Junto al relato de Marco y su caída ante el rosismo, leemos la historia de Pablo, un joven militante de los años setenta. Más que como un salto en el tiempo, ambos pasajes se leen como instancias textuales superpuestas, dos historias de lucha y persecución que se adivinan unidas por una misma vocación. En la huida de Pablo, la novela nos hace afinar el oído con la sensibilidad del perseguido, atento a sonidos sutiles que pueden ser el anuncio de la tortura o la muerte. A pesar del ambiente espeso del terror, la novela no se priva de una belleza intensa y triste. Las percepciones nos abren el mundo con todo lo que hay en él, aunque lleguen juntos el olor de las naranjas y los cuerpos ensangrentados.
Entre los relatos que leemos aparece también la historia de los verdugos. Estos personajes son a veces tan comprometidos con sus causas que, a pesar de su infamia, aparecen como un espejo deformado de nuestros héroes. Otros, de vidas mediocres, nos recuerdan que el terror no solo es obra de grandes figuras nefastas, sino también una empresa artesanal de hombrecitos frustrados que encuentran sus minutos de poder. Pero también a los vencedores les llega el momento del desprecio y el olvido. Y llega el momento previo a la muerte, cuando aparecen preguntas parecidas a las de todos: ¿pervivirán las propias obras? ¿Qué sentidos sobrevivirán? ¿Para quién se lucha y por quién se muere? Llegado el punto final de una vida, perseguidores y perseguidos comparten una única forma de diálogo: solo pueden hablarle al amor y a los enemigos.
Nada es seguro, salvo la soledad y la muerte. Pero en medio de lo incierto, alguien vuelve a pronunciar un nombre desaparecido y la palabra conjura el olvido. Las misiones inconclusas hablan a las nuevas generaciones. No como nostalgia, sino como impulso vital que anota ideales antiguos con palabras nuevas. Así el amor y los alegatos. Así las cartas que no llegan a destino y, sin embargo, se escriben.
La voz de Marco Avellaneda, desanclada del cuerpo, recorre el desierto de la historia. No busca perdón. No perdona. Afirma la existencia de un tiempo donde la pregunta por la responsabilidad de cada uno ante los sufrimientos del mundo se resiste a morir.
Marcos Rosenzvaig, nació en Buenos Aires en 1954. Dramaturgo, ensayista y escritor. Curso estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Málaga (España) que se coronaron con una tesis doctoral “Ser e identidad en el teatro de Copi”, sustentada en la misma universidad. Fue profesor de Letras en la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina), 1982. Ensayos publicados: “Técnicas actorales contemporáneas”, Editorial Capital Intelectual, 2011; “El teatro de la enfermedad”, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2009; “Il teatro inopportuno di Copi”, Editorial Titivillus, 2008; “Copi: Sexo y teatralidad”, Biblos, 2003; “Copi: Laberinto de espejos”, Editorial Universidad de Andalucía, 2003, Málaga; “La historia del teatro idish en la Argentina”, Cuadernos de Investigación teatral del San Martín, 1991, Nº 1. En la Editorial Leviatán de Buenos Aires: “Tadeusz Kantor o los espejos de la muerte”, 2008; “El teatro de Tadeusz Kantor”, 1995; “Prólogo y entrevista a Fernando Arrabal”, 2000. Obras teatrales: “El veneno de la vida”, Biblos, 2011; “Tragedias familiares”, Leviatán, 2010; “El pecado del éxito y otras obras”, Leviatán, 2006; “Niyinsky y otras obras”, Leviatán, 2003; “Regreso a casa - Qué difícil es decir te quiero”, Leviatán, 2000; “Tres piezas de teatro”, Leviatán, l998 y “Teatro”, Leviatán, 1992.