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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
2 8 2017
Todo Topor en informe por Philippe-Jean Catinchi

Una exposición en la Biblioteca Nacional de Francia (BNF) es un testimonio del genio artístico del autor, poeta, dramaturgo, director de cine e ilustrador.

¿Topor está realmente muerto? Según el estado civil, no hay ninguna duda, desde el 16 de abril de 1997. Pero, ¿esto es tan seguro? Cuando su padre, el pintor Abram Topor, desapareció en octubre de 1992, el dibujante, inspirándose de un dibujo para una carpeta de litografías cuya realización era lenta, vuelve a sumergirse en los años de su infancia que evitaba abordar, invariablemente púdico sobre la dentellada de dolor que había recibido entonces. Escribió sobre ese tema una obra de teatro, “El invierno bajo la mesa”, cuyo desenlace es excepcionalmente feliz. Homenaje a la inalterable jovialidad de su padre, la única forma de conjurar la negrura que le perseguía desde la Ocupación nazi.

Creado en 1994 en Mannheim, será uno de los éxitos más destacados de la carrera teatral de Topor y él mismo realiza los decorados, el vestuario y la escenificación para el Teatro Real Flamenco de Bruselas en 1997. Y la aventura continúa después de su muerte ya que se reanudaron en París, en el Atelier en 2004, con la escenificación de Zabou Breitman, triunfa entonces en la ceremonia de los Premios Molière, consagrado con seis estatuillas, entre las más prestigiosas.

Hoy, para celebrar el aniversario de la desaparición del artista con espíritu corrosivo, no es un museo que lo festeja, sino una biblioteca. Como una fatalidad, que Topor deploraba cuando sus compañeros dibujantes Gorey, Ungerer o Steinberg beneficiaban del reconocimiento del mundo artístico, tan reticente frente a su obra. Tal vez le hicieron pagar la indirecta burlona del “Journal de Beaux” donde Topor añadió a mano "Arts", distribuido en la exposición de febrero de 1986 que le consagra la Escuela Nacional de Bellas Artes Malaquais en París, donde el artista exhibió esta frase: "El hombre elegante quiere mucho a los artistas para no despreciar el arte."

Todo lo que se dice en el editorial que, jactándose de haber “tenido todo bueno" en las pruebas de inteligencia, concluye con audacia: "Nací inteligente, eso es todo. (...) Es injusto, lo reconozco, pero no puedo cambiar nada”. La provocación revela la incomodidad del creador, autor de “Mémoires d’un vieux con” (1) (Editorial Balland, 1975), dibujante entre los artistas, artista entre los dibujantes. Siempre al margen. Aparte. Irrevocablemente singular y como tal, solo.

El trauma original

Nacido en enero de 1938, el pequeño Roland escapa como los suyos por un azar que más parece un milagro, a las redadas del gobierno de Vichy colaborador de los nazis, a pesar de haberse refugiado en Saboya, el trauma original lo condena al pavor y, como ostentación soberana, a la burla.

Estudiante de bellas artes, no puede encontrar su lugar, asumiendo más fácilmente el exilio que la conformidad y encuentra en la lectura de los dibujos de prensa en los que él osa con más violencia el radicalismo absoluto que será su firma. De opúsculos confidenciales a las revistas principales, de Bizarre, que pone en la portada, su primer dibujo publicado sin firmar, y Hara-Kiri "periódico bestia y malo", cuyo lema anuncia la finalidad virulenta e irreverente. El programa conviene a Topor, que para la promoción del semanario, dibuja un puñetazo en un hocico ciego: una visión que se convertirá en un "clásico" de la rebelión.

Pero reducir a Topor a la fuerza de sus dibujos para la prensa sería un contrasentido. El artista apunta a que su obra sea menos efímera. En sus comienzos estuvo fascinado por los surrealistas, se asusta de la altivez de André Breton, inventa su camino en otro lugar, funda con algunos amigos —Sternberg, Arrabal, Jodorowsky— el Grupo Pánico, un "anti-movimiento", que se reclama del dios Pan y del desorden. Lee e ilustra la obra de Emmanuel Bove como la de Marcel Aymé, se divierte pasar de la Cenicienta o Alicia a los Beatles, pero da rienda suelta a su talento como cartelista, ofreciendo al cine, colaboró con Fellini para su “Casanova”, mostró su visión de “El tambor” de Volker Schlöndorff o “El imperio de los sentidos” de Nagisa Oshima. Nada detiene a Topor sino la búsqueda de la verdad en lo más oscuro del ser viviente.

La exposición que le consagra el BNF posee una rara inteligencia. A costa de una colecta cuidadosa de obras dispersas de un genio prolífico, el puzzle se instala en su lugar. Una rápida secuencia de introducción, y se bascula al universo del periodismo, antes de descubrir la variedad y el ingenio del ilustrador que prepara a la inmersión en la creatividad del mundo del espectáculo, carteles y vestuarios, teatro y televisión (de "Merci Bernard" o "Palace" a "Téléchat"), el cine y los dibujos animados (“Los caracoles” y después “El Planeta salvaje”, con René Laloux, o “Marquis”, con Henri Xhonneux). Y el verbo del maestro, por último, no tiene nada de una lección, pero la gracia de la confidencia donde el pensamiento inventa su camino sin recargarse de cualquier mensaje.

Vena estrafalaria y cruel

A través de una deambulación laberíntica que adopta la sinuosidad visceral, cada nueva faceta aclara la anterior. Y no es hasta que el material retenido para los carteles, un papel vitela cuya fragilidad y grano dialoga con los del dibujo expuesto, que subraya la singularidad de una obra tan generosa como modesta y reacia a cualquier reivindicación ostentosa.

Del grabador Topor a la precisión, a la intención estricta; del poeta con inclinación a lo desmedido del novelista —género muy desenfocado—, se queda sólo con la vena estrafalaria y cruel que persigue su primer intento, “El inquilino quimérico” (1964), del que Roman Polanski hará más tarde una película.

De hecho, sólo el mensaje cuenta en Topor. Sin jactancia, ya que apunta muy alto: un terrible enfrentamiento con el cuerpo, el terror, la muerte. Que sólo un humor corrosivo y un sentido de júbilo tan estruendoso como su risa permite asumir. Vivo o no, Topor muerde.

 

« Le Monde selon Topor », Bibliothèque François-Mitterrand, quai François-Mauriac, distrito XIII, La exposición se terminó el 16 de julio.
(1) “Memorias de un viejo cojudo” o para los rioplatenses, “Memorias de un viejo boludo”.