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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
2 2 2017
Mar de mis entrañas de Juan Cristóbal por Alberto Gálvez Olaechea

Es el libro de un poeta militante, de un militante poeta. Conocí a Juan Cristóbal en el MIR hacia el año 71 o 72, no lo puedo precisar. Sin embargo pronto nuestros caminos se bifurcaron, cuando empezó la seguidilla de divisiones y subdivisiones que caracterizaron la izquierda de los 70s. Nuestro reencuentro, sin embargo, ha sido fraterno, sabedores de que, pese a los  diferentes caminos andados, el rumbo ha sido el mismo. Como quedará claro a quienes  lean el  libro, para cuando nos conocimos él ya estaba cuajado en los avatares de la lucha revolucionaria, de la clandestinidad, de la acción, del exilio y la prisión. Yo apenas me iniciaba. Cuando miro para atrás siento que diferencias “insalvables” que nos separaron eran banales, tanto que ni las recuerdo.
Me entero, leyendo su libro de memorias, del largo recorrido de Juan Cristóbal durante estos años intensos.  El proceso que lo fue alejando de la militancia partidaria para dedicase a la no menos importante batalla de las palabras, tanto de la poesía como de los ensayos. Y es que, como corresponde a todo buen luchador, su trayectoria está marcada por debates, algunos de ellos tan intensos que lo llevaron incluso a rupturas personales. Y es que él no cree en medias tintas. Su integridad personal lo obliga a tener siempre la palabra afilada y la determinación de llamar a las cosas por su nombre.
Juan Cristóbal no tiene la pretensión de historiar, sino de contar las cosas como las vivió. Con toda su carga subjetiva de pasión. Uno puede estar o no de acuerdo con todo lo que dice, pero lo que si se encuentra es autenticidad, principios,  en toda la extensión de la palabra. Y esto es tan necesario en estos tiempos “light”, donde las propuestas políticas se definen a partir de los “focus groups”.  
Así, cuando a inicios del libro se refiere a Héctor Béjar, tenemos que reconocer que él, Bejar, estuvo más acertado que nosotros en valorar el significado del gobierno de Juan Velasco. Subestimamos su potencial transformador, su papel en la liquidación del poder oligárquico y las posibilidades que abrió para el despliegue de la lucha y organización popular. Sin embargo, coincido plenamente con Juan Cristóbal en su identificación emocional e intelectual con quienes como Hugo Blanco o Ricardo Gadea, tras la amnistía de 1970, se mantuvieron irreductibles en su voluntad de construir desde abajo, autónomamente, el camino al socialismo. Difícil dilema el de estar en lo correcto por razones equivocadas o estar equivocado por razones correctas.
En el libro, Juan Cristóbal se muestra crítico respecto a los espacios electorales, a los que considera como escenarios de ruptura. Y no deja de tener razón, pues ahí afloran los egos de una manera a veces impúdica. Sin embargo los años 70, en que la izquierda se fragmentó hasta lo inverosímil, las elecciones no tuvieron ningún papel. Al contrario, fue la participación en la Asamblea Constituyente en 1978 la que empezó a revertir la tendencia a la dispersión e inició el proceso de reagrupamiento. Lo que pasó después es otra historia. Sería necesario un trabajo sociológico acucioso para comprender las razones profundas de esta tendencia de la izquierda peruana a astillarse. Cierto que José Carlos Mariátegui no creía en las elecciones: era el espíritu de la época en que la disyuntiva que parecía inminente era entre el fascismo y los soviets. La historia, cono de costumbre, se mostró mucho más compleja.
Son ilustrativas sus anécdotas de la vida clandestina. De vivir  salto de mata, de las exigencias y los rigores. Uno de los momentos más fuertes es cuando lo ponen a prueba con la orden de ejecutar a cierto supuesto soplón y a última hora se aborta la misión. Nos preguntaremos hoy sobre la osadía de dar semejante orden, pero también sobre la disposición de ejecutarla. Y es que la izquierda de los 60s nació así, conspirativa, insurgente, flamígera. Y eso nos marcó. Sé por experiencia cuán difícil  resulta a quienes nos formamos en los rigores de un mundo subterráneo emerger a la luz. Pero a veces resulta no solo necesario, sino inevitable.
La guerra interna de fines del siglo XX no podía estar ausente. Impresiona aquella madre que espera ansiosa a su hijo y lo encuentra, destrozado, en la portada de un diario. Su relato sobre la ejecución senderista del sindicalista Enrique Castilla, con quien compartimos militancia en el MIR, es impactante. ¿Cómo es que se perdió la brújula de tal manera que se aniquiló a un valioso luchador obrero en nombre de una supuesta revolución? Esta y otras preguntas surgen potentes y a la vez irreparables.
Narra sus experiencias laborales. Y no podía ser de otra manera. Ganarse el pan con el sudor de la frente confiere dignidad  y autonomía. Como bien sabemos, los poetas también comen. Empleos que van y vienen, sujetos a los zarandeos del compromiso político y cultural. Puede intuirse que ha pasado momentos difíciles, pero no hay por ningún lado queja miserabilista, y sí la disposición de ´partir apenas siente que ese empleo afecta de alguna manera la línea de conducta que se ha impuesto.  
Otro escenario que me interesa del libro, por razones obvias, es el de la prisión. Juan Cristóbal pasó por ahí una temporada y eso marca. Conoció de la corrupción y sus reverberaciones perversas. Estableció amistades y lazos duraderos, a veces más allá de ideologías, como el que lo ligó a Segisfredo Luza. Sucede que en ese mundo de náufragos que es la cárcel, es inevitable que los sobrevivientes establezcan vínculos potentes—a veces de amistad, pero otras de lo contrario—. Aflora entonces la metáfora y nos dice que el arte es la única prisión llena de libertades.
En este universo de personajes de la literatura y la política que se suceden, generando simpatías y antipatías, encuentros y desencuentros,  alguien que destaca es el poeta chileno Jorge Teillier, con quien solía compartir, además de opiniones, interminables cervezas azules. Encuentro literario fructífero del cual Juan Cristóbal se siente especialmente reconocido. Y de él precisamente extrae la frase que exuda el libro de comienzo a fin: nostalgia de futuro.
Por todo esto y por muchas otras cosas que sería largo enumerar, termino recomendándoles la lectura de un libro lúcido, vívido y, como era de esperar de la pluma de un poeta, muy bien escrito.

Lima 13 de diciembre de 2016

acerca del autor
Juan

Juan Cristóbal nació en Lima en 1941. Hizo estudios secundarios en Chosica, ciudad cercana a la capital peruana y en la Universidad de San Marcos. Fue periodista en los suplementos culturales de los principales diarios peruanos. Actualmente es profesor de periodismo y de literatura en diversas universidades de Lima. Ganó el Premio Nacional de Poesía en 1971 y los Juegos Florales de San Marcos en 1973. Publicó varios poemarios, libros de cuento y prosa testimonial. Acaba de publicar un libro polémico “Uchuraccay o el rostro de la barbarie”, recopilación de artículos periodísticos sobre la matanza de ocho periodistas.