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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
2 2 2004
“Tras el mito gauguiniano” (entrevista a Fernando Botero) por Héctor Loaiza
(En la primera parte de esta entrevista, publicada en mayo de 2002, Botero cuenta su infancia en Medellín. Evoca la imagen que lo ha marcado definitivamente, la muerte de su padre y el lugar privilegiado de su madre a lo largo de su vida. El inicio precoz de su vocación artística, sus primeras búsquedas formales, su pasión por los temas taurinos y sus primeras influencias.) Su decisión de irse a vivir a Tolú, un pueblo de pescadores de la costa norte de Colombia, debe haber significado para usted, la adopción de una vía artística hasta sus últimas consecuencias... ¿Cómo era el paisaje, la luz y la vida en ese pueblo? Con unos pesos ganados en mi primera exposición en el bolsillo, y con el corazón repleto del deseo de convertirme en un nuevo Gauguin, me marché a Tolú. Sus playas se extendían interminablemente, llenas de cocoteros y riachuelos que desembocaban en el Caribe. Las aguas del mar cambiaban constantemente de color. Recuerdo haberlas visto un día con un tono amarillo cadmio. En el interior estaban las grandes zonas pantanosas y de manglares, especialmente en dirección de Coveñas, que era el otro poblado del golfo de Morrosquillo. Tolú tenía una población de unas tres mil personas que en su mayoría eran negras. Se asemejaba mucho al Tahití mítico de Gauguin y era verdaderamente un regalo vivir ahí. Sus habitantes vivían en chozas de techos de palma y paredes de guadua, de bambú. Las calles y las casas tenían el piso de tierra, y no era raro encontrar por las mañanas las huellas que habían dejado las serpientes por la noche. Pagaba por el alquiler de un rancho el equivalente a unos cinco dólares al mes. Compartía la vivienda con dos nativos: el pescador Amador García y el maestro de escuela Paco Troconis. Dormíamos en hamacas como era la costumbre, nos alimentábamos de pescado frito y plátanos que no costaban nada. No olvidaré jamás mi primera noche en el rancho, cuando al apagar la vela se desencadenó una invasión de murciélagos ocultos en el techo y que volaron en la oscuridad aleteando sobre mi cabeza. Nunca pasé una peor noche. ¿Cómo vivía en Tolú? Me incorporé a la vida del pueblo y fui muy feliz allí. Las mujeres eran maravillosas. Todavía me pregunto quién sería la desconocida que una noche se deslizó en mi hamaca y prácticamente me violó sin pronunciar una sola palabra. Al final desapareció en silencio, tal como había llegado. Mi estudio era una pequeña "ramada" en medio del terreno que se encontraba detrás del rancho. Era como un galpón sin paredes, con una cerca de bambú y con patio de tierra. Durante diez meses pinté ahí. Con los medios más primitivos, aun preparando viejas sábanas y con colores de dudosa procedencia, realicé unos veinte óleos inspirados en la vida y realidad de Tolú. Aquellas telas estaban impregnadas de una fuerte nostalgia gauguiniana, una buena dosis de la época azul de Picasso, y cierto mexicanismo que aún quedaba de mi período anterior. Que estas obras todavía se conserven en condiciones más o menos aceptables es un misterio para mí, pues todas las reglas de la buena técnica fueron violadas. Al principio, pinté en telas que compraba, pero después cuando no tuve dinero utilicé las sábanas que mi madre había metido en mi equipaje. De esa época, mi hermano Juan David posee algunos cuadros con el monograma bordado de mi madre en el reverso. Tolú significó para mí el deseo de aventura totalmente realizado y de amistad con gente que de otra forma nunca hubiera conocido. Fue la cristalización de mi sueño juvenil: el de la libertad y aventura. Me acuerdo mucho de las largas caminatas por la playa, y las salidas al mar en la madrugada a pescar con Amador García. Pintó murales en Tolú... ¿Qué es lo que representó esta experiencia para usted? En Tolú, había una especie de pensión o fonda que era propriedad de Isolina García, donde yo iba a comer con frecuencia. Tenía un cuarto grande a la orilla del mar, en el que todos acostumbraban reunirse. Le propuse a la propietaria que le cambiaba tres meses de comida por unos murales. Se los hice como le gustaban a ella: inspirados en las ilustraciones de un pintor colombiano que publicaba la revista "Vida", en un estilo azucarado y con personajes que parecían salidos de una corte francesa. Creo que todavía se pueden ver, pues hace unos años publicaron unas fotos de estos murales en la revista colombiana "Cromos". Del mismo modo, tuve que utilizar mi oficio para subsistir, pintando casi todos los avisos y anuncios de los almacenes del pueblo. De esas obras que provienen del pasado, recuerdo que en Medellín, décadas más tarde, un desconocido se presentó manifestándome que tenía una obra mía y deseaba que se la firmase. Se trataba del hijo de un antiguo condiscípulo que había guardado con mucho celo un cuaderno mío de Zoología, en el que estaban mis dibujos de varios animales. Habían sido hechos a pluma. Los firmé con gusto, pues eran buenísimos. Nunca comprendí por qué este hombre había conservado ese cuaderno, ni tampoco cómo las obras hechas en Tolú se pudieron conservar durante tanto tiempo. ¿Cuáles eran los temas que prefería pintar en ese pueblo de pescadores? Pinté el carnaval local y escenas con las lugareñas y los visitantes. Recuerdo que una vez llegó una mujer blanquísima, esposa de un contrabandista. La pinté como una estatua, aunque no sé por qué. Seguramente fue el impacto de ver a una mujer de cutis tan blanco, en un ambiente en el que todas las mujeres eran morenas. Era casi una imagen clásica. Obviamente, el cuadro lo bauticé "La griega". ¿Cómo fue esa anécdota con el "blancamán rudimentario" que cita Germán Arciniegas en el texto que escribió sobre usted y su obra? En la fonda de Isolina, un individuo que decía llamarse Roberto Mutis, se me aproximó un día y me preguntó que si me interesase ser su asistente en una jira de ventas que haría por el litoral. Me dijo que era agente viajero de medicinas y que contaba con diez años en el oficio. Era un hombre con las facciones de un español, salido de un cuadro de Velázquez, pero completamente ennegrecido por el sol del Caribe. Había recorrido todo Colombia vendiendo "purgantes" a lomo de burro. Arreábamos las bestias durante horas por la región de San Antero, Cereté y otros pueblos del litoral que no recuerdo. Mutis resultó siendo un estafador, y los "purgantes" eran preparados por él mismo con polvo de talco que provocaban unas diarreas espantosas (el efecto de todas maneras era el mismo). Así conocí otro aspecto de la vida, y recorriendo esos caminos primitivos de Colombia pensaba en lo que había sido la vida de mi padre. ¿Cuál fue la reacción de la crítica y la del público frente a su segunda exposición en la Galería Leo Matiz de Bogotá, en 1952? La muestra de mis obras pintadas en Tolú tuvo mucho éxito. Los artículos en los periódicos fueron bastante favorables y casi todos los cuadros se vendieron. Gané un premio con un lienzo que llevaba como título "Frente al mar", el cual había enviado al Salón Nacional de Pintura de Colombia. Era la representación de algo que vi en Tolú: dos policías con un hombre colgado de un palo, amarrado por las manos y los pies. Era la época de la violencia. De un momento a otro, el ambiente cultural bogotano comentaba la promesa que había en mis lienzos. El primer libro que publicó la editorial del escritor Eddy Torres, amigo mío, fue una monografía de mis cuadros. Creo que soy el único pintor en el mundo que ha tenido un libro sobre su trabajo antes de cumplir los veinte años. Por supuesto, la editorial quebró con este libro. El prólogo lo había escrito el crítico alemán radicado en Colombia, Walter Engel. En todo caso, el dinero que gané con el premio me permitió proyectar un viaje a Europa.
acerca del autor

Fernando Botero, Medellín (Colombia), 1932. Tras haber hecho sus primeras experiencias artísticas en su ciudad natal, en Bogotá y un pueblo de la costa norte de Colombia, llega en 1953 a España, pasa por París y se queda tres años en Italia. Regresa a Colombia, visita México y vive en Nueva York de 1960 a 1973, donde empieza a ser conocido. Reside actualmente en Pietrasanta (Italia), Mónaco, París y Nueva York.