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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Narrativa
9 12 2018
Entre dos mundos (fragmento) de Leticia Tello

Recuerdo que estuvimos cabalgando varias horas, pero parecieron días. Llevar las muñecas atadas a la silla y los ojos cubiertos hizo que el viaje me pareciera eterno; cabalgar esposada resultaba sumamente incómodo, y más aún si le sumamos la flecha que todavía llevaba al hombro. A cada trecho que avanzábamos, sentía que con más fuerza me ardía la herida. También notaba que el dolor se me estaba extendiendo: ya no solo era el hombro, hacía rato que un dolor lacerante me bajaba por todo el costado izquierdo.

Supe que debíamos de estar llegando a nuestro destino cuando oí el ruido metálico que produce el torno del rastrillo al girar. Y a juzgar por el ajetreo de fondo, ya no parecía que estuviésemos en el campo, sino en una pequeña ciudad. Sin embargo, con lo poco que conocía de geografía medieval, sabía que no había existido nunca ninguna ciudad o aldea en varias decenas de kilómetros a la redonda de Toledo, por lo que llegué a la conclusión de que tal vez estuviéramos en un castillo; pero de ser así, eso significaba que detrás del secuestro del infante había un noble, es decir, un vasallo traidor a la Corona. «Todo esto es demasiado raro», me dije.

Los caballos se detuvieron. Sonidos de gente al descabalgar. Después de unos segundos de incertidumbre, noté cómo me desataban de la silla y me bajaban del caballo, guiando mis pasos hacia el interior de algún sitio, pues la luz había menguado considerablemente.

Después, nos hicieron subir por una escalera. Dentro, el jaleo fue en aumento. Debía de haber bastante gente.

Me quitaron las vendas y vi que con Emma, a pocos pasos de mí, hacían lo mismo. Frente a nosotras se alzaba un gran portalón de madera, con forma de arco ojival. Dos soldados empujaron las puertas, dando acceso a un gran salón rectangular, todo él de piedra, con techos altos y abovedados. Nos empujaron desde atrás para que entrásemos.

De la pared izquierda colgaban una serie de tapices, rojos, verdes, azules, dorados…, y de distintos tamaños, representando cada uno diferentes escenas y motivos. En la pared opuesta, una mesa de mantel granate, con una veintena de frascas de vino sobre ella, la mayoría ya vacías, y un banco corrido formaban todo el mobiliario del salón.

Avanzamos poco a poco hasta el centro de la estancia, a la par que los allí reunidos, una docena de soldados, formaban un corro alrededor de nosotros.
—¿Estás bien? —me dijo preocupada Emma en cuanto nos detuvimos.

Le iba a contestar cuando, con un golpe por detrás, a la altura de las rodillas, nos hicieron caer a las dos al suelo. Emma mostró amago de levantarse.
—¡Arrodíllate! —le ordenaron bruscamente.

Estábamos arrodilladas sobre el frío suelo. A escasos cuatro metros de nosotras había unos pequeños escalones, que daban a una especie de palestra, donde había un trono de madera ricamente tallado.

En el trono se hallaba cómodamente sentado nuestro secuestrador.
—Al oír elevarse el rastrillo he deducido que estábamos en un castillo, y a partir de ahí he dado por sentado que algún noble os había encomendado la misión de secuestrar al niño. Ahora, al veros en el trono, veo que el noble sois vos mismo —empecé en cuanto lo reconocí.
—¡Pero, Pacheco! —comenzó Diego Méndez, por el que había apostado frente a Alexia en las justas—. ¿Qué me has traído aquí? Aparte de ser mujeres guerreras, también son inteligentes —por el tono de su voz, parecía estar pasándoselo en grande—. Pues no yerras, joven. Soy el barón Diego Méndez, noble vasallo del rey y noble traidor —se presentó. Todavía tenía la cara pintada y las ropas de la justa.

La duda me asaltó. Si desconocía que sus hombres nos habían capturado también a nosotras, ¿cuándo había vuelto el noble a su castillo?
—Ya sabemos quién eres. Te hemos visto justar contra Villena —le contestó Emma de mala gana, evitando los formulismos de trato para con la nobleza.
—Pero yo no sé quiénes sois vosotras… ¿Quiénes sois? ¡Vuestros nombres! —ordenó. Al no hallar respuesta por parte de ninguna de las dos, hizo una señal con la vista y dos soldados nos propinaron un golpe en la cara, uno a cada una.

El barón se levantó del trono, bajó los tres pequeños escalones y se acercó. Emma tenía un feo corte en la ceja izquierda y yo otro, bastante más pequeño, en el labio inferior.

Cuando llegó a nuestra altura, se agachó junto a Emma y susurró:
—Quiero vuestros nombres.

acerca del autor
Leticia

Leticia Tello, estudiante de Ingeniería en la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV-EHU), compagina sus estudios con sus dos grandes pasiones, la lectura y la escritura. Grandes desde Dickens o Dostoievski hasta Lorca o Hugo abarrotan las estanterías de su casa, pasando por autores más recientes como Laura Gallego o Matilde Asensi. Ha publicado Entre dos mundos en 2018, su primera novela, aunque su trayectoria literaria comenzó hace ya algunos años con la publicación en diferentes antologías, géneros tan dispares como el relato, la poesía, la carta, el microrrelato o los aforismos.