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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
1 6 2017
Oscar Steimberg evoca a su hermana, la novelista Alicia Steimberg

Fuiste discípulo de Oscar Massota (1930-1979), quien introdujo la enseñanza y la práctica de Jacques Lacan al idioma castellano. Tu libro de relatos cuenta con un prólogo de él. Y él, organizador en el Instituto Di Tella de la Primera Bienal Mundial de la Historieta, te invitó a participar en ella.
Sí. Ese prólogo, por ejemplo, me dio alegría. Antes de eso ya Masotta nos había dado su palabra a los que tratábamos de decir (o por lo menos de decirnos) poesía, o arte, o política, siempre, tal vez, a partir del reconocimiento de que la función poética está allí para formar parte de todo intento de discurso (junto con los contenidos de la palabra, o a veces antes que ellos…). Desplegaba siempre un intento de registro de la condición cambiante de los textos del momento, y yo pensé que mi libro se me hacía más entendible también a mí, que no había podido dejar de cambiar de lenguaje y de género cuando escribía eso que en principio era un libro de cuentos y terminó incluyendo poesía, historia, crónica, en ese momento en que aceptar lo imprevisible del escribir ya empezaba a ser más (oscuramente) importante que construir relatos o conceptos. Y Masotta estaba ahí para avisarle a uno que lo que hacía era eso, que no sólo eso se podría leer sino también comentar y discutir, cosa que para los todavía jóvenes de la época era ya tan importante como ser leído. Masotta, un poco antes, había algo así como refrendado una revista de poesía de un solo número, “Veinte y Medio”, que publicaban poetas jóvenes inseguros de serlo pero seguros, sí, de que la poesía debía venir acompañada. Una entrevista a Masotta en el inicio me aseguró algo, la condición firmemente imprecisable de mis elecciones de oficio.
Y lo de trabajar con Masotta tenía eso aunque se cambiara de tema. Daba gusto, cuando se estaba preparando la Bienal Mundial de la Historieta (había que tener coraje ¿no? para llamar Bienal Mundial a un encuentro sobre ese tema, aunque ya hubiera habido, con éxito y sorpresa en el público, otras novedosas exposiciones de historieta, como la del Louvre…), descubrir esas variaciones en las vueltas del color, del estilo de letra, del dibujo o el diseño de página que daba el detenerse en esas revistitas baratas, y más todavía cuando se ampliaban las páginas para una muestra de galería y se veía el punteo mecánico de la impresión, cosa que ya habían descubierto los pop pero que acá venía cargada con historia propia… Y estaba también la relectura del relato o la historia, la historia en el sentido más general y político, cosa que entonces sorprendía que ocurriera en una exposición de historietas…
Cuando se estaba por imprimir el catálogo hubo preocupación porque un artículo mío hablaba de lo derechoso de Patoruzú y no lo incluyeron en el catálogo. Algunos pensaban que a Dante Quinterno, su creador, no se le podía hacer eso (que después de todo era tomarlo en serio, aunque fuera desde la vereda de enfrente…), y entonces Masotta me lo hizo leer como conferencia, con toda la promoción que daba hablar en el Di Tella, fue como si me recibiera de historietólogo: podría decir que los reportajes no pararon hasta hoy.
Después llegó el momento en que Masotta se convirtió en el hombre que enseñaba Lacan, y yo lo seguí, como otros, y llegué a colaborar en los comienzos, en el número 1 de los “Cuadernos Sigmund Freud”. Pero sólo en los comienzos; no podía ya abandonar los que eran, seguirían siendo mis objetos de escritura… Le dije a Masotta que me iba a trabajar con Eliseo Verón, que seguía con los medios como preocupación central. Igual con Masotta seguimos siendo amigos hasta su ida (más o menos, amigos, con la confrontación como parte de la amistad…; ojalá entonces me hubiera dado cuenta).

¿Desarrollarías para nuestros lectores ese concepto que has propuesto oportunamente, el de “antigénero”?
Creo que son antigénero las obras que recuerdan un género determinado pero apartándose de lo previsible en cada uno de los aspectos en que un género determinado puede ser reconocido. Cuando empezaron los spaguetti westerns, esas “películas de vaqueros” que se les ocurrieron a los italianos pero como para ser vistas en tanto juego cómico, con héroes sin virtudes, malos sin destrezas especiales que metieran miedo, y tiros todo el tiempo, sin los suspensos con los que se acostumbra estirar los westerns, los espectadores convocados eran los que se divertían, precisamente, con esas rupturas de género: los aficionados a las “películas de cowboys”, que se divertían compartiendo ese baile con las piezas de un juego que ellos conocían como nadie, y también los otros, los que habían odiado siempre esas repeticiones y se divertían también, tomándolas en el spaguetti western sólo como una burla. Todo lector o espectador o degustador de géneros busca divertirse de esa manera, visitando bordes. Y eso pasa con todos los géneros, desde los de la narrativa popular o el periódico político o el suplemento de cocina hasta los de la alta cultura. Y el tema me parece importante también ahora que con el juego expuesto de actores, directores, guionistas y críticos, toda práctica de género se muestra como juego, a veces como juego irónico. Cuando esto empezó a generalizarse, hubo quienes opinaron que el estudio de los géneros se había vuelto innecesario o inútil, ya que todo era ruptura, mezcla o (auto) ironía de autor o de comediante o de orador. Pero justamente eso hace el estudio de los géneros cada vez más interesante: ahora, en tanto material fugaz de esas novedades que seguirán necesitando, siempre, enfrentarse a las clasificaciones de la cultura para practicar sus desvíos. Es que es difícil no pensar que escribiendo hoy todos jugamos a la crítica, esa especie de poética de la distancia o el conflicto…

Novelista, cuentista destacada, Alicia Steimberg (1933-2012). ¿La evocarías?
Elijo hablar de los modos de Alicia de encontrar, como en su narrativa, el matiz que muestra lo impredecible en lo cotidiano o lo habitual. Sabía que en el juego de las repeticiones aparecen las novedades más sorprendentes, y aceptaba el registro de esas repeticiones en cada territorio de gestos, de palabras… Y cuando las encontraba pasaba rápidamente a buscar su componente de desvío. Así quién se aburre, ¿no? Ni los personajes más pesados dejaban de mostrar ante esos recorridos su diversidad. Y eso le pasaba (o lograba que le pasara) tanto en la escritura como en la oralidad de cada día.
O de cada momento de la vida. En sus modos de mantener sus vínculos de amistad mostraba la vitalidad permanente de ese percibir la infinitud de las razones de interés de cada relación.
Las últimas reuniones sobre las que la oí hablar habían sido con sus ex compañeras del Normal, y era grande el placer que demostraba en las referencias a esos encuentros. A veces, hasta con anécdotas de salvataje, como la que le oí contar acerca de una de esas reuniones, en la que una antigua compañera del Lenguas Vivas se mostraba en un estado agudo de depresión. Alicia se acercó a la compañera deprimida, se sentó junto a ella y la llamó por su nombre con la más sonora claridad. El apellido y el nombre eran ingleses (irlandeses), y traerlos a la charla poniendo en escena las especificidades de la pronunciación provocó en el grupo que estaba más cerca —pero también en la deprimida— un estallido de risa seguido de entrañables comentarios, compartidos con la mayor diversión, acerca de unas lejanísimas clases de idiomas con todas las anécdotas y accidentes del aprendizaje, en esa famosa escuela secundaria pública para chicas estudiosas, estudiosas…
Alicia buscaba y encontraba en cada momento social aparentemente previsible (el de la caída depresiva, eh, lo es) las salidas de borde que también son parte de él. Es muy difícil ese buscar y encontrar y puede llegar a no verse, perdido uno en el momento de diversión compartida que parece haber estado desde siempre ahí. Y creo que hay gente como Alicia que puede, que sabe ir y volver de ahí.

acerca del autor
Oscar

Oscar Steimberg nació en 1936 en Buenos Aires. Es director de Posgrado en el Área Transdepartamental de Crítica de Artes de la Universidad Nacional de las Artes y forma parte de la Comisión Evaluadora en Filología y Lingüística del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Nombrado profesor emérito por el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires en 2012, integra la Comisión de Profesores Eméritos, Consultos y Honorarios de la UBA, Facultad de Ciencias Sociales. Es ex presidente de la Asociación Argentina de Semiótica y fue vicepresidente de la Asociación Internacional de Semiótica Visual (1996-2001). Sus trabajos de investigación han sido publicados por editoriales de la Argentina, Brasil, México, Estados Unidos, España, Bélgica, Francia, Italia y Alemania. Algunas de sus ensayos son “Estilo de época y comunicación mediática” (en colaboración con Oscar Traversa), “El volver de las imágenes” (con Oscar Traversa y Marita Soto), “Semióticas: Las semióticas de los géneros, de los estilos, de la transposición”, Su único libro de relatos, “Cuerpo sin armazón”, apareció en 1970 y con segunda edición en 2000. Sus poemarios son “Majestad, etc.” (1980 y 2007), “Gardel y la zarina” (1995), “Figuración de Gabino Betinotti” (1999; con segunda edición castellano-francés en 2015), “Posible patria y otros versos” (2007). Ha sido incluido en antologías como “200 años de poesía argentina”, con selección y prólogo de Jorge Monteleone (2010).