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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 12 2016
Señor café y señor ajustes (cuento) de Raymond Carver

He visto ciertas cosas. Iba a donde mi madre para quedarme unas cuantas noches. Pero, una vez, justo cuando llegué al final de la escalera, vi que ella estaba en el sofá besando a un hombre. Era verano. La puerta estaba abierta. La tele estaba prendida. Esa es una de las cosas que he visto.
Mi madre tiene sesenta y cinco. Pertenece a un club de solteros. Aún así, fue difícil. Me detuve con mi mano sobre el barandal y vi cómo el hombre la besaba. Ella también lo estaba besando, y la tele estaba prendida.
Las cosas están mejor ahora. Pero en aquellos días, cuando mi madre se ofrecía a ese hombre, yo estaba desempleado. Mis hijos y mi esposa estaban locos. Ella también salía con un ingeniero aeroespacial sin trabajo que conoció en Alcohólicos Anónimos. Él también estaba loco.
Su nombre era Ross y tenía seis hijos. Caminaba cojeando por un balazo que le dio su primera esposa.
No sé lo que pensábamos en esos días.
La segunda esposa de ese tipo había ido y venido, pero fue su primera la que le disparó por no estar al día en el pago de las pensiones. Espero que esté bien ahora, Ross. ¡Vaya qué nombre! Pero era diferente entonces. En aquellos días yo hablaba sobre armas. Le decía a mi esposa, “Creo que me compraré una Smith y Wesson.” Pero nunca lo hice.
Ross era un tipo pequeño. Pero no tanto. Tenía bigote y siempre usaba un suéter con botones.
Una de sus esposas lo hizo meter a la cárcel una vez. La segunda. Me enteré por mi hija que mi esposa pagó la fianza. A mi hija Melody esto le disgustaba tanto como a mí. Lo de la fianza. No es que Melody estuviera defendiendo mis intereses. No nos estaba cuidando a ninguno de los dos, ni a su madre ni a mí. Es sólo que había un serio problema de dinero y si una parte iba para Ross, habría menos para Melody. Así que Ross estaba en la lista de mi hija. Además, a ella no le agradaban sus hijos y que tuviera tantos. Pero en general Melody decía que Ross no estaba mal.
Él hasta le adivinó su suerte alguna vez.

Ese tipo, Ross, pasaba su tiempo arreglando cosas como no tenía trabajo. Pero yo había visto su casa desde afuera. Era un desastre. Estaba rodeada de basura. Dos Plymouths averiados estaban en su patio.
Cuando empezaron sus relaciones, mi esposa afirmaba que el tipo coleccionaba coches antiguos. Esas fueron sus palabras, “coches antiguos”. Pero sólo eran chatarra.
Yo tenía su número. Señor ajustes.
Pero teníamos cosas en común, Ross y yo, además de la misma mujer. Por ejemplo, él no podía reparar la tele cuando ésta enloquecía y perdíamos la imagen. Yo tampoco la podía arreglar. Teníamos sonido, pero no imagen. Si queríamos saber las noticias, nos sentábamos junto a la pantalla para escuchar.
Ross y Myrna se conocieron cuando Myrna intentaba no beber más. Ella iba a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, según yo, tres o cuatro veces por semana. Yo mismo iba y venía. Pero cuando Myrna conoció a Ross, yo ya no asistía y bebía una botella por día. Myrna frecuentaba las reuniones, y luego iba a la casa del Señor ajustes para cocinarle y limpiar. Sus hijos no la ayudaban. Nadie movía ni una mano en casa del Señor ajustes, excepto mi esposa cuando estaba ahí.

Todo esto ocurrió no hace mucho tiempo, hace unos tres años.
Qué días aquellos.
Dejé a mi madre con el hombre en su sofá y dí unas vueltas por un rato. Cuando llegue a casa, Myrna me ofreció un café.
Fue a la cocina a prepararlo mientras yo esperaba a que abriera el agua. Entonces busqué la botella debajo del cojín.
Creo que tal vez Myrna realmente amaba a ese hombre. Pero él tenía además una relación con otra —una chica de veintidós años llamada Beverly. Al Señor ajustes le iba bien para ser un tipo pequeño que usaba suéter con botones.
Tenía unos treinta años cuando se dejó ir. Perdió su trabajo y empezó a beber. Antes me burlaba de él cuando había oportunidad. Pero ahora ya no me burlo.
Que Dios te bendiga y te guarde, Señor ajustes.
Le dijo a Melody que había trabajado en los lanzamientos a la luna. Le dijo a mi hija que era muy amigo de los astronautas. Le prometió que iba a presentarle a los astronautas en cuanto vinieran al pueblo.
Es una planta moderna la de allá, la del lugar aeroespacial donde el Señor ajustes antes trabajaba. La he visto. Filas de cafeterías, comedores para ejecutivos, cosas de ese tipo. Señores café en todas las oficinas.
Señor café y señor ajustes.
Myrna dijo que él estaba interesado en la astrología, las auras, el I Ching –ya saben. No dudo que este Ross fuera listo e interesante, como la mayoría de nuestros amigos de entonces. Le dije a Myrna que estaba seguro de que ella no se habría interesado en él si no lo fuera.

Mi papá murió mientras dormía, borracho, hace ocho años. Era un viernes a mediodía y él tenía cincuenta y cuatro años. Llegó a casa de su trabajo en el aserradero, sacó unas salchichas del congelador para su desayuno, y abrió un litro de bourbon.
Mi madre estaba ahí en la misma mesa de la cocina. Estaba tratando de escribirle una carta a su hermana de Little Rock. Finalmente, mi papá se levantó y se fue a la cama. Mi madre cuenta que nunca le dijo buenas noches. Pero claro, era de mañana.
“Cariño”, le dije a Myrna la noche que llegué a casa. “Hay que abrazarnos un rato y luego nos haces una buena cena.”
Myrna dijo, “Lávate las manos.”

acerca del autor
Raymond

Raymond Carver nació en Clatskanie, Oregon (EE.UU.), en 1939, un pequeño pueblo lleno de aserraderos ubicado junto al río Columbia. Su padre trabajaba en los aserraderos y era un hombre que le gustaba la pesca y el alcohol. La madre de Carver trabajaba en ocasiones como mesera o como empleada de tienda. En el último párrafo de su cuento, “Señor café y señor ajustes”, describe a los padres de su protagonista que se parecen mucho a los del autor. Carver ha heredado el alcoholismo de su padre. Sus personajes padecen esta adicción. “Señor café y señor ajustes” es un claro ejemplo. En 1977, dejó de beber. Se casó con Tess Gallagher a quien conoció ese mismo año. Gallagher diría que conoció al Carver que tomaba sólo a través de sus cuentos y poemas. Diría, además, que en lugar de morir por esta adicción, Carver eligió la vida.