Los recuerdos de Mario dibujan un pasado privado pero no por eso menos político. Incluso este joven judío, comunista, perseguido, exiliado nos cuenta su pasado para contrastar su presente. Sus ideales comunistas, revolucionarios, esos que le alcanza a su padre en la prensa partidaria mientras el otro espera la muerte; esos ideales que lo llevaron al exilio son en la Rumania de Ceausescu un montaje teatral más cercano a la tragedia que al ideal de la patria socialista pregonada. Así la Europa del llamado socialismo real le enrostra su comunismo de manual, sus desvíos pequeñoburgueses referenciados en la queja de tener que compartir habitación con seis estudiantes. Y será la voz de su padre la que aparecerá en recuerdos para encuadrarlo: “El socialismo es eso, Mario, todos tienen lo mismo. ¿Es duro dormir con cinco estudiantes en la habitación? Pensá en los que duermen en la calle. El socialismo te da de comer, estate agradecido”, le dice refrescando el dogma casi como un rosario de distribución de la pobreza.
Mario, en el mar, con la muerte acechándolo se aferra también a sus amores. Errantes como su propio devenir. Mujeres que fue encontrando en el camino de su viaje en Mujeres que le sirven, también, para volver a sentirse vivo aunque sea en ese instante efímero del orgasmo.
Otra cosa que Mario recuerda y nos cuenta con la destreza de un narrador exquisito, es el arte, la literatura. Sus pensamientos recrean esa puesta en escena que dirige en la que se recrea la pasión de Cristo. El camino a la muerte del joven revolucionario que se proclamaba hijo de dios, rey de los judíos. Y la alegoría es inevitable, el mar es la propia pasión de Mario, el oleaje los latigazos que despellejaron ese cuerpo torturado (tanto como el cuerpo de su propia compañera habitada por la muerte en el país de los desaparecidos). El horizonte aparece, se dibuja, lo piensa, como la resurrección, la vuelta a la vida, la certeza de la incertidumbre.
“No hago otra cosa que pensar. Es una manera de evitar ser vencido”, dice Mario en medio de las aguas del Tirreno, y quizás en esta frase radique el espíritu del texto: la memoria es la única forma de salvarse, de salvarnos, cuando por delante solo hay oscuridad y muerte. Ese viaje nos propone Naufragio en Bibbona ojalá puedan disfrutarlo como lectores.