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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
7 5 2004
“Beto De Volder” por Victoria Noorthoorn
No deseo salvar al mundo con mi arte (…) quiero salvarme a mí mismo; no egoísticamente, solo, sino junto a la creencia en el valor del individuo. Me encierro en mi pequeño mundo de la imaginación, donde yo creo al mundo como cuando era niño. Creo firmemente que la verdad vive dentro de este cuarto de mi niñez. Y es la verdad lo que está en el tapete ahora como nunca antes! -Tadeusz Kantor, “Las lecciones de Milán 12 – Antes del final del Siglo XX”, 1986 Sumergirse en el mundo formal de Beto De Volder implica detenerse, abrirse, involucrarse. Dejar de lado el ruido y toda pesadez contemporánea. Sus dibujos de doble línea, visiblemente virtuosos, hoy dan lugar a dos nuevas propuestas. Por un lado, la invitación a la contemplación en sutiles dibujos de trazo individual, diminuto y sistemático. Por el otro, la invitación al juego en sus nuevos Sanacabezas, ejercicios plásticos que nacieron cuando la doble línea se convirtió en una y dividió dos áreas que tomaron vida propia para devenir cómplices de la voluntad de quien las mira. Así, ya sea siguiendo punto por punto a la línea en su intimidad, o abriendo un dibujo al juego, estamos frente a un arte constructivo de carácter positivo. Utópico, cómo en las mejores épocas en las que el arte cambiaría a la sociedad pero, asimismo, amable y noble, cercano. Sistemático. Los dibujos de De Volder evocan un proceso de una intensidad y concentración poco común. Podemos seguir de cerca, al recorrer la única línea que sola configura a cada dibujo, milímetro a milímetro y minuto a minuto, un proceso que se siente interminable. Y en ese tiempo que se extiende, sus dibujos nos detienen. Y nos hacen pensar en cómo no atendemos mejor a la riqueza que puedan construir las líneas de grafito sobre el papel -aquel agente y juez de verdades palpables-. Son dibujos que ejercen poder sobre el espectador. Porque hay una intención que aquí quiero rescatar como positiva justamente en tanto constructiva, y que tiene antecedentes. En su reformulación de la idea constructiva durante los años 30’, Naum Gabo establecía: “La idea de que la Forma pueda tener una designación y el Contenido otra, no puede incorporarse al concepto de la idea Constructiva. En la obra de arte deben vivir y actuar como una unidad, proceder en la misma dirección y producir el mismo efecto. (…) la idea Constructiva no espera del arte la realización de funciones críticas mismo cuando éstas se dirigen contra los aspectos negativos de la vida. ¿Cual es el sentido de mostrarnos lo malo sin reverlarnos lo bueno? La idea Constructiva prefiere que el arte realice obras positivas que nos dirijan hacia lo mejor”. Tal es la concepción de un arte que se propone sumar desde la abstracción, donde la línea, el color y la forma son dotados de la fuerza necesaria para construir las bases de una nueva cultura visual anclada en la fuerza del gesto independiente. Tal fue la convicción utópica que guió momentos importantes de la historia visual abstracta que De Volder retoma. Y en clara sintonía con la versión Madí, se lanza al ámbito de lo lúdico, quizás sin darse cuenta. Sus propuestas parecieran seguir los postulados de Carmelo Arden Quin de 1945: “Afirmar la Pluralidad y la Ludicidad, trabajar con ángulos de toda especie, emplear masa y vacío en un juego dialéctico; brillo; transparencia; movimiento real. Es mi deber recordar aquí los conocidos juguetes de Torres-García, juguetes que se articulan, y cambian a voluntad de posición (…)”. De Volder lleva esta conciencia al interior del marco. Resguarda al rectángulo de base, pero sólo para dotar a sus formas internas de nueva libertad e irreverencia. Así, tanto en sus dibujos de líneas de colores que cambian de tono según los designios del propio lápiz, como en sus Sanacabezas donde las formas planas logran sacar el niño de adentro, en un ir y venir entre arte culto y juego infantil constante, las formas de De Volder se desplazan entre una tradición de peso histórico, y otra, tanto más cercana a nuestra vida cotidiana: aquella del firulete, el rulo, incluso el comic. Hay dibujos de De Volder cargados del humor e ironía presentes en aquellos dibujos de Sergei Eisenstein donde el cineasta retrataba el paso del alma al dejar el cuerpo, pero realizados con la meticulosidad y seriedad de los Diluvios de Leonardo, donde formas sinuosas paralelas creaban tempestades. En De Volder, la propuesta es más amable. Simplemente, se trata del retrato de un firulete irreverente cuya propia construcción subvierte lo que debiera ser. Porque lejos de ser realizado a mano alzada de un solo trazo rápido, resulta de una meticulosa construcción, como si hiciese honor a aquella forma que genera sonrisas. Es que el arte de De Volder es un arte positivo, de gesto simple, que no obstante realiza un fuerte guiño ante los grandes discursos e historias legitimadoras. Sin dejar de hacer honor a ellos, los rompe y los convierte en juego, reafirmando una enorme libertad mientras acerca su arte a la gente y al mundo.

Buenos Aires, 21 de abril de 2004

acerca del autor
Victoria

Nació en Pompeya, barrio de Buenos Aires. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano. Compartió durante muchos años taller con Agustín Inchausti. Expuso en el Museo Rojas, en el Centro Cultural Recoleta y otras galerías de la capital argentina. Desde 1996, participa en los encuentros de fútbol entre artistas plásticos. Dicta cursos de materiales y trabajo como asistente de otros artistas.