Jueves 25 | April de 2024
Director: Héctor Loaiza
7.247.744 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
resonancias.org logo
157
Narrativa
2 1 2018
Ensoñaciones (fragmento) de Raúl Fierro

Seguí mi camino hacia el sur como un río a finales de verano, vacío y sin ganas. Las campanas de la torre repicaban con timidez anunciando una hora cualquiera. Pronto nevaría, pronto un manto blanco cubriría nuestros tejados tapando nuestra memoria, congelándola al menos, quién sabe si tapando también nuestra propia existencia. Las mañanas son frías aquí.
Después de unos minutos llegué por fin a mi primer destino, la vieja estación de tren que acogía los viajes y sueños de los pobladores de aquellas tierras montañosas. Me sobraba media hora así que me senté en un banco y saqué del estuche del violín el libro que estaba leyendo. Estaba cerca de acabarlo y eso me producía placer a la vez que cierta pena. El libro era de ciencia ficción con tintes románticos, o romántico con tintes de ciencia ficción, según se mire. Era realmente bueno, desde luego entretenido. Trataba de un tipo que viajaba en el tiempo a su antojo, por propia voluntad, a la época que le apetecía. Su mayor obsesión era conquistar a una mujer de la que siempre había estado enamorado, para su desgracia nunca había conseguido acercarse e intimar con ella. En su presente no conocía su paradero. La posibilidad de viajar en el tiempo innumerables veces le otorgaba las experiencias necesarias para ir cometiendo cada vez menos errores e ir conociéndola cada vez más, de manera que en cada nuevo viaje sabía mejor qué temas tratar con ella y cómo hacerlo. A medida que avanzaba la historia el protagonista volvía a viajar al pasado y se volvía a encontrar con la mujer. Para ella era siempre el primer encuentro mientras para él era uno más. Cada vez llegaba más lejos pero al final siempre fallaba algo y la mujer se despedía educadamente, poniendo un punto final que sumía al protagonista en una triste desesperación. Me quedaban algunas páginas para acabarlo.
Quizás era imposible cambiar las cosas y el propio tiempo, como un ente consciente y superior, impedía los cambios. Quizá no haya tiempo para lo imposible.
Mi viaje era más sencillo, transcurría a través del tiempo de una forma lineal. Como mucho podría parecer un viaje hacia lo ignoto, hacia lo desconocido, hacia un futuro incierto. El ruido del tren al llegar a la estación me despertó de tales pensamientos. Me levanté y esperé en el andén a que se detuviera y se abrieran las puertas. Justo al subir alguien pasó detrás de mí soltando una pequeña risa, una risa aguda, como un trino feliz de mi violín. Entré en el vagón sin poder ver quién había reído de aquella manera.
El tren traqueteó con fuerza mientras me acomodaba en un asiento al lado de la ventana. En el vagón en el que me encontraba había cinco pasajeros más, todos de avanzada edad excepto un niño que me miraba con curiosidad. Me miraba con ojos de niño, con ojos llenos de incógnitas sobre los misterios de la vida. Ya con cierta velocidad el paisaje se sucedía a través de la ventana, volvía a llover y las gotas de agua luchaban por mantenerse en su sitio en el cristal.
En la nebulosa que propicia el sopor, pensé que nuestra existencia discurre como gotas de agua en los cristales, siempre aferrándonos a nuestro sitio hasta que un inesperado viento o el peso de otra gota nos conducen hacia otro lugar en la vida.
Me debí quedar dormido un rato. Al despertar, el tren estaba parado, el silencio era profundo. Me levanté y crucé el vagón, no se veía a nadie, ni dentro ni fuera del tren. Bajé los escalones dispuesto a andar por aquel lugar desconocido. Parecía saber hacia dónde iba aunque no era capaz de precisarlo. Dejé la estación y caminé durante varios minutos hacia una loma que arrojaba reflejos de piedra y verde, en su falda el río se remansaba creando un lugar de corrientes suaves, apartado del mundo. Allí me senté, lejos de cualquier lugar. Allí, rodeado de agua, peña y soledad, esperé con extraña calma.
Pasados unos minutos apareció. La visión fue desconcertante, mezcla de belleza y paz. La chica me miraba con ojos de hielo azul, sin embargo, estos no alcanzaban a mostrar frialdad, más bien exhibían lo contrario, una calidez hipnótica. Era unos centímetros más baja que yo, diría que de mediana estatura. Sus facciones, suaves y preciosas, se escondían tras una melena oscura que le caía por el rostro, este era de tez ligeramente clara en contraste con su cabello. Su vestimenta parecía un poco rara para la época del año en la que estábamos. Llevaba un vestido ligero de color azul claro, con adornos de flores primaverales, por debajo unas finas sandalias sostenían unos pequeños pies. Era una visión hermosa. Una vez pasada la sorpresa me habló con una bonita voz:
—¿Has venido a verme?
—No, la verdad es que no sé muy bien qué hago aquí, creo que no conocía este sitio.
—Existe un lugar cruzando el río.
—¿Un lugar?
Creí ver un silencio en su mirada.
—Un lugar que no podrás comprender —añadió.
—No entiendo lo que dices.
—Ven.
La chica se quitó el vestido y las sandalias, dejándolos encima de una roca, y se metió en el agua. Vi que se decidía a cruzar el río, luchando con la débil corriente, el nivel de las aguas sobrepasaba, en unos pocos centímetros, la cintura de aquel ser increíble que había surgido de la nada. Yo dudé sobre qué hacer, todo era muy extraño. La atracción que despertaba en mí hizo que me encontrara en ropa interior a punto de entrar en el río. Me zambullí y seguí a la chica. En la otra orilla apartamos unos espinos albares y llegamos, siguiendo un estrecho sendero, a un claro rodeado de enormes abedules. Era un lugar hermoso y apartado de todo, parecía que allí no transcurría el tiempo. No tuve conciencia del frío desde que me desperté en el tren, ni siquiera al entrar en el río.
—Hemos llegado —dijo la chica.
—¿Por qué no hace frío? —pregunté.
—Ya no estamos en noviembre.
—¿No?
—Desde que bajaste del tren ha dejado de existir el tiempo, no trates de entenderlo.
—¿Me lo puedes explicar?
—Aún no. Sólo sé que me amas, de momento es lo único que puedo explicarte.
—¿Y cómo lo sabes? Nos acabamos de conocer.
—Me lo dice tu mirada, además no es cierto que nos acabemos de conocer. Nos conocemos desde siempre.
Hice verdaderos esfuerzos por tratar de entender qué estaba pasando. Lo único de lo que estaba seguro realmente era de que la amaba, eso era una certeza. Añadiré que no empecé a amarla a partir del momento en que la vi por primera vez, la amaba desde antes… desde siempre. ¿Podía ser eso posible?
Los árboles cerraban el lugar de manera que la única visión lejana se encontraba a partir de sus copas. El cielo parecía ahora despejado y bandadas de aves cruzaban sus dominios en busca de un lugar donde asentarse. La chica se encontraba tumbada en la hierba. Me tendí a su lado.
—Todo es muy extraño —le dije. Tengo la ligera sensación de que esto ya lo he vivido, pero me parece imposible.
—Nada es imposible aquí —contestó. Todos los días de tu vida has vivido este momento.
—No recuerdo haber estado nunca en este lugar, ni siquiera sé dónde estamos. El tren paró en una estación desconocida para mí, por alguna razón bajé de él y me puse a caminar como si hubiera algo que me atrajera, como un imán. Entiendo que ese imán eres tú.
—No trates de entenderlo. El resto de tu vida vendrás a diario a este lugar a encontrarte conmigo, este mismo momento se repetirá infinitamente de manera que estemos siempre juntos.
—¿Siempre?
Seguía sin entender nada aunque poco me importaba. «Siempre» era un concepto extraño para mí, como algo indescifrable, insondable, inabarcable.
La sensación que tenía al estar junto a ella, solos en algún lugar incomprensible, era de total felicidad, de total tranquilidad. Era algo que confirmaba la idea, tanto tiempo sospechada, de que este mundo tenía sentido.
Continuamos un rato tumbados, uno junto al otro, disfrutando del claro del bosque y de nuestra propia presencia. Creo que nos cogimos de la mano. Una chica así es lo que había soñado desde que empecé a tomar interés por el sexo femenino. Una mujer como aquella podía cambiar mi vida y convertirla en algo de incalculable valor. Debía hacer algo para lograr despertar su interés.
El recuerdo se torna vago en cuanto a lo que sucedió después. La chica se fue, yo volví al tren, creo.

acerca del autor
Raúl

Raúl Fierro nació en Barcelona en 1975. Su infancia y parte de su juventud los pasó en esta ciudad, estudiando música en el Conservatorio Municipal. Más tarde dejó su ciudad natal para vivir en Asturias, continuando sus estudios de música en el Conservatorio Profesional de Oviedo. A la edad de veintiún años se instaló en la provincia de León, donde vive actualmente. Es Graduado en Información y Documentación por la Universidad de León. Escritor por vocación, se introduce en el panorama literario con su primera novela “Ensoñaciones” (2017).