otra y su destino?
¿En qué momento, mi querido Wang, descubriste que no éramos dioses?
Y todos éramos actores es la cuarta novela publicada por Gac-Artigas y es interesante notar que la misma profundiza en el estilo que tanto Severo Sarduy como Edith Grossman encontraron en sus dos primeras novelas. De Era el tiempo de soñar con los pajaritos preñados (1992) dijo Sarduy: “escritura imaginativa, de extrema teatralidad y de ficción (basada en hechos históricos a veces reconocibles) que hacen del texto uno alógeno, personal y único”. De Y la tierra era redonda (1993): dijo Edith Grossman: “me impresionó mucho el juego temporal, la interpenetración de lo histórico, lo mitológico y lo surreal. Un libro difícil, pero valioso, más parecido a un poema épico que a una novela”.
Sin duda el texto lírico y los diferentes niveles de lectura que podemos encontrar al interior de este maravilloso viaje al interior del continente americano, al interior del teatro, al interior de la mente de este actor y testigo que atraviesa el siglo que le tocó vivir atrapan al lector en el deseo de adentrarse en la historia para ir descubriendo, junto al protagonista, la bestialidad y la hermosura de un siglo que no nos puede dejar impasibles.
La constante aparición de imágenes de trenes, rieles, caminos y espirales, la de vida y la de muerte, nos llevan a preguntarnos junto a nuestro héroe si en algún momento de nuestras vidas tomamos la curva equivocada, y a aceptar su desafío a que reflexionemos sobre rol que a cada uno nos tocó representar en este siglo de luz y sombra en el que todos éramos actores.

acerca del autor
Gustavo

Gustavo Gac-Artigas: escritor, dramaturgo, actor y director de teatro chileno. Tras el golpe de Estado de 1973, vivió como refugiado político en Francia (1973-1985) donde recreó su grupo, Théâtre de la Résistance-Chili con el cual participó en festivales internacionales de teatro, entre ellos los de Aviñón y Nancy (Francia). En 1986, luego de un intento fallido de regreso a su país, obtuvo asilo en Holanda. Desde 1991 reside en EE. UU. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Como novelista ha publicado: “Y todos éramos actores, un siglo de luz y sombra” (2016), finalista del premio ILBA 2018 de mejor libro de ficción traducido del español al inglés, “Tiempo de soñar” (1992, 2016), “¡E il orbo era rondo!” (1993, 2016) y “El solar de Ado” (2003, 2016. Su poesía fue publicada en diversas revistas literarias académicas de EE. UU y España. Escribe regularmente artículos de opinión para la agencia Efe y Le Monde Diplomatique, edición chilena y otras publicaciones.