Viernes 26 | April de 2024
Director: Héctor Loaiza
7.253.242 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
resonancias.org logo
157
Narrativa
2 11 2019
Con irritante delicadeza por Antonio Florido Lozano

Nochebuena. Once de la noche. Stepelpton y su numerosa familia cenan. Catorce, en total. Él y su esposa, tres hijos casados, seis pequeños juguetones. Mesa de caoba. Mantel lujoso, con bordados Damasco. El menú no es para menos. Para empezar unos canapés variados (incluidos los famosísimos Almirante, con mantequilla y langostinos). Luego unas sabrosas ostras gratinadas al champán, acompañadas de un consomé Olga, con oporto y vieiras. Una pequeña ración de patito asado con salsa de manzana como plato fuerte. Y frutas.
Una pirámide en el centro de la mesa. Frutas y flores, alternadas. Naranjas en la base, sobre ellas plátanos, trozos de piña; más arriba una circunferencia de kiwis, uvas, dátiles…Y en la cima, ella. Redonda, brillante, ligeramente rosa. La manzana observa desde su atalaya, desde su pico de Lucien. Todos comen. Miradas encerradas, como sus voces. Silencio elocuente. Solamente el chasquido de algún bocado, el sorbo inesperado y ruidoso de uno de los pequeños, la servilleta rozando unas comisuras descuidadas. Los sentimientos quedaron muy adentro. Stepelpton piensa en su mujer, en sus hijos desavenidos, en cómo solucionar los desencuentros. Pero, mientras estos hilos se cruzan en su mente, siguen con su cena de Navidad, mascarados, disimulando, inquietos.
Alguien colocó la manzana allá arriba. Unas horas antes. Pero ella es aguda, fina, de coral lapeado. Entiende lo que nadie se atreve a entender. Sospecha que pronto llegará el final, su final. Espera que los comensales se atiborren. Que a nadie le apetezca el postre. Porque intuye que la primera será ella, de seguro. Por eso tiembla. Por eso solloza en silencio. El corazón de la manzana es como de niño. Pequeño y sensible. Late y late. Horrorizada. Desea seguir viviendo, esparciendo su goloso aroma, su estética inefable.
Uno de los yernos escupe una broma al uso que no provoca el efecto deseado. Continúan serios, comiendo, bebiendo, tragando, deteniendo sus miradas en detalles insignificantes, mascullando cada uno sus propias, íntimas inquietudes, ocultos temores.
Navidad…
Violette comió sus ostras y sorbió un poquito de consomé. La joven, aburrida, dirige su mirada al centro. La pirámide es atrayente, perfecta, simétrica. También nuestra amiga se fijó en ese intrascendente detallito. Cruzaron ambas las miradas. La manzana percibió. La jovencita alarga su brazo y, con elegancia, con una irritante delicadeza, toma la manzana, rodeando su cintura con unos dedos pálidos y redondos. Ya están cerca la una de la otra. La joven sonríe por cualquier tontería que alguien emitió sin querer. La manzana respira ansiosa. Nota el tibio calorcillo de esos dedos tan jóvenes. La dentadura, al menos, es aún hermosa, perfectamente alineada, y blanca. Ella recordó a sus hermanas, colgadas todavía, en el intenso frío de la noche, bajo algodones sedimentados cargados de agua, de grumos crujientes de hielo.
Notó un dolor punzante, arco hiriente, entrando en su carne densa, ligeramente dulce. Pero la joven no continuó apretando. Se han levantado. Corriendo hacia las ventanas. Comenzó a nevar. Copos y copos. Albinos, suaves, geométricos. Cayendo con una lentitud exasperante y hermosa. La joven, sin embargo, clavó sus dientes antes de correr hacia ellos. Arrancó su ansiado bocado. Su mano desnuda abandonó la manzana que quedó suelta sobre la mesa. Desequilibrada. Asimétrica. Le faltaba un trozo de su hermoso y dorado cuerpo, de su tibia curva. Empezó a rodar hasta el borde, manchando el calado de lujo. Cayó al suelo. Olvidada. Y rodó por la tarima de roble hasta quedar bajo el aparador.
Navidad…
Todos embelesados con el frío y la nieve. Un hermoso horizonte dibuja su tenue contorno. Blanco sobre los tejados. Blanco sobre las aceras. Blanco sobre los desahuciados de la calle. Ríen casi sin motivo. Por primera vez. La colcha de piedad provoca que alguien rodee con su brazo un cuello largamente olvidado.
Navidad…
Ella perdió momentáneamente el sentido. Como dormida. Su cuerpo apoyado sobre un rodapié sombrío. Poco a poco logra atrapar su conciencia. Nota el rabillo torcido. La pulpa que se va oxidando. Le falta su pequeño arco de carne. Intenta descansar, olvidarse de todo. Pero es imposible. Oye unas risas compuestas, alfombrados sentimientos de mentiras guardadas, rencorosas. La joven limpia el jugo de la manzana que baja por su barbilla. Luego las pisadas juguetonas de los pequeños, los adultos regresando a la mesa.
Navidad…
Un sirviente trae los melocotones de Chartreuse y un par de botellas de ponche Romaine. Doce de la noche. La Navidad comienza a crecer, indomable, engreída, orgullosa.
Bajo el aparador se oye un ligerísimo lamento, una herida sangrante, inmerecida, indigna para un ser tan humilde. La Navidad no llega a todos. El frío de la noche se condesa sobre ella, creando una fina capa cadavérica, helada. La vida se le escapa. Tornando el rojo brilloso en un amarillo incipiente, en un rojizo reflejo del óxido que penetra por la pulpa desprotegida. El cáncer se va desplegando, ineluctablemente, por toda la manzana. Ella abre sus sentidos y grita. Con todas sus fuerzas. Sin boca, sin nervios, sin nada, pero el grito sale despedido como un rayo, alarido horripilante, maldiciendo esa pavorosa noche, pensando en la irritante delicadeza de la jovencita que la hubo tomado en sus manos. Algún día llegará…, se dice balbuciendo, entre sollozos, la pobre, la condenada manzana. Alguna otra noche. Tal vez una de sus futuras compañeras, en una cena como esta. Tal vez.
Rozo la tersa superficie de la manzana. Pronto le llegará la arruga, disforme conciencia de la muerte. Pronto. Pero no podré hacer nada, ni cambiar lo sucedido. Solamente la acompaño. Intento un consuelo imposible. Fuerzo mi voluntad mientras el resto carcajea, odiando en silencio, jugando. Veo y sueño en el escaparate curvo y deforme, reflejo insuperable de la fiesta que termina.
Navidad…

acerca del autor
Antonio

Antonio Florido Lozano nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la humanidad de este género que tuvo que abandonarlo. Reconocido como Embajador Universal de la Cultura en el año 2016, por la sede francesa de la Unesco, actualmente se dedica a promover la cultura y a impartir conferencias sobre su visión de la creación literaria. Ha publicado notas y artículos en la prensa diaria. Sus libros editados son: “Los cuentos del Guayacán” (2011), “Las tierras de Melampó” (novela, 2012), “Embriaguez” (novela, 2012), “Cuentos de amorfos y sombras” (2013), “Memorias de un viejo octogenario” (novela, 2014), “Ojos de Pez” (novela, 2015), “Veinte perros muertos” (novela, 2016), “Blattaria” (novela, 2016), “Jardines Imposibles” (cuentos, 2017), “Perro Inmundo” (novela, 2018). Ha publicado cuentos y ensayos en revistas electrónicas de México, Ecuador, Venezuela, Perú, Uruguay, Argentina y España. Ha recibido siete premios de literatura en su país.