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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
4 8 2020
Verónica Vidal: poetizando en la rueda del sinsentido

I

Acontezco en el goteo de la ceniza sobre el agua
los pies dispersos surgen
crecen hasta el cielo
pero sigo vacía en un cuerpo contráctil.
Debo anclarme a una piedra
a un pólipo de suerte
ceder mis brazos al tentáculo del fuego
abrir la boca en cápsulas de aire
y adorar la salida desde madre.
Sin el olor a madera sin petricor ni flores
me he soñado despierta desde la entraña del barro.
Ahora vago difusa en el océano herboso
levito de un círculo a otro
persuadida a encorvarme
dejarme sangrar por quien me corte
pedir perdón por tantos males:
por la sexualidad de padre y el silencio de madre, dedos que inseminan los oídos recién llegados
culpables de estar una vida juntos.
El aliento de papá es fermento de saliva
de su piel hinchada nacen el vidrio y los jodazos que se cogen hasta la carne del rostro de mamá.
Puedo volver a casa sólo para arrancar el piso
usarlo como piel
estirar los ojos
y restregarlos contra las púas que caen del techo
sentirme una araña
que de un momento a otro
huye
y entrega sus pies a las mantarrayas
o abre la boca para que le muerdan la lengua y se salgan todos los versos que engrosan las lágrimas.
Pero mi pecho agitado no es valiente
no vuela
regresa al polvo blanco cada tormenta
es carne que respira apretándose las venas hinchadas de culpas blancas.
Estoy golpeada por rosarios, oraciones y crucifijos que dibujan un rostro astillado en el pavimento
misterios gozosos que se beben mis espinas
y me las escupen de vuelta en mis horas más felices.
Nada, nadie es el gran culpable
no debemos pedir cuentas de dolor a nuestras familias blancas
ni cobrar venganza.
Sólo hay que chupar la teta del árbol genealógico y ahorcar la voz
tragar la leche agria y dar las gracias
cerrar el puño, abultar la maldición recurrente y desdoblarse en sombra bastarda
o en tímido silbido de la casa
a medianoche.
El ardor se hace cuerpo sin garbo, imagen que pesa en la boca, manos que dividen al día del insomnio.
Velero en la espalda que trae lo no-dicho.
Minutos secos que se cortejan y forman un día.
Cuerpo lleno de días cargando telarañas.
Siendo un filo, un-sin-historia, que abre párpados en el suelo con su voz.
Pero el poema está en escombros, sin ecos, cada vez más pequeño.
Como una cigarra primogénita del instante
un hecho incierto
que se ondula y expande
en virutas de polvo que un día se irán con el agua.

 

II

Junté las piedras del camino y observaban desde mi bolsillo
Recorrí calles pregonando vendiendo chiflando
Y desde mi bolsillo las piedras llamaban para herir(los)
Fui de la calle de las pocilgas de los bandidos
Fui irracional
Reventé mis cristales con las piedras
Ya lo hice
Ahora vengo a besar las páginas rotas de mi historia.

 

III

Pedirás que acalle la tormenta para no romperme
Y piensas que mi pozo tiene el agua turbia
O que las palabras ya están todas contadas
Que no puedo inventar nuevos signos que consten más de una palabra y entre varias digan más que la simple expresión ¡Escucha!
Te he dicho que no
No
No
No
Girando mi cabeza en más de dos direcciones
Te he dicho no, porque soy más laberinto que un gesto
Me nombro envidia, ecuación de horror, hoja en blanco
Veo garabatos y arabescos que huyen de mis manos
Quedo muda
Suavísima corriente furibunda
Decido incendiar mis fronteras
Ser pergamino
Sin ayuda de un verdugo.
Te he dicho que no
No todos los besos son poemas
No es como dices
No es como digo
Es más que eso
Es un tumor en la voz
Que me ha convertido en libro sin hojas
Peso muerto
Apagado sin poesía
Sobre una cruz que se clava en Gólgota.

 

IV

A María Lourdes

En la cúpula del cielo el oropel se aburrió de verte
Lánguida lívida pálida frágil tímida
Ábrete el costillar manchado de lunares
(Hasta eso llegará a su fin)
Ábrete la mama ausente y traza el vector hacia la vena cava
(Y un guiño otra vez)
Grita
Mientras aprietas mi mano
Que pare
Que pare el cangrejo que muerde mastica y escupe tus nervios
Ese que nos vio arrodillados y se burló
Que conoció a tus hijos y se burló
(Ojalá pudiera atravesarlo con una lágrima ácida)
Así me muera contigo
Pecho lleno de furia, no te preguntaron si querías vivir
Dispara un alarido a la entraña de tu madre –Moira– que susurró muere cuando los tuyos rezaban alto
Vomita la línea de seda del bisturí farsante
Y maldito sea el diafragma que escuchó a tus ventrículos rendirse a la familia al engaño a las tijeras que mamá sacó a papá al abandono al ignoro al desahucio a la medicina que pudre al colega que traiciona y a la foto que ríe y saluda desde un ataúd
Te rindes
Me rindo Me duele el pecho.

acerca del autor
Verónica

Verónica Vidal (Venezuela, 1995). Escritora, profesora de idiomas, editora adjunta de la Revista Literaria Awen (Venezuela) y coordinadora editorial de Ediciones Palíndromus. Forma parte de la antología de poesía venezolana “Ant[rop]ología del fuego” y de la antología de cuento “Palabrerías” (México). Mantiene las columnas de entrevistas: Antiliteratura de las cosas (Revista Littengineer, México-USA) y La Maga y el Quetzal (Revista El Camaleón, Guatemala). Ha participado en talleres de creación literaria en México y Estados Unidos. Ha publicado la plaquette de narrativa “Cartuchos Vírgenes” (Ediciones Awen, 2018) y el poemario “Nardos Casi Despiertos” (Ediciones del Útero, 2020). Sus textos han sido publicados en revistas y plataformas literarias de Venezuela, Colombia, España, Chile, México, Perú y EE.UU. Actualmente vive en Lima.