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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
2 8 2004
Los volcánicos paisajes de Antonio Berni, por Alberto Giudici
Una muestra de casi un centenar de trabajos de Antonio Berni y una pregunta retórica: ¿sólo paisajes? El propio artista la responde con su obra, que lleva impresa con fuerza indeleble la huella de la social. “El paisaje de Berni, ¿sólo paisajes?”, reúne en el Museo Metropolitano un conjunto excepcional de 94 obras y plantea desde el título un interrogante que el propio Berni se encarga de responder en una cita incluida a la entrada de la muestra: “El hombre modifica el paisaje con su trabajo y a través del paisaje aparecen su personalidad y los rasgos de la sociedad en la que vive. El pintor que aspire a dar un significado al paisaje pintado no puede sustraerse a esos rasgos sociales que le ofrece una realidad plena de contradicciones”. Como siempre, en las tajantes definiciones del artista se tensa una dialéctica que la obra despliega con elocuente evidencia. El paisaje, para los románticos o los simbolistas, era un pretexto para derramar su personalidad atormentada o poblada de dilemas existenciales. El cruce que establece Berni tiene que ver con la objetividad de su mirada política acoplada al mundo concreto del hombre y al de su propia mirada creadora. La obra es, así, el punto de encuentro entre dos fuerzas que se rondan mutuamente, ya sea en una hojita de 10 por 15 cm como en un collage de 3 por 4 metros y es lo que vuelve fascinante, eclosional, volcánico, hasta el más “intrascendente” apunte del artista. Esa línea de pensamiento, esa forma de sentir y de abordar el proceso de elaboración de la imagen surge nítidamente enhebrando como con en un hilo de oro este centenar de obras y que excepto su unidad temática es de un eclecticismo que, tratándose de otro autor, salvo Picasso, hubiera sido difícil de armonizar. Pequeñas aguadas realizadas en los años cincuenta en Santiago del Estero lo muestran todavía apegado a un realismo más directo aunque por momentos la aridez de un paisaje yermo y mezquino le permite crear un clima casi metafísico, al estilo de Di Chirico, y sin embargo tan argentino. Bocetos en un blanco y negro violento, de trazos hirientes realizados para ilustrar el Martín Fierro y otros casi bucólicos, cargados de un silencio y una soledad sobrecogedora recrean la atmósfera que encierra la agónica nostalgia de Don Segundo Sombra. El contrapunto en el abordaje de dos obras emblemáticas de nuestra mitología patria, la del campo inescrutable y sus habitantes apresados por tanta inmensidad, muestra la extraordinaria capacidad de Berni de llegar al corazón de las cosas, con los procedimientos plásticos adecuados en cada caso. Este es otro rasgo que lo vincula con Picasso: seguir el dictado de una incesante curiosidad por deglutir y vomitar los recursos más diversos en la medida que son funcionales a su propia necesidad expresiva. Eso es evidente en dos series de collages marcadamente diferentes. Una bolsa de plástico negro, esas de consorcio, con apenas un sarpullido de pintura blanca es un cielo que encierra el terror de la noche en la aridez del paisaje, solo perforado por una ruta vacía que lleva a la nada, que hace del horizonte un espejismo siempre inalcanzable. Los reflejos de la noche cerrada sobre la tierra nevada, son a su vez bolsas de plástico blanco y hay latones y maderas y el todo adquiere una dramática empatía con la propia naturaleza. El procedimiento, también picassiano, de hacer de un objeto, casi siempre desechos urbanos, otra cosa (un cielo tenebroso, nubes fulgurantes, espacios desolados), recorre esta serie que alcanza su máximo desborde expresivo en “Pampa tormentosa”, de tres por cuatro metros, en donde lonjas de metal oxidado anticipan la furia de un cielo imbatible, mientras al fondo, apenas visible y casi ajeno al drama que se precipita, un niño establece la despareja escala de lo humano frente a la indomable e inasible naturaleza. Un metro de verde es más verde que un centímetro de verde, decía Gauguin, y en esta obra de dimensiones colosales el tamaño hace del latón adosado a la tela un cosmos terrible, un big bang incontenible, donde lo humano queda reducido casi a la nada. Los cielos de Berni suelen ocupar cuatro quintas partes de una tela o un dibujo. Otros cielos asoman en la serie de “Contrastes”, cielos de seres satisfechos. Berni recurre aquí a simples recortes de revistas. No hay latones en las casas de lata de los de “abajo”, sino papelitos de colores superpuestos dibujando el entramado de alguna “villa insuperable”, mientras arriba, los recortes de edificios suntuosos y rostros felices hablan de un mundo que hoy, nos resulta aun más cotidiano y cruel, aun cuando fueron realizados en Caracas a comienzos de los 70. El Museo Metropolitano habita en una suntuosa mansión que otrora perteneció a una familia patricia y que hoy es Patrimonio Histórico de la Ciudad. El paisaje humano y social de Berni convive extrañamente con ese espacio, que en la disposición de sus ambientes no siempre resulta el ideal para armar recorridos. La dificultad ha sido resuelta por los curadores Cecilia Rabossi y Gustavo Vásquez Ocampo por medio de núcleos temáticos y una puesta excelente que da respuesta al interrogante planteado en el título de la muestra. El paisaje de Berni es un estilete clavado en la condición social del hombre.
acerca del autor
Alberto

Alberto Giudici, nació en 1941 en Buenos Aires. Estudios: artes plásticas, cine, arquitectura. Fundador del Grupo Cine Testimonio (1982); participó en varios festivales de cine antropológico del país y del exterior. Periodista, crítico de arte, curador. Desde hace más de 30 años se desempeña como periodista especializado en temas artísticos y culturales. Colaboró en los diarios La Opinión; Revista La Nación; La Razón Cultural; El Mundo; El Cronista Comercial; Tiempo Argentino; Página 12, en las revistas Crisis, Imagen del País, Análisis, Panorama y otras. Actualmente es crítico de Arte del diario Clarín y del Suplemento Ñ. Curador de la muestra “Arte y Política en los ‘60”, realizada en el Palais de Glace, octubre de 2002, de la muestra “Antonio Seguí, obra gráfica”, en el Museo de la Universidad Nacional Tres de Febrero, octubre-noviembre 2003, “Hay que comer”, de Carlos Alonso, en el mismo Museo, abril-junio 2004.