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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
1 9 2019
La espontánea espiritualidad de la obra de Juan Valladares por Héctor Loaiza


Juan Valladares llegó a París en 1973, con la ambición de construir una obra. Su memoria estaba cargada de reminiscencias formales de los mitos de la civilización Mochica que se había desarrollado en la región donde él nació, en el norte del Perú. En la Ciudad Luz perfeccionó su estilo. Desde 1973 hasta 1975, fue discípulo del artista inglés Stanley William Hayter (1901-1988) que desde los años veinte enseñaba grabado en su Atelier 17 de París, frecuentado por artistas célebres como Calder, Masson, Roberto Matta y Tanguy. Era un lugar de intercambio de modos expresivos, de estilos y de asimilación de nuevas técnicas creativas. Después Valladares se incorporó al equipo de Hayter como profesor. Cuando el fundador falleció en 1988, Juan Valladares y el artista argentino Héctor Saunier fueron los co-directores del taller-escuela que cambió de nombre, Atelier Contrepoint. Ambos artistas continuaron la labor del maestro practicando una visión estética y pedagógica muy amplia que permitía una gran libertad expresiva en los plásticos que asistían a sus cursos.

En otros creadores, un pequeño éxito transformaba radicalmente sus maneras de ser, en cambio Valladares mostraba una sorprendente ecuanimidad. Como todo auténtico artista, no estaba aguijoneado por la necesidad de reconocimiento ya que su principal objetivo era dominar la técnica para alcanzar la excelencia plástica.

Desde los años setenta, Valladares construyó una obra que no cambió de estilo ni de temática hasta el final de su existencia. El maestro de grabado S.W. Hayter la definió de este modo: “Vemos una franqueza y una cierta e inevitable trascendencia en la obra de Valladares, aunque aliada al más competente y elegante uso de la técnica, sus imágenes retienen un misterio y poseen un poder alusivo…” Adoptó “un estilo que amalgama — como lo escribió el ensayista de arte francés Gaston Diehl (1912-1999) — la intuición y la espontaneidad”. Otros críticos de arte pretendieron encerrar su obra dentro de la abstracción lírica o del neofigurativismo. Sus lienzos y grabados no representan la realidad de una manera mimética ni expresiva. En un texto definió así su objetivo: “Siento la necesidad de olvidar la apariencias de los seres y los objetos para buscar las fuerzas primordiales que los animan, las que proporcionan sus verdaderas esencias y sus dimensiones apropiadas…”

Podría decirse que su estilo recibió una vaga influencia del artista ruso V. Kandinsky (1866-1944) —cuya obra en el siglo XX es tan importante como las de Picasso y Matisse— por la preeminencia de lo espiritual en el arte y la libertad gestual. La obra de Valladares ha conservado una palpitante originalidad mediante el trabajo constante y riguroso. Lo que une a Valladares y a Kandinsky es la reflexión sobre la relación del artista y la obra de arte.

Las obras de Valladares representan formas y colores, liberados de los límites de la “figura” y de la representación de lo real hasta alcanzar lo poético. El pincel del artista parece espontáneo, pero forma parte de una escenificación largamente meditada, en la que los elementos formales y cromáticos no fueron dejados al azar. Adaptó de una manera alegórica los motivos de la riqueza artística del antiguo Perú, reducidos en muchos casos a los contornos y a las formas borrosas.

El clima onírico de sus obras se aproxima al arte surrealista por la utilización de símbolos, las líneas dispersas en aparente desorden que parecen ser signos de una escritura ancestral. Pero su estilo no es surrealista como los artistas que se formaron en París cuyas obras, aparte de representar lo irracional estaban fuertemente marcadas por la sensualidad, el chileno Roberto Matta (1911-2002) o el peruano Gerardo Chávez (1937), mientras que Juan Valladares va más allá de esos límites.

Me reveló en una conversación en París, a mediados de los ochenta, que para crear una obra partía de una premisa cultural con el objetivo de buscar la luz necesaria que ilumine la forma y el color. Esa sería la explicación de su estilo, por las alegorías humanas o las formas animales, que se integran en un universo simbólico. No obstante, la originalidad de sus lienzos y sus grabados reside en la utilización muy personal del color y en su finalidad de despertar en el espectador una “resonancia interior”.

La crítica de arte Sarah Roux describe sus grabados: “Hay une imbricación elemental de signos, un detalle aquí, una figura ahí, una referencia constante a una cultura y al arte precolombino que el artista conceptualiza de manera casi abstracta, su desafío es el color. (…) Un color que puede ser, en ciertos aspectos, magnífico, profundo y rico en su textura, ilumina la tela o el papel con sus rojos y sus ocres…”

La vida y la obra de Valladares se identificaron al principio del arte —reivindicado por Kandinsky— de la “necesidad interior”. Esta necesidad, asumida durante toda su existencia de artista, es la del derecho del creador a la libertad sin trabas de ningún tipo. Y esta libertad lo había encontrado en París.

En su grabado “Guitarra” (1999), Valladares con una gran fineza muestra al espectador las vibraciones musicales con sus trazos dinámicos, envolventes y circulares y por la selección cuidadosa de los colores. El ocre inspira efímeramente la dureza. Pero el gesto improvisado del artista impregna a sus líneas y a sus formas en movimiento una impresión de ligereza sonora. Como en casi todos sus grabados, detrás de esas formas espontáneas se esconden los dibujos cuyas líneas son difusas, la figura del músico que arranca una melodía a las cuerdas de una guitarra y que contagia en el espectador el alborozo.

En su cuadro, “Naturaleza muerta I” (óleo sobre lienzo), nos ofrece una escenificación donde aparecen de una manera difusa tres ceramios de la civilización mochica, otros objetos y frutas. En la parte central del lienzo, como un trasfondo, se impone la luz que suscita en el observador una calma atávica. Las líneas y trazos espontáneos y la riqueza cromática que adornan esa escena no son de ningún modo figurativos ni abstractos, sino pertenecen a una dimensión espiritual. Esa es pues la originalidad del arte de Valladares que esperamos sea reconocida en París, en su país natal y en Hispanoamérica.

acerca del autor
Juan

Juan Valladares (Chiclayo, Perú, 1938 – París, 2019). Desde 1964 hasta 1970, estudió en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú (ENSABAP) de Lima. Al terminar sus estudios recibió el 1er premio de la Fundación A.N. Wiese y la medalla de oro de la ENSABAP. Obtuvo una beca del gobierno francés para seguir estudios en París. Se instaló en la Ciudad Luz en 1973. Desde este año hasta 1975, estudió grabado en el Atelier 17 dirigido por el artista inglés Stanley William Hayter, frecuentado en el pasado por artistas de prestigio como Calder, Masson, Roberto Matta y Tanguy. En 1975, obtuvo el 1er premio de la Exposición Internacional de los becarios del gobierno francés. Paralelamente a su actividad creadora, se desempeñó como profesor en el Atelier 17. A la muerte de S. W. Hayter en 1988, legó a sus dos discípulos más destacados, Juan Valladares y el artista argentino Héctor Saunier para que continuaran la actividad del taller. Lo llamaron Atelier Contrepoint. Al rehacer su vida en 1999 con la artista colombiana María Elena Duque le dio un nuevo influjo a su obra. Desde 1973 hasta su desaparición, Valladares expuso sus obras individualmente en galerías de Lima, París, Toledo y Madrid (España), Basilea y Zúrich (Suiza), en el Reino de Bahréin, Munich y Dusseldorf (Alemania), Bogotá y Rabat (Marruecos). Sus obras figuran en colecciones de Perú, Holanda, EE.UU., Reino Unido, Bélgica, Argentina, Noruega, España, Colombia y en el Reino de Bahréin. Son numerosas las exposiciones colectivas en las que participó hasta sus últimos años.