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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Opinión
7 8 2018
¿Son individualistas los jóvenes? por Ana de Lacalle

El mundo será lo que la juventud quiera; si esta ama la verdad y el bien, eso habrá en el mundo
Werner Karl Heisenberg

La denominada sociedad postmoderna está desde, hace años, cargada de tópicos que tal vez no responden fielmente al tipo de sociedad en la que nos encontramos.
Antes de profundizar en algunos de ellos, deberíamos explicitar los presupuestos de los que parte esta descripción, hoy ya típica de la sociedad postmoderna. En primer lugar cabe cuestionar la validez de una explicación que define una sociedad como el final de otra, y cuya identidad responde por tanto a la anterior. Entender que la sociedad es post-moderna, equivale a anunciar la caducidad de una forma de entender el mundo, pero no llenar de contenido la que aparece tras la modernidad. Eso lleva inexorablemente a la vaciedad de la sociedad emergente. Por eso quizás el término post-moderno, no en su origen pero sí posteriormente, fue adquiriendo una connotación peyorativa, como si al describir la nueva sociedad lo que se estuviera efectuando, en realidad, fuese un gesto de nostalgia de lo pretérito. Así, hemos leído hasta la saciedad, que la sociedad postmoderna es individualista, hedonista, posee un pensamiento débil y su rasgo permanente es lo light. La intención no es ahora analizar esta típica-tópica caracterización creo que desvirtuada desde su gestación, sino mostrar que, en cualquier caso, la sociedad actual no se aviene plenamente a este patrón y, en concreto, se desmarcan de él los jóvenes.

Una sociedad individualista es aquella que sitúa al individuo como centro y valor principal, pero en sentido negativo. Es decir, aquella en la que los individuos son egoístas y tan sólo velan por su propio bien, situando éste en un nivel superficial y materialista, que les lleva por consiguiente a ser, no sólo individualistas, sino también hedonistas. Aquí, no podemos obviar hacer una consideración respecto al uso tendencioso y desvirtuado que se ha hecho del concepto de hedonismo. En su origen el hedonismo tiene lugar en Grecia y es Epicuro el primer gran pensador que identifica felicidad con placer. Ahora bien, el placer es para Epicuro algo mucho más digno y elevado de lo que hoy consideramos –quizás por esa tendenciosidad antes mencionada y la tradición judeocristiana- El sabio griego distingue diversos placeres y, entre ellos, entiende que los mayores placeres que podemos experimentar son los del espíritu. Por eso, Epicuro, promovió una comunidad de vida donde la austeridad y el no necesitar bienes materiales superfluos eran condiciones necesarias de una vida feliz. En este sentido, el término hedonismo no puede ser utilizado para describir la voluntad de un individuo de centrar su vida en los placeres mundanos, porque nada más lejos de la intención del propio Epicuro.

Retomando la cuestión que nos ocupa, podemos afirmar que el supuesto individualismo y hedonismo materialista son consecuencias del neoliberalismo y su consecuente sistema económico, en cuanto éste convierte al individuo en consumidor y sitúa ahí el valor más preciado. De esta forma la identidad se diluye y el individuo despojado de todo aquello que podría proporcionarle consistencia, cae en un vacío de horizonte.

Pero curiosamente, las sociedades, los individuos que las conforman, no siempre se someten pasivamente a las imposiciones económicas que promueven un tipo de vida que sostiene y retroalimenta el sistema. Las primeras manifestaciones de resistencia a este tipo de sociedades podemos identificarlas claramente en movimientos como: el okupa, antiglobalización y otros denominados antisistema. Sin entrar a valorar ahora los principios y acciones de cada uno de ellos, es necesario apercibirnos de lo que poseen en común: una oposición al tipo de sociedad que impone el sistema capitalista como pensamiento único.

Estos movimientos formados en su mayoría por jóvenes demuestran que éstos son sensibles a cuestiones de interés común. Sin poseer tal vez discursos del todo consistentes -¿hay alguno hoy a parte del dominante?- son capaces de trascender el límite del propio yo y sumarse a una causa común que, entienden, es construir un sistema social más justo. No obstante, estos primeros gestos de oposición al sistema vigente son el embrión de lo que en nuestros días representó el movimiento 15-M. Éste último, de un mayor calado y amplitud en sus demandas y en el número de adeptos y diversidad de éstos, emerge como un intento de aunar voluntades en un contexto de crisis económica, política y social. Tampoco es ahora el momento de más análisis, pero en el contexto del presente escrito, todas estas manifestaciones de oposición y resistencia a un modelo económico y social injusto, en el que los jóvenes –no exclusivamente- han asumido un papel decisivo nos legitima a cuestionar ese tópico,  que la modernidad ha implantado sobre la postmodernidad, de que los jóvenes son individualistas. La juventud no es esa amalgama de individuos egoístas y “pasotas” que aún nos empeñamos en ver. Son herederos de un mundo nada estimulante, decepcionante diría yo, pero ellos han sabido sacar de su interior esa fortaleza, esa generosidad de luchar por cambiar un mundo que muchos creíamos ya inmutable. Sirvan estas letras para reconocer el valor, el compromiso social y la voluntad de hacerlo de forma pacífica de esos jóvenes que han llenado plazas, y calles. Los adultos que los hemos acompañado somos de alguna manera cómplices del mundo contra el que luchan, eso nos compromete moralmente, pero creo que no nos otorga mérito. Por fortuna, los jóvenes son menos individualistas de lo que muchos desearían.

acerca del autor
Ana

Ana de Lacalle (Madrid, 1964) estudia Filosofía en la Universidad de Barcelona, mientras trabaja en el campo asociativo y de la educación en el tiempo libre, primero en las entidades sociales y más adelante en el departamento de juventud de la Generalidad. Al licenciarse inicia su camino profesional como profesora de Filosofía en el colegio San Ignacio-Sarrià de la Fundación Jesuitas Educación, donde realiza trabajos de coordinación, tutoría y docencia, aprendiendo y disfrutando del arte de educar durante 23 años. Ha publicado el opúsculo “El príncipe destronado. El liderazgo del profesor” Ed.Bubok digital, Barcelona. 2012. Ha participado en la obra colectiva “Huérfanos de Sofía” cap. 2. Ed. Fórcola. Madrid. 2015; La novela “Híbrido”, editorial Adarve, Grupo Caudal, Madrid julio de 2018. Ha colaborado en la revista Filosofía Hoy (nº 49 y 56), etc. En la actualidad dedica su tiempo a la lectura y a la escritura.