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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
1 10 2016
Episodio de Horacio Quiroga

1) Tuve un amigo cuyo recuerdo, cada vez que este episodio de mi vida sube a la memoria pone en mis nervios un largo escalofrío de miedo y espanto. Nunca he podido borrarle; en las noches de duelo, sobre todo, cuando un ruido silencioso nos despierta con sobresalto, y una indefinible angustia nos contrae la garganta en la terrible seguridad de que alguien se desliza por el cuarto  sin que sintamos cuando está al lado nuestro, viene ese hecho a erizar mis cabellos, a pesar de que hace mucho tiempo que acaeció.
2) Un año entero tuve amistad con él; y las extrañas circunstancias que acompañaron a nuestras relaciones podrán tal vez no ser creídas; pero esos súbitos espantos, esos hilarantes cambios de pesadilla en los que una carcajada tiene el timbre del más alto erizamiento interior y la encogida fijeza de una mirada puede torcer horriblemente nuestro cuerpo, son indiscutibles, tan indiscutibles, que durante doce meses mi carne tuvo el frío esponjado y contráctil de una larva presta a transformarse.
3) Era pequeño y desmesuradamente flaco. Sus manos largas, muy largas, tenían un afilamiento de zarpa suave y silenciosa que llevaba siempre replegadas, casi ocultas  por las mangas del saco. Siempre creí que si aquellas manos se posaban sobre mi cuello, me helarían poco a poco en un lento sudor de asfixia.
4) Nuestros comunes paseos nos unieron en una intimidad completamente objetiva. Nada sabía de su pasado ni de la estructura de su modo de ser: gustábamos de estar juntos, simplemente; y sin conocer uno y otro lo que había más allá de una muda contemplación, íbamos, cuando las mojadas tardes de invierno tiritaban en los campos helados, a detenernos absortos ante los paisaje doblegados.
5) Sentía a su lado la influencia de una lenta depresión que no podía explicarme. Nada de anormal tenían sus palabras; hablaba en voz baja con dificultad, como si allá en el fondo, detrás de su garganta, tratara de contener el apresuramiento de una transformación que va a gritar. Por lo demás, se expresaba bien, demasiado bien. Su risa, solamente, era extraña, lívida, angustiada, llena de estertores y dislocamientos; parecía un sollozo que el dolor convirtiera en carcajada, seca y convulsiva en su revuelta expresión de estrangulado. Y lo más lúgubre de aquella risa era que concluía de pronto, cortada de golpe por un súbito horror impreso en su rostro, de repente, horriblemente lívido, todo deshecho en una convulsión de sorpresa aterrorizada, en el cual los ojos tenían la fijeza de una pesadilla abierta y delirante, pronta a abalanzarse sobre nosotros.
6) Muchas veces traté de explicarme esa gutural descomposición de su rostro. Cuando se lo preguntaba, nada respondía: me miraba en silencio, aproximándose a mí cada vez más cerca, hasta que lanzaba un grito encogiendo los brazos: mi expresión, fatalmente, tomaba las mismas formas que la suya, ejecutando sus movimientos, riéndome, agachándome sin apartar mis ojos de los suyos, transformándose lentamente bajo su mirada en una deslizante forma de subterráneo y horror.
7) Una noche, dormía tranquilamente en mi cama, cuando me desperté sobresaltado: me llamaban. No era despacio, ni a gritos, ni con cariño ni con odio, era una voz como vomitada, una sensación de chirrido, de estrangulamiento que no sentía por los oídos sino por la carne. Me incorporé erizado y temblando y permanecí conteniendo el aliento mirando a todos lados en la oscuridad. No soñaba; tenía la seguridad de que estaba despierto, bien despierto: una forma fría y viscosa subía lentamente por la cama, por mis piernas, en un odioso contacto de larva crepuscular completamente adherida a mi cuerpo: lancé un grito de horror y me retorcí violentamente arrojando lejos en un salto delirante el animal o tumor que trepaba por mi piel. Sentí un grito de cuerpo que rebotaba en las paredes y prendí un fósforo que iluminó lívidamente el aposento: en un rincón estaba mi amigo, apelotonado, amarillo, arrimado como un animal aterrorizado, mirándome y riéndose…
8) Me despertaron al otro día –a las once- admirados de que a esa hora no hubiera salido de mi cuarto. Me levanté lentamente: estaba horrible. Rehíce mis recuerdos y fui a casa de mi amigo: estaba solo. Tenía un detalle en el que no me había fijado nunca: su pescuezo era largo, tan largo que su cabeza se movía a todos lados, la doblaba, la bajaba, la escondía como un reptil. Me paré delante de él y le pregunté bruscamente:
—¿Cómo pasó la noche?
—Bien – me contestó. ¿Por qué?
—¿No ha salido anoche de su casa?
—Sí, salí.
Comenzaba a hervir en cólera con sus respuestas.
—¿Y a dónde fue?
—A ver un amigo muerto.
—¡A ver un amigo muerto!... repetí lentamente. Y empecé a reírme mirándole y él me miraba y se reía sin quitarme la vista, y cada vez nos reíamos más fuerte, más fuerte, más fuerte, y sus uñas se ponían lívidas, y sus cabellos se erizaban y mis cabellos se erizaban, y su cuerpo se alargaba poco a poco y mi cuerpo se alargaba poco a poco, y vi que se arrastraba sigilosamente por los rincones y sentí que me arrastraba torpemente por los rincones y la noche comenzó a entrar en el escritorio ya oscurecido, en el que nos replegábamos y nos extendíamos, aullando, mojando las paredes, babeando todo el piso por el que nos arrastrábamos entremezclados llenos de contracturas y alargamientos, y cada vez era él más horrible y cada vez era yo más deforme, y todo lo que él hacía yo también hacía, y trepó por la pared hasta los tirantes y trepé por la pared hasta un tirante, y quedamos mirándonos, prendidos, delirantes, incrustados en la madera como dos enormes gusanos negros, encogidos y mirándonos…

Salto, enero 20 de 1900.

Este texto se encuentra editado en “Antología de poetas modernistas menores" (página 127), Prólogo de Arturo Sergio Visca, Vol. 139, “Biblioteca Artigas”, Montevideo 1971.

 

acerca del autor
Federico

Federico Rivero Scarani, Montevideo (Uruguay), 1969. Docente de Literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas. Colaboró en diversos medios de Uruguay. Publicó un ensayo sobre el poeta uruguayo Julio Inverso (“El lado gótico de la poesía de Julio Inverso”) editado por los Anales de la Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid. Colaborador de diversas revistas de Portugal, de la Argentina y de Norteamérica. Participó en antologías de poetas uruguayos y colombianos (“El amplio jardín”, 2011) y Poetas uruguayos y cubanos (“El manto de mi virtud”). Mención honorífica por el trabajo “Un estudio estilístico de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca”, 2014, Organizado por el Instituto de Estudios Iberoamericano de Andalusíes y la Universidad de La Plata (Argentina). Fue docente de la cátedra de “Lenguaje y Comunicación”, en el Instituto de Profesores “Artigas”. Miembro de REMES (Red Mundial de Escritores/as en Español). Obras: “La Lira el Cobre y el Sur” (1993), “Ecos de la Estigia” (1998), “Atmósferas” (Mención Honorífica de la Intendencia Municipal de Montevideo, 1999), participó en el CD “Sala de experimentación y trabajos originales”, Maldonado 2002, “Synteresis perdida”(2005), “Cuentos Completos” 2007, “El agua de las estrellas” (2013), “Desde el Ocaso” (2014) puesto en línea en varias páginas digitales.