Pocos conocen al silencio,
se habría sumado al anónimo
sin dejar rastro en el tiempo;
en la quietud,
-ese reino del vacío-
su ausencia es vida
y, si eso, muerte vivida.

Un contrafuerte al todo
es tan valioso como su energía:
sus palabras tienden al infinito.
Cualquiera se dice del misterio,
modulador de una música
del que nadie se reconoce:
un eco elogioso
de alabanzas vacías.

Consciente vive al acecho
de una obediencia ciega
en la desesperación de un grito.
¡Momento de angustia!, vete …. primavera,
la palabra se salva del olvido,
susurro mudo de un encuentro
agradecido.

Abrazado a mí, a una puerta azul
que el suspiro desprende
en mi entraña.
A una distancia de miradas,
reservado y sin pausa,
la cadencia empodera
la llegada de la oscuridad,
en el derrumbe de mi alma.

Enmudecía las palabras perdidas,
viniendo voces vacías
llenando de sonrisas al dolor
de una noche a ti debida.

Silencio,
que el silencio …
víctima del tormento,
ahora, cuando lo infinito
se acaba, se disipa el sonido.

Tú,
- sombra de tiempo ausente,
lentas ondas tañendo -,
de cielos azules,
que paralizas los pliegues curvos
y volteadores de mi voz.

Y el otro,
de espirales bifurcándose,
y veloces colores en trompeta,
usurpa mi garganta de vocales
en una humanidad vacua de aliento.

Es la historia de un grito
que se ahoga en la amargura
que iluminan sus ojos:
“afortunado eres, que has vivido ese momento”.
Silencio, verso blanco,
canto salmódico,
que se cierne en delgadas líneas
de un grito mudo
bajo el cielo de la historia:
es el momento final,
la evaporación del yo melódico,
y la evanescencia del verbo
ante el silencio.