1.

REFUGIO

Encontré en la poesía
un refugio apacible
y a la vez maldito;
resguardo de la dicha y el enojo,
del amor y la violencia.

Y es que me encontré en la poesía
a mí misma,
arrastrando mis dualidades
de luz y de sombra,
de constante penumbra.

2.

REFLEJOS

En este espejo
percudido de metal y tiempo,
hay una mujer que no duerme.

Y cuando yo duermo,
me habla,
con la lengua cortada
por el silencio.

Me habla,
algo dice pero no entiendo,
se pierden sus palabras
entre los retazos
de una sombra fragmentada.

Y del otro lado,
del otro lado estoy yo,
y está mi pecho,
y mis ojos que me atraviesan.

Y aunque este espejo ya no te nombra,
te nombra todavía el eco en mi memoria
que vibra cuando pretendo no mirarme.

1.

PERTENENCIAS

Tuya es la noche y el silencio de las hojas;
de ti son mis manos y lo que gritan mis ojos.

Tuyos son mis ríos y lo que reverdece en mi pecho;
a ti se dirigen mis caminos y las historias que callan mis pies.

Tuyo es todo aquello  que yo creí poseer
cuando me sentí poderosa habitando en tu cuerpo.

¿y a mí?
a mí no me queda más que
verte caer entre la noche como
estrella que no brilla sobre el agua.

-¡ay, a mí!-
a mí no me queda más que
buscar en la memoria una certeza
de que me quisiste a veces.

2.

NOCHE INSOMNE

Tal vez sería posible conciliar el sueño
si el silencio cesara su estruendo
y se callaran los pájaros en el pecho;
si enmudecieran los pasos de puntitas en el viento
y las piedras no rieran afuera.
Si fuera suficiente respirar el aire frío de la madrugada
(si todo esto fuera suficiente)
aún quedaría la vibración de las horas
que trepan por las paredes de concreto
y sollozan sobre estas hojas blancas.

3.

DIÁLOGO

Háblame del tiempo
y de la ausencia que muere entre tus manos;
te exilias de un brinco,
y sueltas la remota posibilidad de algún recuerdo.

Háblame de tus cadenas,
esas que hoy rompes con las manos enmudecidas
de hambre,
de enojo,
y que eslabón a eslabón expulsas a respiros.

Háblame de lo que no eres,
de tu voz apedreada por el peso de la vida,
amarga, áspera,
espesa –tú dirás injusta-
en la que te escudas para guardarte tras la línea blanca.

Dices no estar lista,
pero no se puede nunca estar del todo listo para el choque,
agua y desierto
tierra y vendaval,
catástrofe amenaza.

Háblame
pero por favor no digas nada,
ni tampoco me escuches,
y mientras tanto se extingue
mi nombre en la estrechez
del espacio vacío entre tus dedos.