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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Literatura
4 3 2020
El centenario del poeta Leoncio Bueno por Diana Quiroz Galván

En su casa-huerta de Tablada de Lurín, en Villa María del Triunfo, con 100 años a cuestas, Bueno nos lanza una de sus divisas. “Salud, amor y poesía. Viva la santa anarquía, prima hermana de la bella ecología”, dice sonriendo. Luego, nos pide un favor, “quisiera que saques esto y no las tonterías que sacan otros”. La anécdota que nos cuenta sucedió hace varias décadas y retrata el abandono que han sufrido algunos de los hombres más valiosos del Perú. “Cuando preparaba mi viaje a Europa me encontré con Adolfo Westphalen. ¿Cómo estás? le dije abrazándolo. ¿Sabes qué me respondió? “Aquí jodido y sin plata”. Estaba enfermo. Yo recurrí a Augusto Elmore y junto a otras personas lo internaron en la clínica Maison de Santé. No tenía seguro, nada”.
Tras este relato, la indignación y algo de la ironía que componen sus versos se lee en su rostro compungido. Lo mismo ocurre cuando rememora algunas de las veces en que fue encarcelado. La primera vez fue por un mes en 1944 por la huelga general. En el 48 por haber calificado, desde el periódico que dirigía, a Bustamante y Rivero como “sirviente del imperialismo norteamericano”. Luego, en el 52 fue acusado de instigar contra el gobierno de Odría. A inicios de los años sesenta su participación en la expropiación de los bancos lo llevó a purgar cuatro años de prisión. La última vez que quisieron ponerlo tras las rejas escapó por el techo de su vivienda y terminó instalándose definitivamente en las arenas villamarinas. Desde allí nos responde.

¿Quién sembró en usted la semilla anarcosindicalista?
A los nueve años yo ya había empezado a trabajar en la hacienda Pacalá. Allí conocí a unos anarcosindicalistas que habían sido trabajadores de las salitreras y recorrían el Perú haciendo obra de captación, ayudando a crear sindicatos, a luchar por la jornada de 8 horas y educando a los dirigentes. Fue entonces cuando empecé a formarme en política.

Fue el primer paso para convertirse en dirigente.
Para serlo había que tener una formación intelectual vasta. Conocer mucho la historia, especialmente la del proletariado. Entonces se decía que un dirigente sindical debía superar al intelectual de la burguesía, a los abogados, a aquellos que defienden el sistema. A que los ricos sean siempre más ricos, a que tengan siempre el poder y si es posible el poder absoluto. Por eso eran apreciados, tanto que los mejores escritores, los poetas más encumbrados, los respetaban y acogían.

Su educación fue autodidacta, eso hace que su mérito sea mayor…
No llegué a concluir el tercer año de primaria, los anarcosindicalistas me educaron. Por entonces yo no era Leoncio Bueno, sino Bulmaro Barrantes. Ese fue mi nombre hasta que llegué a Lima y quise terminar la primaria. Ni siquiera pude demostrar que había estudiado esos pocos años. Así que fui a la iglesia a sacar mi partida de bautizo y supe que Bulmaro no existía. Hoy me gustaría volver a ser aquel Bulmarito.

¿Añora los campos del departamento de La Libertad?
Bulmaro era un desconocido. Amaba y daba de comer a los animales, traía la leña y el agua de la acequia para la casa. Era un campesino necesario en la familia porque hacía las cosas que nadie más podía hacer.

Hasta casi los 20 años usted vivía entre mujeres. ¿Cómo moldeó su carácter esa experiencia?
Era un entorno femenino pero machista. Mis tías y madre eran negras y tenían que defenderse del acoso de la sociedad, del racismo, de la discriminación, por eso se pusieron bien machas. Y al principio de mi vida yo lo era. Luego, la cultura me hizo ver mejor las cosas. El machismo es la maldición que trajo la iglesia católica al Perú y a toda América. Si lees la biblia te das cuenta de que las mujeres no valen nada. ¿Por qué no hay un obispo o un papa mujer? Porque la consideran inferior. De nuestras culturas, ninguna ha pasado a la historia por ser machista. Más bien adoraban a la tierra, la luna. La femineidad era muy apreciada.

Entre los innumerables libros que leyó como parte de su formación también hubo varios de poesía. ¿Cuál fue el primero?
Los anarcosindicalistas siempre nos dijeron que debíamos remontarnos en la historia. A los griegos, porque ellos crearon la democracia, la cultura, la poesía, la tragedia. Primero fueron Esquilo, Sófocles, Eurípides, Homero, luego vinieron los romanos como Virgilio. No solo había que leer mucho, recitar y memorizar, sino también que escribir.

De los géneros literarios, el lírico es poco apreciado. ¿A qué lo atribuye?
La poesía es la creación permanente del lenguaje, pero muchos creen que no vale mucho. Es mentira. La poesía es el canto y todos lo adoramos. Del canto no solo viene el amor o la belleza, viene el baile, la alegría y también mucho dinero porque los grandes cantantes se hacen ricos muy jóvenes. ¿Y quién escribe las canciones? El poeta pues. La gente que no sabe apreciar la poesía dice que es una cojudez.

Y en su caso, ¿ser poeta ha sido alguna vez rentable?
Estamos en el Perú, pues. Yo hago poemas sobre la lucha y justicia social. Eso no da plata. No vende. Pero porque me pase esto a mí no voy a decir que la poesía no da. Yo hago lo que me enseñaron los anarcosindicalistas y siendo uno de ellos mi vida ya está marcada para siempre.

Usted ha tenido muchas facetas. Peón, obrero, sindicalista, escritor, poeta. ¿Cómo se define?
Como un hombre que ha tenido que sobrevivir. Y he podido hacerlo hasta la edad que tengo porque siempre he intentado ganarle a la vida. Nunca he sido un vago, borracho, ni jugador ni drogadicto. Soy enemigo de los excesos. El ser humano se ha convertido en el criminal más grande del mundo y está acabando con la naturaleza debido a sus excesos. Aristóteles decía que el único animal en la tierra que cava su tumba con sus propios dientes es el hombre. Hipócrates afirmaba que tu medicina debe ser tus propios alimentos. Horacio, que la felicidad de la vida consiste en el vivir con poco. Pero ¿quién quiere vivir con poco? Queremos todo. Eso destruye. Y sucede porque los seres humanos todavía no somos civilizados, ese es nuestro drama.

¿Qué opina de la violencia que vivimos actualmente?
Imagínate, 165 feminicidios registrados el año pasado. Solo registrados porque intentos ha habido como 300. Y además la corrupción que recién ahora estamos descubriendo, pero que ha existido desde que llegaron los españoles en busca del oro. Y hasta ahora nos acordamos de la Av. Colonial, aunque su nombre ahora sea Oscar R. Benavides. Seguimos soñando con la colonia cuando ahorita vamos a celebrar el segundo centenario de nuestra independencia. Tenemos un grave problema que resolver, es un problema cultural.

También de identidad.
Todavía no somos una nación. Estamos dispersos y somos diversos. Esa es una tarea por resolver. Lo dijo Einstein cuando lo preguntaron qué es lo más infinito: el universo y la estupidez humana.

Volviendo a su biografía, ¿qué lo motivó a trasladarse a Lima?
Mi educación no podía continuar en el campo. Yo ya estaba picado por la cuestión política literaria y periodística. Ya sacábamos un periodiquito en Casagrande los miembros de la Federación Aprista juvenil. Se llamaba Senda. Cuando llegó Haya de la Torre la mayoría de anarcosindicalistas del norte se volvieron apristas y otros comunistas.

¿Cuándo empieza a convertirse en realidad su sueño de ser periodista y poeta?
Una de las primeras cosas que hice al llegar a Lima fue presentarme a La Prensa para que me conozcan. Era bien audaz. Tanto que me hice amigo de César Miró, el antólogo de César Vallejo. Fue él quien me abrió las puertas cuando me escuchó recitar poemas en la radio de la cual era el director. Me dio una tarjeta de contacto con unos señores que iban a sacar una revista llamada Hora del Hombre. Era el año 1943. Me dijo, tal y tal poema son muy buenos. Cuando fui resultó que eran comunistas. Me jalaron y me hicieron colaborador del diario que tenían. Se llamaba Democracia y Trabajo.

¿Recuerda algunos de sus primeros poemas?
“La sinfonía roja”. Comienza diciendo: “yo quisiera, cuánto quisiera apretar en estas manos y estos dedos jornaleros, el arpa de Beethoven”.

¿Qué edad tenía cuando recitó por primera vez en público?
Como 23 años y raíz de eso ya escribía en los periódicos. Pero cuando llegó la huelga de 1944 me despidieron por ser trotskista. Y yo ni sabía que era eso. Adolfo Westphalen me llevó donde Rafael Méndez Dorich que tenía un baúl lleno de literatura de la época en que había un lío entre Trotsky y Stalin. De allí nos alimentamos y nos decidimos a sacar periódicos propios. El primero se llamó Revolución, yo era el director. Duró tres años más o menos. Y después nos tocó deambular con los poetas. Sacamos la revista Cara y Sello. En el 48 me metieron preso por seis meses.

¿Con qué panorama se encontró al salir de la cárcel?
Nadie me daba trabajo y en la fábrica de tejidos El Progreso donde yo había trabajado 8 años me querían echar como un perro. Primero tuve que vender botellas, después compré cajas viejas de baterías parara fundir plomo. Con la indemnización que recibí de la fábrica abrí mi taller en el Jr, Restauración 160, en Breña. Más o menos era el año 49. De allí salté a varios periódicos. En Expreso, Paco Moncloa me jornaliza. Yo creía que ahí iba a escribir gratis como siempre había sido. Fue la primera vez que me pagaron. Iba a llegar el año y tenía un montón de cheques sin cobrar.

En los años ochenta participó en la película “Fitzcarraldo” de Werner Herzog. Cuéntenos sobre su elección como actor.
Herzog había dicho que quería una persona con cierta experiencia pero que no sea conocido. Mis amigos me propusieron y quedé. Hice el papel del jefe de la cárcel que mete preso al protagonista Klaus Kinski, que hacía del cauchero Fitzcarraldo. Claudia Cardinale era su pareja en la ficción. También actuaba Mick Jagger.

Su taller El Túngar es famoso porque se convirtió en punto de encuentro para los poetas de los años 60 y 70. ¿Cómo sucedió esto?
Por Arturo Corcuera. Resulta que cuando yo salí de prisión él había leído la antología “Actitud y presencia de nuestros poetas durante la guerra”, y yo era de los poetas compilados. A Corcuera le gustó. Le dijeron dónde ubicarme y me buscó. Desde ese momento nos hicimos amigos. Él conocía a todos los poetas porque su hermano Marco Antonio sacaba en Trujillo los Cuadernos Trimestrales de Poesía y ahí salían solo los de las galladas, los escogidos. Y todos querían salir en esos cuadernos.

Hace poco dijo que llegar a los 100 años era una maldición…
O una bendición, si se tiene plata. Pero si no, te jodiste. Uno ya no puede valerse por sí mismo completamente. Para una persona de mi edad cambiarse la ropa o bañarse es una utopía, es muy difícil. Yo no tengo plata para pagar una enfermera, mucho sacrificio hacen mi hija Gladys y mi mujer. Por eso digo que para mí es una maldición y que quisiera ser otra vez Bulmaro para no tener estos problemas. Con la edad viene el dolor, uno no duerme bien, es terrible.

Sé que los problemas pulmonares también lo aquejan.
Todos los años porque tengo aparte de hipertensión, bronquitis asmática. Es decir, las tuberías de la respiración se me cierran. Y en una de esas si no tengo quién me ayude y lleve a emergencias me puedo morir. El doctor me ha dicho que yo no debo contar la vida ni por meses ni días sino por instantes. ¿Qué es la vida? Un instante entre dos eternidades.

Si tuviera que elegir un poema suyo, aún vigente, ¿cuál sería?
Uno que le escribí a mi abuelo. Yo fui a verlo cuando estaba agonizando, pero resistió. Tuve que regresar y en ese trance fallece. Me dio tanta pena no estar junto a él. Así que le escribí la “Agonía de un labrador”. Ese es mi mejor poema, aunque es antiguo, del año 50 y pico. Las dos veces que lo he leído en mi vida ha causado tremendo golpe. La primera vez fue en el paraninfo de la universidad de San Marcos. Es mi poema signo.

¿Se considera un hombre triste, como reza uno de sus poemas?
En realidad, lo soy. He sufrido mucho de niño. Pero siempre he buscado convertir esa tristeza en alegría.

acerca del autor
Leoncio

Leoncio Bueno nace en enero de 1920 en un paraje de la Hacienda La Constancia, cerca de Trujillo (Perú). Autodidacta desde niño, trabaja en los cañaverales de la Hacienda Facalá, anexo de Casa Grande, donde son sus maestros los activistas anarco-sindicalistas. A los 19 años arriba a Lima, haciéndose sucesivamente peón de construcción y obrero textil. En 1943 publica sus primeros poemas, entre ellos los que recoge la revista “Hora del hombre”, vinculada al Partido Comunista, al que había ingresado. En 1944, participa de la creación del Grupo Obrero Marxista, junto al dirigente obrero Félix Zevallos y los poetas Emilio Adolfo Westphalen y Rafael Méndez Dórich, el cuál devendrá en 1946 el Partido Obrero Revolucionario —sección peruana de la IV Internacional. Es cofundador del grupo de escritores Primero de Mayo, en 1956. Su primer poemario aparece diez años más tarde: “Al pie del yunque”; al que seguirán “Pastor de truenos” (1968), “Invasión poderosa” (1970), “Rebuzno propio” (1976) y “La guerra de los runas” (1980). Obtuvo menciones honoríficas en el Premio Nacional de Poesía (1973) y en el Premio Casa de las Américas (1975).