Viernes 29 | Marzo de 2024
Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 2 2017
Caín volvería a matarte mañana (fragmento) por Raquel Moran

Abel era el mejor, pero es la pasión de Caín la que se ha perpetuado en  la memoria colectiva. Abel nunca conquistó reinos.
(Extracto de una carta encontrada en una casa particular tras el bombardeo de Dresde en 1945).

Cal had never drunk before, had never needed to. But going to Kate’s had been no relief from pain and his revenge had been no triumph. His memory was all swirling clouds and broken pieces of sound and sight and feeling. What now was true and what was imagined he could not separate. Coming out of Kate’s he had touched his sobbing brother and Aron had cut him down with a fist like a whip.
John Steinbeck, East of Eden

Good times for a change
See, the luck I've had
 Can make a good man turn bad
The Smiths, Please, please, please, let me get me what I want


PRÓLOGO

Llegué a Oviedo una tarde de marzo del año 2007 a desmoronar la bondad de un hombre. Ni él ni yo lo sabíamos por entonces, puesto que ni siquiera nos conocíamos. Nuestro encuentro acaecería unas horas más tarde, al anochecer de aquel mismo martes, cuando su BMW de color granate chocase, tras un viraje a la derecha, al final de la Avenida de Pumarín para incorporarse a General Elorza, con mi cuerpo. Las contusiones, que fueron varias, no revistieron mayor importancia y fui dado de alta en el hospital a los pocos días.
Aquel hombre me esperaba a la salida del hospital, en la recepción, el día en que fui dado de alta por los doctores del centro. Me estrechó la mano durante largo tiempo, observando con curiosidad de profesional la mancha de nacimiento de mi mano derecha. Luego, se ofreció a pagarme un taxi; me miró a la cara, con ojos sorprendidos, cuando me negué a aceptar su dinero y le repliqué que tomaría un autobús.
- Los del seguro han comenzado con las diligencias, pero… - el hombre saca del bolsillo de su bata blanca una cartera de cuero negro, la abre, saca de uno de los compartimentos una tarjeta de visita de color beige y me la tiende- estos son mi dirección y mi teléfono. Para lo que necesite. Buena suerte.
Tomo la tarjeta beige y le doy la espalda al hombre sin decir adiós. El hombre se llama Eduardo Novales y es de una bonhomía impresionante. Es, además, bien parecido, de ojos azules y fino cabello claro, de estatura mediana. Ha sonreído cuando me ha deseado buena suerte, ha querido así enfatizar sus buenas intenciones, y una riada de dientes blancos y bien alineados ha parecido, también, subrayarlas. Me he sentido intolerablemente sucio, gastado, enfermo y mal encarado cuando le he dado la espalda para abandonar el hospital, envuelto en una gabardina gris que ha visto mejores tiempos y mejores afeitados. Soy consciente del mal olor de mi aliento y de mis zapatos de suelas agujereadas.
Cuando cruzo las puertas de salida, arrugo con furia la tarjeta de visita del ginecólogo Eduardo Novales, pero la introduzco con celeridad en uno de los bolsillos de mi gabardina, el que no está descosido.
Tomo el L2 y me apeo en la calle Uría. Durante los veinte minutos que el autobús ha tardado en recorrer  el trayecto desde la parada de las Facultades, en el Cristo, hasta la calle Uría, he decidido trazar un plan para acabar con la belleza de la sonrisa de dientes bien alineados del doctor Eduardo Novales.
Aunque las grietas del muro estaban ahí antes de que yo llegase a estremecer los cimientos de su vida, admito que soy yo quien propinó los primeros golpes con el pico. Yo, Pedro Argüelles, el hombre que llegó a Oviedo una tarde de marzo del año 2007 a morir de la manera más indolora posible y quien, unas horas más tarde, parado en el bordillo de la acera derecha de la calle General Elorza, con el cuerpo aterido de frío y hambriento hasta el tuétano, cerró los ojos y se abalanzó sobre el coche de color granate que conducía el hombre que acabaría un día con su vida.

The good doctor resembles Victor Frankestein before the creature was born. A happy ignorant. Ah, would I have become someone like him had I stayed in Asturias? I ran away, instead, to a country I wrongly suspected better than mine. This is where the creature found me, it killed my wife and my son, it sent me to prison for stabbing a young man, it raped  and tortured me in jail, then it tried to re-educate me into an adulterated version of Victor… but I escaped, I had to escape… I came back to these loved shores I had once left in disgust. Now, I wait, I wait, I wait… When the creature finds me again, where will I be? What other innocents surrounding me will be devoured before it claims its real price?


PRIMERA VUELTA DE TUERCA

Comencé por espiarle. Eduardo vivía en la Avenida de Galicia, cerca de la Plaza de América. Había una cafetería de aspecto elegante en la acera de enfrente, desde la que se podían ver con claridad las idas y venidas de los inquilinos del portal número once, aquel en el que habitaba el doctor. Bastaba con pedir un café a media mañana o un vino a media tarde y sentarse a una de las mesas cabe el ventanal de la cafetería, y fingir que se leía el periódico con avidez. Si los camareros del local notaron algo extraño en aquel tipo silencioso que jamás miraba a los ojos de la gente y que, de cuando en cuando, alzaba la vista de las páginas de La Nueva España o La Voz de Asturias para deslizarla a lo ancho de la calle, nada dijeron nunca a nadie. Porque eso era yo: nadie, un hombre como tantos otros que pagaba sus consumiciones en el acto y que jamás dió problemas cuando se emborrachaba.
Porque, a veces, en aquella cafetería elegante de la Avenida de Galicia, yo me emborrachaba como un cerdo. El único atisbo de mi estado de embriaguez podría haber sido mi caminar lento y vacilante porque, en palabras de mi padre, siempre tuve la borrachera buena. Al emborracharme, yo, Pedro Argüelles, me convertía en el silencioso beodo que se iba a rumiar a solas su pasado y sus pecados. El alcohol nunca desamarró mi lengua o mis puños, era el desprecio el que aquel soltaba en estampida, el desprecio hacia mí mismo y hacia mi futil vida presente.
De manera que comencé a espiar a Eduardo Novales día sí, día no, durante diez días. Alguna vez lo vi salir solo del portal. En más raras ocasiones, abandonaba el edificio acompañado de quien debía de ser su hijo; en otras, de quien tenía que ser su esposa, una mujeruca rubia y flaca, de vestir elegante. Muchas veces pensé en mi propia esposa al ver salir de aquel portal de lunas oscuras a la esposa de Eduardo Novales, aunque ambas mujeres nada tuvieran en común, al menos en lo que al aspecto físico se refiere. Y, en alguna que otra ocasión, pensé también en mi hijo, en la edad que hubiera tenido ahora, año 2007, si todo hubiera salido como se esperaba. Si todo hubiera transcurrido con normalidad, aquel niño tendría la edad de este otro, el hijo de Novales, unos diez años. Tal vez el hijo de Novales pasaba de los diez años, no lo sé, le vi siempre desde unos metros de distancia, no lo sé, ¿cómo puedo saberlo?
En una ocasión, divisé al doctor penetrando en el portal número once en compañía de dos hombres maduros, claramente mayores que aquel, quizá colegas de trabajo. Sí, parecían doctores, doctores asturianos concretamente: idéntico aire de señoritos arrogantes y mundanos, idéntica manera de pasarse la mano por el pelo peinado hacia atrás, idéntica manera de fumar, con la mano izquierda, un cigarrillo rubio, o tal vez uno negro, no lo sé bien, mi vista empeoró mucho durante mis dos últimos años en prisión, cuando leía cualquier cosa que caía en mis manos ociosas; y aquellas celdas de mierda, con aquella luz mortecina…
Las consumiciones que pagué en la cafetería elegante que abría sus puertas en la Avenida de Galicia fueron pagadas con dinero robado. Pero no diré nada más del asunto, eso ya no importa.
Lo único importante de la historia es el doctor Eduardo Novales y el odio que su sola presencia en la calle suscitaba en mi ánimo. Un odio animal, pero cuyas causas eran bien mundanas: aquella manera de sonreír, aquel modo de darle el brazo a la esposa, aquella afabilidad con la que departía con vecinos o conocidos en la calle, me asqueaban.
Tan sólo una vez visitó Eduardo la cafetería desde la que yo le espiaba. Por suerte, se trataba de un viernes por la tarde, y la cafetería se encontraba llena de clientes. Con sigilo, salí yo del local mientras Eduardo se acodaba en la barra y sonreía al barman; no me había visto al entrar y dudo que me echase una ojeada de curiosidad cuando salía. No era Eduardo hombre de ojeadas, sino de miradas directas y atentas.

acerca del autor
Raquel

Raquel Morán Sernández, Asturias, España, 1969. Cursó estudios de Geografía e Historia en la Universidad de Oviedo, licenciándose en Geografía en el año 1994. Dos años después se marchó a estudiar a Londres, en Inglaterra, y ha terminado convirtiendo este país en su residencia permanente. En la actualidad, trabaja como profesora de francés y español en un Instituto de Secundaria en Londres, y reside en Ilford, Essex, con su marido y sus dos hijas. “Apolo y los centauros”, Editorial Trafford, 2007, fue su primer libro publicado. También ha colaborado escribiendo reseñas y relatos para diversas revistas literarias en línea. Ha publicado un relato corto, “Cambio de sentido en la autopista”, en Ediciones Rubeo, que está incluido en el libro de relatos “El ahorcado y otros cuentos fantásticos”, Ediciones Rubeo, 2010. En 2011, con su propio sello editorial, LittleAsturias Publishing Ltd., Ha publicado un libro sobre música “Indie en Manchester titulado Mancunians and music: tales of the underground, the internet and the manchester music scene”, 1998-2011; el libro se vende en Amazon. En diciembre del 2013 la Editorial Baile del Sol publicó su novela “No Smoking”. Se la puede contactar en su blog http://littleasturias.blogspot.co.uk