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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
16 10 2017
Rodolfo Alonso: “Juntar coraje e intentar traducir una antología de René Char”

Sos el primer hijo de inmigrantes gallegos nacido en nuestro país. Y en una oportunidad declaraste: “Ni mi infancia ni mi adolescencia fueron agradables, sino más bien lo contrario.” En varias ocasiones hiciste referencia a tu timidez. ¿Recordarías para nosotros y nos describirías el clima familiar y su composición y cómo te defendiste de los factores agobiantes y el clima social de aquella época?
Toda memoria es precisa e injusta, a la vez. ¿Recordamos o somos recordados, acaso, por ese mismo recordar? Como hijo mayor de inmigrantes gallegos, ambos de linaje campesino, a mí me tocó enfrentar solo, por mi cuenta, sin apoyo de nadie, a la inmensa Babel que era entonces Buenos Aires. La fui descubriendo a tropezones, y la recuerdo por fragmentos. El asombro de la primera lluvia, del primer granizo, el asombro de los primeros libros (descubiertos en librerías de lance), el primer Roberto Arlt, el primer César Vallejo, ¡el primer Macedonio Fernández! Y el tango, el tranvía, la radio, el cine. Y el lenguaje popular, coloquial. Y los matices extranjeros. ¡La canción! Sólo mucho después percibí que mi infancia fue bilingüe, lo que trae consecuencias. Y a la vez como dos infancias simultáneas: la metrópoli que me tocaba descubrir, y la memoria de la aldea de montaña y la pequeña ciudad junto al mar de que aún hablaban entonces mis padres.

¿Cómo fue cursar tu bachillerato más o menos entre 1947 y 1951 en el prestigioso y exigente Colegio Nacional de Buenos Aires?
No por su culpa, claro, mi padre llegó aquí sólo con segundo grado de la primaria. Y aquí la terminó, por voluntad propia, en horario nocturno. Pero venía con sus libros. Y a algunos, como “Don Quijote de la Mancha” o nuestro “Juan Moreira”, los había interiorizado de tal manera, los había hecho carne de tal modo, que sus relatos de ello eran tan vívidos como para contagiarle a uno su sensación de haberlos visto, actuantes, palpables. Mi padre eligió el Colegio Nacional de Buenos Aires. Por mi parte, siempre tuve (y tengo) terror a los exámenes, a la idea misma de examen. Y no sé cómo logré atravesar, no sólo la primaria sino todo el bachillerato (que incluía seis años de latín), sin habérmelo propuesto y sin que pudiera aún hoy explicar cómo lo hice, sin rendir ningún examen por mis buenas notas y alcanzando incluso galardones. ¿Puede el miedo empujarnos a tanto? ¿Quién era yo, quién era ese que hacía (si es que se puede decir hacía) todo eso? Todavía me lo pregunto. Como era previsible, frente a la primera mesa de examen para la carrera de Arquitectura, en la UBA, me di vuelta y me fui, para ya no volver. En Filosofía y Letras fue peor: sólo logré asistir a una clase de Raúl Castagnino sobre “El discípulo”, de Ralph Waldo Emerson.

La Universidad de Princeton se hizo cargo de tu archivo personal y está en proceso de catalogación.
El interés vino por un colega amigo, ex profesor allí. Y las cláusulas me parecieron aceptables. También contribuyó un poco a decidirme el hecho de que ya estuvieran viejos y queridos amigos, como Juan José Saer, por ejemplo. No sólo lo conservarán en las mejores condiciones, sino que cuando concluyan la catalogación de ambos archivos, epistolar y fotográfico, la misma estará a disposición de todo el mundo. La información, porque para consultar algo hay que hacerlo personalmente allí. A mí sí me enviarán reproducción de lo que quiera, y ya he tenido buenos ejemplos de ello. De hecho, el listado me resultará útil incluso a mí: llegaría a ser tarea ímproba ubicar nada aquí, por mi cuenta.

En Francia y la Argentina, con tu prólogo y versión castellana, publicaron “Las cenizas y la luz / Milonga para Juan Gelman” de Jacques Ancet. ¿Qué nos podrías trasmitir sobre esa obra y, lo que acaso sea lo mismo, qué sesgo sostuvo tu prólogo?
Fue algo conmovedor, muy hondo. Jacques Ancet no sólo es un gran poeta y el traductor de Juan Gelman, quien nos puso en contacto, sino el autor de las mejores versiones en francés de las voces más altas de nuestra lengua: San Juan de la Cruz o Quevedo, por ejemplo. En los primeros días de 2014 me hizo llegar ese texto largo de treinta y cinco breves cantos, que comenzó a escribir el día antes de la muerte de Juan, de quien, como yo, era muy amigo. Desolados los dos por la irreparable pérdida, y tocado por la belleza y la transida humanidad de esos versos, así como su recuperación de estructuras tradiciones y de riquezas inventivas de la vanguardia, pronto aceptó mi inmediata sensación de traducirlos. Y así comenzó un intercambio vertiginoso, que superó las doce versiones, prácticamente al mismo tiempo, que Jacques iba escribiendo. Nos descubrimos de pronto inmersos en una tarea a cuatro manos que, al encontrarnos con las citas y alusiones de la poesía de Juan, que incluía, nos hizo percibir que de algún modo estábamos haciéndolo con él, como a seis manos. Mi prólogo: “Con Juan, sin Juan / (In)certidumbres de un traductor”, está transido, atravesado también por todo eso.

¿Por qué proyectos te “estás dejando llevar”?
Tengo que juntar coraje y volver a encarar una antología, por supuesto bilingüe, de René Char, que debería pulir, pulir, pulir… Y como siempre, hay demasiadas ideas, demasiados atisbos, demasiados proyectos abandonados que se resisten a morir, como la viejísima pero cada vez más empeñosa, casi irrealizable tentación de preparar un volumen sólo con las citas que me he visto obligado a marcar, a señalar, que me han tocado, casi siempre a fondo, desde mi adolescencia hasta hoy. Y pueden ser miles, me temo. Aunque quizá exagere. Es demasiado trabajo, realmente. Pero nunca me disgustó el trabajo.

acerca del autor
Rodolfo

Rodolfo Alonso nació en 1934 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Reside en Olivos, provincia de Buenos Aires. Publicó más de veinte poemarios y dos libros de narrativa. Más de diez volúmenes antológicos de su obra poética se fueron editando en varios países, y no todos en castellano. En el género ensayo destacamos “Poesía: lengua viva” (1982, Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo), “No hay escritor inocente” (1985, Segundo Premio Municipal de Ensayo), “La voz sin amo” (con prólogo de Héctor Tizón, 2006, Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Tradujo del francés, italiano, portugués y gallego a innumerables autores. Le concedieron, entre otros, el Premio Nacional de Poesía, la Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo (Venezuela), el Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín, el Premio Konex de Poesía, las Palmas Académicas de la Academia Brasileña de Letras, el Premio “Rosa de Cobre” de la Biblioteca Nacional.