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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
1 5 2002
"Habla Botero" por Héctor Loaiza

PROLOGO

Fernando Botero afirma que el trazo en los lienzos de algunos de los grandes pintores del siglo XX se asemeja a la grafía de sus apellidos. Al final de su vida, Picasso acabó pintando sus célebres lienzos con esas líneas rápidas, con esos trazos nerviosos, que más parecían "S"... Es también el caso de Botero, por la abultada presencia de la "B", que insinúa sus "gordas" famosas y las dos "O" que sugieren la expansión en sus temas. Una tarde de octubre de 1981, fui a su taller de Saint-Germain-des-Près para hacerle una entrevista que fue publicada después en el suplemento cultural de un diario venezolano. Siempre recordaré la impresión que me causaron sus esculturas y sus lienzos inacabados... Según Botero, la búsqueda de un artista consiste en el trabajo de la forma y alcanzar así -mediante la acuidad de sus sentidos- una intuición de la realidad más allá de la anécdota. ¿Por qué deformaba a la naturaleza en su obra? ¿Cómo se podría explicar el "fenómeno" Botero? Esas eran las preguntas que me hacía y que siguen haciéndose el público, los críticos y los periodistas. En el invierno de 1983, le propuse hacer un libro sobre la base de una larga entrevista grabada, en la que él mismo explicaría ante el micrófono su itinerario, sus comienzos en el arte y el encaminamiento de su reflexión. Con la gran cortesía que le caracteriza, Botero se entusiasmó por la idea y desde ese año hasta 1985, grabé cada vez que el artista se encontraba en París nuestras conversaciones sobre su vida y su trayectoria artística. Por primera vez en Europa en 1953 e insatisfecho del arte posmoderno, el de las llamadas vanguardias -practicado en París y en Nueva York-, Botero se orienta hacia el pasado, hacia la escultura egipcia, el arte asirio y especialmente hacia el arte italiano del quattrocento y del cinquecento, fascinado por la grandeza majestuosa de este arte. La crítica y el público, cuando regresó a Colombia dos años después, no apreciaron sus lienzos pintados en Europa con un estilo de proporciones monumentales. Partió entonces a México donde el expresionismo de los muralistas Rivera, Orozco y Siqueiros se había desarrollado durante la primera mitad del siglo XX. Pero cansado de las limitaciones de esta corriente, prefirió estudiar las técnicas de los artesanos ceramistas. En este país, descubrirá su estilo definitivo: "... En 1956, después de un día de intenso trabajo, tomé desprevenidamente un lápiz y dibujé una mandolina de formas amplias y generosas, como siempre las hacía. Sin embargo, en el momento de dibujar el agujero en el centro del instrumento, hice un hueco más pequeño que lo normal y de repente la mandolina adquirió proporciones de una monumentalidad extraordinaria..." A partir de ese instante, su desafío consistirá en pintar recuerdos míticos de su infancia y de su adolescencia en Medellín, su ciudad natal, y de temas inspirados en la realidad latinoamericana. Los temas del arte figurativo del siglo XX habiéndose agotados, se puso a "recrear" los lienzos de los grandes maestros clásicos: Mantegna, Caravaggio, Leonardo de Vinci, Velázquez, Rubens, Durero, Goya y los del siglo XIX, Bonnard, Ingres y Manet. Ya que el artista contemporáneo -según Botero- no es más que el corrector del arte universal, el que está en los museos. Su búsqueda temática estará acompañada del completo dominio de todas las técnicas: acuarela, óleo, fresco, pastel, dibujo con carbón o con lápiz y, desde los años setenta, la escultura con la que ha ganado una merecida celebridad mundial. Botero ha demostrado ser un "perfeccionista" en su arte y en otros como la escritura. Cuando le propuse reproducir en este libro un facsímil de una página mecanografiada de mi entrevista, modificada y desarrollada con pasión por él en 1985, me sugirió de no publicarlo. El crítico francés, Gilbert Lascault en su libro, Botero, la peinture (1), señaló también que nunca quiso revelar al público los bosquejos, croquis y dibujos preparatorios a la realización de sus lienzos. No se conocerán tampoco sus "carnets de notas" en los cuales transcribió sus experiencias cotidianas de la práctica de la pintura durante los trece años vividos en Nueva York. Con su estilo tan personal, Botero subvirtió el orden plástico contemporáneo y abrió la brecha en la búsqueda de nuevos modos de expresión formales. Y todo eso subtendido sin cesar por una gran ironía. Este libro es pues el resultado de mi curiosidad hacia la obra y la vida de un artista innovador y responde igualmente a su deseo de compartir con los lectores las bases espirituales y teóricas de su trabajo.

París, 1997

UNA CÁSCARA DE PLATANO AMARILLA HÉCTOR LOAIZA: Empecemos por la memoria. Cada vez que se retorna a los recuerdos infantiles, siempre nos encontramos con la primera imagen consciente que nos ha causado un gran impacto. Para usted, ¿cuál fue esa primera vivencia? FERNANDO BOTERO: Un día de sol ardiente, estaba sentado en el quicio de la puerta de mi casa en Medellín y contemplaba una cáscara de plátano amarilla que se encontraba en el suelo. Debía tener dos años y medio. Esa imagen es tal vez la más remota de mi vida. Después tengo el recuerdo de mi padre hablando por teléfono; y el siguiente es la evocación de su muerte a fines de 1936, cuando yo ni siquiera tenía cuatro años. Aquel día, mi padre llegó a casa con un perrito blanco envuelto en un paquete, como para darnos una sorpresa (éramos tres hermanos: Juan David el mayor, Rodrigo el último, y yo el del medio). Mi padre era simpatizante de la República Española y en ese año se estaba preparando la guerra civil. Se hablaba mucho de política y por eso mismo llamó al perrito Miaja, como el general republicano. Era mediodía y toda la familia estaba reunida. De repente mi padre dijo que se sentía muy mal y le manifestó a mi madre que nos enviara a la casa vecina. Tenía cuarenta años cuando murió de un ataque fulminante al corazón... ¿Usted presenció esa escena? Yo no la vi, pero sí recuerdo la conmoción, el llanto y la casa llena de gente. Al día siguiente yo seguía jugando, pues no nos habían dicho que había muerto... Luego pasaron los años y siempre tuve la impresión de pedalear en un triciclo rojo por una inmensa casa vacía. Esos son los recuerdos más antiguos que tengo de mi infancia. Se puede decir que la muerte de su padre le hizo vivir en una atmósfera nostálgica... La ausencia de mi padre no se hizo notar. Era una especie de agente viajero, que llevaba muestras de diversas mercancías y estaba siempre de viaje, pero de una forma rudimentaria, como solamente era posible en Colombia en esa época. Recorría pueblos con su recua de mulas, ayudado por otras personas, como Antonio quien venía a casa, pues era su asistente principal. Tengo fotos de mi padre vestido de arriero, arreando sus mulas. Cada vez que se iba, me dicen que lo acompañábamos hasta el pueblo de Caldas, a unos treinta kilómetros al sur de Medellín, que era hasta donde llegaba el tren y la ruta. Mi padre solía ausentarse durante un mes y medio y después regresaba. Así que no fue su ausencia la que más se sintió en nuestro hogar, sino el drama, el clima de tristeza al ver a mi madre llorar durante largos años. ¿En qué día y en qué hora nació? Nací el 19 de abril de 1932, pero nunca me dijeron la hora. Hay que entender lo que era Medellínen la época: no había ninguna sofisticación astrológica ni se publicaban horóscopos. El único problema era subsistir en un ambiente difícil. Después de la muerte de mi padre, la supervivencia se hizo doblemente laboriosa. Todasesas veleidades intelectuales no existían; nohabía campo ni energía para ellas. Sólo me preocupé por seguir vivo... A través de su obra se siente la presencia de su ciudad natal, ¿cómo fue entonces su infancia? Lo interesante de Medellín es que, siendo una ciudad de montaña, ubicada en un valle muy cerrado, permaneció incomunicada durante mucho tiempo. Cuando nací, habían medios de comunicaciónpero difíciles. Así, durante siglos -acausa de esta situación- se desarrolló una mentalidad muy especial y bastante provinciana. Era un microcosmos en el cual todos los niveles sociales y políticos de la sociedad colombiana estaban representados. Es decir, el alcalde se convertía en una especie de Presidente, el Obispo era el Papa, luego estaba la burguesía, y por último la clase media y los pobres. Era una sociedad bastante completa que me dio una visión casi teatral de la forma como estaba organizada. Conservo recuerdos de hechos que sucedieron en Medellín en esa época y que tuvieron una gran repercusión en el ambiente de la ciudad. Hoy, como es una urbe, cuando muere una personalidad nadie se entera, pero durante mi infancia era bastantedifícil no saberlo. Por ejemplo, cuando yo tenía siete años presencié el entierro del Arzobispo Caicedo. Su cadáver, envuelto en unas vestiduras blancas extraordinarias, era llevado en hombros como en una procesión. Desde un balcón de mi casa, vi el rostro del prelado con una presencia dramática, los canónigos vestidos de negro con sus togas de colas descomunales, las autoridades civiles y militares. Todo eso parecía un gran escenario. Era asombroso que ese espectáculo que sólo se podía encontrar en novelas ocurriera en una ciudad provincial como Medellín. Para mí fue una experiencia única. Me parece que toda esa rica experiencia lo ha marcado a fuego. Se puede observar en los temas de sus lienzos... Lo que un pintor ve en los primeros veinte años de su existencia -las imágenes que se han grabado en su memoria: personajes, escenas y paisajes- es definitivo para el desarrollo de su obra posterior. Por una parte, en todo artista se constata una nostalgia por ciertos momentos de la vida, y por otra, siempre se pinta lo que uno conoce mejor: lo vivido en la infancia y en la adolescencia. El mundo sobre el que trabajo es todo aquello que conocí desde niño en Medellín, y nunca he hecho nada distinto que pintar eso mismo. Por ejemplo, viví durante trece años en los Estados Unidos y jamás pinté un tema norteamericano. Resido desde hace muchos años en Francia y no se me ocurriría hacer un paisaje de Montmartre, ni un cuadro de un francés sentado en un café, como pintaron tanto los impresionistas. Y ¿por qué entonces pinté algunos personajes históricos franceses? Mi padre tenía una gran pasión por la revolución francesa y los únicos libros que había en mi casa eran sobre ese tema. De niño estaba rodeado por figuras como Madame Pompadour, Luis XIV, María Antonieta y Luis XVI. Igualmente, había un ejemplar de la Divina Comedia que miraba por los dibujosde Gustavo Doré, con el interés morboso de ver los desnudos. Creo que era el único libro "pornográfico" que había en esa época en Medellín y sus grabados me excitaban muchísimo. Cuando pinté esas versiones históricas era porque esos cuadros los había conocido desde siempre. Sería interesante que usted relatara su infancia, reducida a la supervivencia... El resto de nuestra familia era bastante rica, mientras que nosotros, por un desliz del destino, crecimos en medio de enormes penurias económicas. Constantemente hubo en mi casa la palpable evidencia de ser pobres, ya que nos rodeaban primos, tíos y tías adinerados. Fuimos los más necesitados de la familia. Sin embargo, pudimos hacer lo que todo niño hace en esos años: ir al colegio. Tuve la suerte de que la pobreza en que viví me reveló un aspecto de la vida que nunca más volví a conocer. Cuando alguien tiene dinero, no puede actuar como el que no lo tiene, como el que está obligado a ir a pie por la vida, lentamente, conociendo lugares y gentes en una forma real y espontánea. Eso no se puede cambiar por nada. Mi madre no tuvo el dinero suficiente para enviarnos de vacaciones como los otros niños, pero recuerdo una temporada inolvidable en la casa de la mujer que lavaba nuestra ropa. Mi madre decidió que teníamos que ir a la alta montaña a respirar aire puro y le pidió a esta señora humilde, María Jesús, que nos llevara con ella. Solía venir con una mula una vez por semana a recoger la ropa y luego la lavaba en una quebrada deaguas purísimas llamada Piedras Blancas. Me fui con mi hermano menor, Rodrigo, detrás de María Jesús y su mula hacia la montaña, y vivimos durante un mes y medio en su choza de piso de tierra y techo de paja. Esa familia vivía de hacer cucharas de palo y aprendí a fabricarlas. No olvidaré nunca que un día, tratando de hacer una, me hice una cortada profunda de la cual aún me queda la cicatriz. Esas anécdotas las conservo en lo más profundo de mi ser. Por eso estoy convencido de haber tenido mucha suerte al conocer la vida desde el punto de vista de la pobreza. Esa imagen lejana que siempre regresa a su memoria es la de su madre... Ella ejerció una gran importancia en mi vida. Era una mujer maravillosa; en una forma sorprendente, fue ella quien más me alentó. Jamás se opuso a que yo fuera artista, y siempre le pareció valioso todo lo que yo hacía. Curiosamente, conservó todos mis dibujos de esa época; aunque carecía de una cultura sofisticada, tuvo la intuición de apreciar mis primeros tanteos. Me ha narrado esa escena del entierro del Arzobispo Caicedo... Como en todos los países latinoamericanos, es evidente la influencia del catolicismo en Medellín de ese tiempo... La Iglesia era todopoderosa en mi infancia y en mi adolescencia. Fui educado por los sacerdotes dentro de una mentalidad rigurosa, con el temor al pecado que nos acechaba en todas partes. Mi familia era católica, pero mi madre mantuvo una indiferencia muy grande hacia la religión. Por ejemplo, nunca iba a misa. Así que, aunque estudiamos en un colegio religioso, jamás vimos a mi madre rezando. ¿A partir de qué momento sintió que su vocación artística se afirmara? En los primeros años de mi existencia, como a todo niño, siempre me gustó dibujar. A mi hermano mayor, Juan David, también le gustaba y lo que él hacía tenía una gran importancia para mí. Fui un excelente alumno en la escuela pero no entiendo cómo hice para sacar buenas notas, porque en realidad prestaba poca atención a lo que decía el profesor y me pasaba dibujando todo el tiempo. Fueron años de un aburrimiento terrible. Tengo un desagradable recuerdo del colegio, casi como de un castigo. Los profesores se portaban con sadismo con los alumnos haciéndolos trabajar de una manera exagerada. No es como hoy, cuando se dice que la escuela debe ser un lugar agradable, placentero, para los niños. Además, fueron años muy difíciles para mi familia. Mi madre trabajaba para sostenernos con una ayuda mínima de otros parientes. El único medio para seguir estudiando en el liceo era al ganarme una beca anual de buen alumno, la cual consistía en ser exceptuado del pago de las mensualidades. Años después, comencé a desinteresarme por los estudios, pues mi imaginación ya estaba poseída por el arte y sentía una permanente pasión por el dibujo. Quería ser pintor y tenía una gran ambición, pero desconocía el camino que debía seguir. En su caso, este furor estético empezó muy temprano... En esa época, ¿cuales fueron sus primeros temas y sus primeras búsquedas? Mi primera pasión fueron los toros. Un tío mío, Joaquín, tenía una gran afición por las corridas y fue quien me llevó a ver a los grandes matadores de la época, Manolete, Dominguín y Armillita. A los trece años me interesé mucho por las corridas y por los dibujos que veía en las revistas taurinas. Esa fue mi primera iniciación artística. La tauromaquia es un tema magnífico. Varios artistas, entre ellos Goya, hicieron obras extraordinarias sobre los toros. Sin embargo, ocurre que los pintores que saben mucho tauromaquia hacen cuadros pésimos, y ese era mi caso. Cuando se aprecia una escena de lidia representada por Goya, casi siempre es pésima como pase, pero grande como pintura. Su genialidad consistía en no alejarse del aspecto puramente pictórico. En otras palabras, usaba como pretexto a los toros para realizar lienzos que desde el punto de vista taurino eran discutibles, pero que plásticamente mostraban una calidad excelente. Por mi lado, pintaba acuarelas sobre toros, inspirados en los cuadros del pintor español Ruano Llopis (2), y las vendía junto a las ventanillas donde se compraban las boletas para las corridas. Recuerdo que su precio era cinco pesos cada acuarela. No obstante, existe una diferencia importante entre el momento cuando uno pinta y el momento en que se siente el deseo de hacer una obra de arte. A la hora de realizar mis escenas de toros, estaba más interesado en el tema taurino que en la pintura. ¿Entonces hubo un instante en que se interesó por preocupaciones más formales, más artísticas? Cuando tenía catorce años, en el liceo, fue muy importante haber descubierto un grupo de amigos, entre ellos Carlos Jiménez Gómez, Jaime Piedrahíta, el escritor Gonzalo Arango, Fabio Serna y Horacio Yepes. Ellos tenían grandes inquietudes literarias y me iniciaron en cierto tipo de lecturas. Por otro lado, empecé a desarrollar una noción sobre qué era hacer arte con otro par de compañeros, Vieco y Luis Hernández, quienes eran alumnos de la Escuela de Bellas Artes (la cual sólo contaba con un profesor y cinco estudiantes). Los fines de semana, estos amigos salían por los alrededores de Medellín a pintar paisajes y los techos de las casas vistos desde las colinas. Al principio, iba para pasear con ellos, pero después de verlos pintar, yo también comencé a llevar colores y a hacer los mismos paisajes. Varios meses más tarde, mis amigos no fueron más a las colinas y fui solo a pintar. Dos años después, el diario "El Colombiano" de Medellín anunció la publicación de un suplemento literario. Fui a ver al director y le dije con bastante audacia que yo podía hacer las ilustraciones. Me miró un tanto sorprendido, sería tal vez el hecho de que yo sólo tuviera dieciséis años, pero me propuso hacer un ensayo, ilustrar un poema. Yo estaba muy emocionado. Hice el dibujo y lo firmé en los cuatro lados. Viendo eso, el director se echó a reír y me dijo que no debía firmar de esa manera. Pero el dibujo fue publicado. Cuando lo vi en el diario, nunca estuve tan emocionado en mi vida. Así me inicié en los problemas del arte... (1) Cercle d'Art, París, 1992. Edición española: Lerner & Lerner Editores, Madrid, 1992. (2) Carlos Ruano Llopis (1879-1950), pintor español, nacido en Orba y fallecido en México. Con una obra de más de quinientos lienzos, sólo pintó temas inspirados de la tauromaquia.

acerca del autor
Héctor

Fernando Botero, Medellín (Colombia), 1932. Tras haber hecho sus primeras experiencias artísticas en su ciudad natal, en Bogotá y un pueblo de la costa norte de Colombia, llega en 1953 a España, pasa por París y se queda tres años en Italia. Regresa a Colombia, visita México y vive en Nueva York de 1960 a 1973, donde empieza a ser conocido. Reside actualmente en Pietrasanta (Italia), París y Nueva York.