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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
2 8 2017
El Final (fragmento) por Julian Van Quekelberge

La semana pasada perdí el trabajo y mi amante me dejó. Nunca me sentí más feliz. No ficharía ni marcaría tarjeta. Libre. Por fin.
—"Te has montado un tinglado ahí en el campo, Olivetti. Como un pseudo escritor de pacotilla”—gritó mi ex amante.
—Tú en cambio arrastras la depresión como un bostezo...
Me puse a escribir desde la mañana a la noche. Descalzo. Desnudo. Sólo interrumpo para comer y sigo. Los amasijos de papeles se esparcen por el suelo. El cortijo del siglo XVII se ve bien, menos cuando llueve. Un ventanal inclinado en el techo da buena luz. Las paredes de piedra miden un metro y medio de espesor, los pisos de terracota brillan con fuegos dorados, atardeceres rojizos.  La temperatura resulta estable en la vieja casona. Algunas noches enciendo la chimenea de leña y me duermo mirando el fuego. Afuera, cabras, ovejas, caballos y un enorme gallinero con exóticas aves de corral.
Donde el terreno desciende de forma abrupta, una piscina en desuso, carrasquetas, almendros, olivos, mala yerba, comadrejas, liebres, conejos salvajes. La flor de los azahares surge en primavera y su perfume se esparce en todo el valle. Desde lo alto se divisa el espejismo, la ciudad envuelta en la niebla y una franja de mar.
Hace meses que no salgo. Lejos estoy de mí, del arte, los libros sagrados, la buena literatura. No duermo. Veo rayas, puntos que se encienden y se apagan. Escucho voces, zumbidos en la espalda. Escribo a mano. Siempre. A continuación paso los garabatos, lo legible, lo que queda. Mejor así. Directo, sin censura, grietas, mentiras. ¡Mi grito en el papel!
Me puse a ordenar la casa. Necesito limpiar mi cabeza, barrer, tirar escombros, cartas de amor, lo innecesario, que es demasiado.
—Señor Olivetti, gracias por su nota —comenta el supuesto agente literario recomendado por un amigo—. Ahora estoy un tanto liado. Permítame decirle algo Sr. Usted ha redactado una orgía con tanta creatividad. No puedo tacharlo por completo de inmoral. Hasta ahora me atrapa. Llevo leído más de la mitad. Sin duda, escribe bien. El poema de introducción, excelente. Sepárelo en versos. El mercado de la poesía no vende. Sin embargo al fusionarse con prosa resulta dinamita. Fernando Pessoa- bajo el heterónimo de Bernardo Soares: “Libro del desasosiego”.
—Qué genio Pessoa; escribió con más de diez seudónimos. Los críticos ponderaban a un escritor y denigraban a otros, sin saber que se trataba del mismo. Él se reía de ellos.
—Revisaré su original de forma exhaustiva y lo consultaré con varios especialistas. Me darán una valoración plural. ¿Cómo es su metodología de trabajo Sr?
—Gracias. Por favor coménteme la opinión de sus colegas, críticos, editores, agentes literarios. Los escritores en general vivimos aislados como psicópatas listos, lucidos, sueltos. Gestar un libro implica un largo proceso y recorrido en soledad. Nos hace falta el público y también el silencio. Sin lectores, no existimos. Mi forma de trabajo es la de un equilibrista sin red. Al enfrentarme a la hoja en blanco, ignoro el tiempo, el devenir, lo qué escribiré. Me transformo, te vuelo, bailo tu ritual, el iris de las cosas, de la vida, llamaradas, locura, espíritus en bosques con trampas, reflejos de aureolas boreales, pensamientos rayados. A veces lloro las rayas del cristal, códigos de barra, tormentas, desiertos, huracanes que rugen y giran, corolas dentadas, ciclos de vida, cosas sencillas: ¿me quieres o no?...
Escribo lo primero que pasa por mi mente, me transporto a otro tiempo y dimensión. Paseo, me sorprendo, asocio palabras, conceptos, ideas. No pretendo decir nada importante, sino lo contrario. Las aguas del manantial surgen del inconsciente. En ellas buceo. Descubro partes, templos sumergidos, peñascos, viento en la cara, arena en ojos, arena en los dientes, masticar verdades, piedras, polvo de vidrio, silencio de loco, la última silaba de la cábala, y la llave del cofre cayendo de mi mano, hundiéndose en la arena.
Emergen personajes, traen cenizas volcánicas pegadas al zapato, el rugido del cráter, la oscuridad de los sueños; mientras juego igual que un niño sin prisa, sin presión, sin esfuerzo. Distraído como quien mira de soslayo. Todo queda subordinado al contexto, el contexto es el que manda. El escrito se escribe a sí mismo como un espejo, gestos al revés, cuenta regresiva, recuerdos que emergen y se esfuman, conformando un ritmo, una cadencia, caderas ondulantes, latido, vida propia. Intento captar esa esencia, semilla, realidad, atmosfera olvidada, melodía detrás de una historia. Escribo, desnudándome, descubriéndome, vomitándome, haciéndome burla, poniéndome a prueba. Me escribo a mí mismo. Me desconozco, me descuartizo, me tacho sin poder corregirme. Invento garabatos de verbos, acción- conjunción de lunas, hipotéticos futuros, futuros hipotecados, almas vendidas. Hilvano chispas de fuego, caries de palabras, destellos en ojos que ríen, brillo de seda, canto de pájaros y peces nadando en el viento, junto a talismanes, colores inventados, antídotos contra la radioactiva oscuridad. Escribo, y por un instante no vivo a medias, a penas, de lastima. Escribo sin miedo ni complejos, fuera de medida, de permiso o licencia de escritor. No puedo evitarlo. Soy un enfermo sin cura, sin remedio. Nada que perder, todo que apostar. Loco que ahuyenta el aullido del viento, remolinos y abismos, milagros comprados, razones sin peso, alas que flotan, belleza, cobarde fealdad. Una gota de amor puro, elixir supremo, volcán en erupción, lava fluyendo por las laderas de mi cerebro. En otras ocasiones el proceso es lento, arduo, doloroso. El lápiz raspa el papel, lo hiere. Deja huellas, mi percepción despojada.  Miro con otros ojos, el de la intuición. Me lanzo al vacío, a la verdadera aventura, la creación. No se trata de si me gusta, sino de si funciona mi delirio como metáfora viviente o vida sintetizada. En ese instante dejo de pertenecer, de ser parte de un engranaje del sistema. En definitiva, si la historia le vuela los sesos, hemos escapado del coto de caza donde somos la presa.

***

Vivo en el fondo de un nicho. Escucho la superposición de los ecos, mi eterno vacío.

***

Al mediodía vino Daren, sonriente y melancólico, con cara abotargada de sueño eterno. Supe quién era al ver el morro de la furgoneta asomarse por el campo. La bauticé “leopardita”, porque es amarilla y cada abolladura lo pinta con anti-óxido marrón.
Daren se parece a Moe de los Simpson, moreno y de ojos amarillos. Lleva bermudas, chanclas, camiseta de tirantes, guantes blancos. Cuando eso ocurre, la soriasis ha despertado, las manos se le agrietan cual escamas y la piel se le desprende. Todos explotamos por alguna parte, todas las víboras cambiamos la piel. Se peleó con la novia- me digo, pues los eccemas surgen con los nervios.
Desde la ventanilla vemos pasar las extensas playas de la comunidad Valenciana. Nos llega la brisa fresca. Unos pocos retozan en familia y hacen picnic, otros juegan al futbol o al vóley. Entre dos palmeras hay una cuerda elástica y un gimnasta entrena sin descanso, va y viene, hace medias lunas, acrobacias, mortales para adelante y para atrás. El contorno de su cuerpo destaca con el sol invernal a contraluz. Yo también cruzo en mi cuerda floja. Abajo, el abismo. Atrás, no puedo mirar y convertirme en estatua de sal. No debo remover el pasado, las toxinas. He venido a despejarme- me repito, a escapar de lo malo.

—Tú eres como yo, comenta Daren con su típico acento británico. Carraspea la garganta como si tuviera tos (tiempo que utiliza para pensar). Eleva la cabeza, la inclina, me mira, imposta la voz hacia los graves, separa cada silaba, modula las palabras como si tuviera una patata en la boca.
—¿Sí?.. ¿Por qué?
—Somos una mezcla entre perro gran danés y chihuahua. Eso es difícil de llevar ¿entiendes?
—Claro.
La madre de Daren es de Samoa y su padre gringo. Ella discutió ayer, pues llevaba al perro suelto en la plaza y cagó sobre las flores, aunque después recogió el abono.

—¡Vete a tu tierra!- le gritaron.
—¡Y tú también, turista madrileño de mierda!
Si hubiera estado allí la habría defendido. Estoy furioso, con ganas de pelear. En todos lados hay imbéciles y se reproducen. Me haría bien desahogarme, matar a alguno.
Con Daren vamos a los “Baños de la Reina”. Bajamos y subimos por senderos angostos, peligrosos, vallados. Nos sostenemos para no caer al vacío. A la izquierda, el yacimiento arqueológico. A la derecha, las piletas Fenicias, piscifactorías donde pasaba el agua y quedaban los pescados. El nombre se refiere al posterior dominio árabe. Una reina mora se bañaba desnuda en el cristalino mar.
Nos hacemos un canuto y tomamos cerveza. Observo el hermoso turquesa del Mediterráneo. No hay nada igual. La vista desde la península se extiende hasta las calas lejanas. Un día fantástico. Solemos hacer snorkel para ver un pez de fábula.
—Será anciano- dice Daren. No se mueve. Siempre está ahí, enorme, en las profundidades, camuflado detrás de una roca.
Se sumerge un energúmeno con un arpón. Lo vemos bucear diez metros entre los corales. Lo mata. La sangre tiñe el agua. Ya no pudimos disfrutarlo, amarlo como hasta entonces, como un Dios verdadero. Luego comenzamos a añorarlo, recrearlo, reinventarlo.

***

Y llegó el día. Y con mi mujer presentamos los papeles, que sellaron. Me llevaba del brazo como un perro bueno que ya no se escapa. Atravesamos laberintos de pasillos, puertas, puentes, jaulas en forma de ascensores. Y llegó el día. Huellas de pisadas, de camillas, de sillas de ruedas, garabatos de energía en el suelo, la insoportable levedad, colores esfumándose. Trato de domesticar esa angustia, el óxido que avanza, y controlar el incendio con más fuego. Espero. Mi vida se ha transformado en caminar por el arcén polvoriento y ver pasar los autos a gran velocidad. Espero, agazapado en una silla soldada a otras, como vagones de trenes de carga. La gente se espía desde sus envases de cuerpos. No estamos blindados. ¿A quién le tocará la desgracia, la lotería? Condenados. Todos. Yo también contemplo la terrible fisura del seísmo, la ola del tsunami, tú y yo, tierra, agua, firmamento, utopías, escapismos, realidades paralelas, la falacia y lo concreto, verdades y mentiras, la frontera entre tener salud y que un revólver te apunte a la sien. Las balas de tus pensamientos me atraviesan. El león sigue mi reguero de sangre. Borro mi olor y mi estela, me escondo, señalo a otros. Contemplo sombras, actitudes, olvidos con candados sin llaves, paredes, techos que levanto, cielos que tapo. Ahí va la manada y yo por el arcén polvoriento. Una de cal, una de arena, nadar y guardar la ropa, apariencias engañosas, y el toro bravo con los cuernos incendiados embiste. Incontrolable. Majestuoso.
Desde la silla observo el cartón sucio de sus pieles, lo temido, lo que hay del otro lado de los ojos. Las voces pasan a través de mí, las hojas amarillas, la lluvia violeta, los días perdidos, la picana de los pensamientos.  Tú, él, nosotros, ellos. Las voces no dichas, silencios infectados. Aquello omitido por palabras escogidas. Falsos modales estudiados, aprendidos.
Y llegó el día.
—Positivo- dijo el Doctor- como un verdulero el precio de las cebollas.
—¿Qué, cómo? Pensé en las frases hechas, coleccionadas para no pensar en lo importante. Sí, positivo, ver el vaso medio lleno; yo sabía muy bien el significado de esa palabra.
-Tienes cáncer. De las cuatro tomas en la biopsia, dos dieron positivas.
Escucho con atención. Imagino su cuello gordo en mis manos. Lo aprieto.  Se mezcla la furia y la desesperación. Lo golpeo con todas mis fuerzas, ciego, pateo su cara, se desfigura, llora, implora perdón.
Salgo del hospital. Espero el ómnibus. No hablo. El frío me atraviesa. El viento baja de las montañas blancas y arranca las hojas mustias de los árboles. Estoy sólo, ese día más que nunca. Uno cosecha lo sembrado, reflexiono, y disfruto del atardecer. Atravieso una montaña rusa de emociones, sentimientos cruzados. Un cortocircuito incendia mi interior. Corro adentro del fuego, del tiempo que quema. Terrible error, irme de mi país, dejar a los míos. Ya hacía quince años de aquello. No valió la pena. Mis padres murieron sin mi auxilio. Nada vale la pena si pierdes los afectos.
En el ómnibus escribo un poema.
Infierno verde.
azul intenso
sueños rosas
mi amor
y el arco iris
brilla en la lluvia.

¿Dónde estoy?
¿qué hay de ti?
el atardecer
se desvanece
yo sigo
los caminos de nieblas
con mi linterna de sombras
¿y si el paraíso
no es aquello
y la verdad
mera ilusión?
azul intenso
sueños rosas
mi amor
infierno verde
y el arcoíris
derrite el cielo
mientras te busco
en la noche
con mi linterna
de sombras…
(…)

acerca del autor
Julián

Julian Van Quekelberge, Buenos Aires, 1962. Tiene nacionalidad británica. Estudio el bachillerato en Argentina, Brasil y lo termino en EE.UU. Es licenciado por el Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda (Argentina). Ha publicado: "Adentro del fuego" (poesía), "Flores Carnívoras" (cuentos), "Sir. John y la máquina de los instintos" (cuentos), "Revólver de mujer" esta novela, ambientada en el Amazonas de 1900, ha obtenido una muy buena crítica de Luis Benítez. En estos momentos, Julián Van Quekelberge está terminando otra novela.