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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
2 11 2004
Mauro Mejíaz, la innovación plástica perpetua (fragmento) por Carlos Silva
Creemos haberle brindado al lector un sistema de códigos con los cuales es posible descifrar a todo Mejiaz, por lo que en esta última parte ya no consideramos necesario examinar paradigmas, sino que vamos a atender a algunas indicaciones biográficas y a unos juicios generales pero muy pertinentes, dejando a la sensibilidad y a la inteligencia del lector la siguiente y postrera producción de Mejiaz. Contra lo que pudiera creerse y haberse escrito, en él no se da nunca el recomenzar de un ciclo, del inicio y reinicio de un eterno retorno. Nietzsche lo anunciaba por influencia de sus admirados griegos pero se sostenía sobre bases conceptuales y empíricas que la física moderna ha destruido pues las partículas subatómicas del universo no siempre son las mismas, carecen de una identidad necesaria para lograr un semper idem. Acorde con nuestro tiempo, Mejíaz propone la diversidad con la cual ningún cuadro se parece a otro pues dependen de una concepción del cosmos por la cual éste es siempre nuevo, ostenta una novedad perpetua: todo es nuevo bajo el Sol porque el mismo Sol lo es en cada cronón, en cada milésima de instante. Toda la sensibilidad aprehendida y aplicada en los años mozos de su incipiente surrealismo, todo el vigor y la inventiva emprendidos a partir del período visceral, todo el hechizo de su abstracción lírica y la experiencia de los guaches y collages, todo el asombro que suscitaron sus pinturas y esculturas en las décadas de 1960 y 1970, todo ello se concentra en la ulterior producción de Mejiaz, es decir de 1980 a 1995. Si cabe, con mayor aplomo y seguridad —lo que suele ocurrir con la madurez—, el artista presenta su obra como un panóptico o un calidoscopio de espacios interestelares donde se suceden las más insólitas y hermosas metamorfosis sin que haya tenido a lo largo de cuarenta años una caída, una debilidad estilística, algo tan frecuente en los mejores pintores; sólo dudas, quizás, en los años 60, época de grandes decisiones, dudas superadas por el talento, la audacia y el buen saber operativo. Incluso quien no quiere o no puede adentrarse en ese escenario infinito de transmutaciones y aconteceres radicales, sino que se limita a planear sobre la superficie de los cuadros de Mejíaz, obtiene su recompensa hedonística por el placer que emana de una pintura de valores plásticos tan finos y sutiles. No hay varios Mejíaz, sino uno solo y por eso cuanto hemos escrito sobre los períodos anteriores es en gran. parte aplicable a sus últimos quince años de labor, mutatis mutandis. Hacia 1980 y durante toda esa década en Mejíaz se dan tres procesos: el de una geometrización de las imágenes —lo cual venía de los finales de los años 70—; el de una difuminación de grandes masas de color prescritas, en la mayoría de los casos, en primer plano y sin que sea iconos reconocibles aunque sea por metáforas o aproximaciones; y el nervioso abigarramiento de cuerpos y cromatismos sin una gran preocupación por dar entender algo al espectador en ese cúmulo de particularidades v detalles. En la primera categoría entran de lleno “Lo visible” (1980, óleo sobre tela, 114 x 146 cm, col. privada) y otros no menos conspicuos en cuanto a la abstracción geometrizable como “Angulo recto” (1980, óleo sobre tela, 93 x 72 cm, col. Antonio Rodríguez Díaz), “Génesis” (1981, óleo sobre tela, 130 x 161 cm, col. Rocío Troitino de Rodríguez), obra en la cual, a juzgar por el titulo, el espectador esperaría una generación orgánica y no tan sutiles afacetamientos; “Jardín Botánico” (1981-1982, óleo sobre tela, 114 x 146 cm, col. privada) donde nada hace presumir la iconografía de una flora domesticada sino fragmentos geométricos unidos por una atmósfera oleaginosa; y sin duda el “Homenaje a Pitágoras” (1981-1982, óleo sobre tela, 97 x 130 cm, col. privada), pues Mejíaz no cayó en la fácil tentación de pintar unas esferas o unos conos en toda su pureza sino que inscribió aspectos misteriosamente mensurables en una atmósfera hermética ya que el secreto era parte fundamental de las doctrinas pitagóricas al punto que Hiparco de Samos fue arrojado desde un precipicio por revelar conocimientos de la comunidad; “Laguna azul” (1983, óleo sobre tela, 114 x 146 cm, col. privada) parece una superficie blanda apenas discernible en la parte superior del cuadro pues en la parte inferior se multiplica una morfología de rectángulos, rombos, paralelas y trapecios, como máquinas colocadas allí con una finalidad enigmática. “Espacios clásicos” (1983, óleo sobre tela, 89 x 116 cm, col. privada) funciona como una heráldica de este modus operandi con elementos tectónicos propios de una ciudad en plena obsolescencia del olvido. A medida que se avanza en esa década de los 80 disminuye notablemente la impronta geométrica, con algunas excepciones como “Le grain de l'or # 2” (1986, óleo sobre tela, 80 x 100 cm, col. privada) y “Jardín fantástico” (1987, óleo sobre tela, 81 x 65 cm, col. Leonardo Mejíaz). La segunda veta estilística es quizás la más abundante y característica de este período, como “Eter”” (1981, óleo sobre tela, 114 x 190 cm, col. privada) en la cual las formas blandas y sinuosas hablan de una morbidez orgánica opuesto a lo geométrico; lo mismo sucede con “Abîme chromatique” (1982, óleo sobre tela, 120 x 100 cm, col. privada), verdadero ensalmo morfológico que recuerda, pero con más delicadez, la etapa visceral. “El Objeto desconocido” (1982, óleo sobre tela, 65 x 53 cm, col. Leonardo Mejíaz), aparece como una superestructura en lo alto que no tiene nada de rigidez, es dinámica y se destaca de la policromía vivaz del fondo; la difuminación de las masas cromáticas halla quizás su mejor ejemplo en Mozart (1983, óleo sobre tela, 100 x 80 cm, col. privada), cuadro en el que algunos imprecisos elementos flotan en un magma sutil, etéreo, al igual que “Pájaro cósmico” (1984, óleo sobre tela, 18 x 13 cm, col. Nathalie Rodríguez Troitino), y por supuesto al “Ventana al cosmos # 19” (1984, óleo sobre tela, 18 x 13 cm, col. privada), donde el fondo azul se prolonga en lenguas policromadas y dúctiles, y sin olvidar el “Paisaje lunar #18” (1984, óleo sobre tela, 18 x 13 cm, col. privada), donde todo está en proceso de evanescencia, de desaparición de restos, todavía de retazos de vida. El lector tiene ya los códigos para seguir identificando con fruición las obras que cumplen con esta pauta de masas desleídas. La tercera línea estilística presente en la década de los 80 se complace en congregar elementos a menudo minúsculos, verdaderas miniaturas de los más diversos colores, y proponer composiciones con ellos, como en "Goldorak" (1980, óleo sobre tela, 130 x 195 cm, col. Antonio Rodríguez Díaz), "Le grain de l'or" (1980, óleo sobre tela, 130 x 195 cm, col. Leonardo Mejíaz), "L'oeuvre au noir" (1980, óleo sobre tela, 95 x 192 cm, col. privada) y muchas otras más como "La Louve" (1980, óleo sobre tela, 130 x 195 cm, col. privada), verdadero paradigma de abigarramiento limítrofe con la confusión o "Concierto Barroco" (1980, óleo sobre tela, 81 x 100 cm, col. privada) o "Radiación cósmica # 2" (1981, óleo sobre tela, 130 x 195 cm, col. Antonio Rodríguez Díaz) donde se superponen vectores de energía y los efectos que ellos causan en el plasma. "Magia cromática" (1982, óleo sobre tela, 130 x 195 cm, col. Antonio Rodríguez Díaz) es un acendrado ejemplo de acumulación de entes pertenecientes al cuarto reino y que dialogan con el entusiasmo de los iniciados, del mismo modo que sucede en "Biología cósmica" (1986, óleo sobre tela, 63 x 52 cm, col. privada), en Flotando en el Universo (1986, óleo sobre tela, 81 x 64 cm, col. Luis Delgado) con sus diversos planos de aconteceres minúsculos, y el muy logrado cuadro "Más allá de lo real # 2" (1989, óleo sobre tela, 129 x 194 cm, col. Leonardo Mejíaz), con una multiplicidad de pequeñas imágenes que danzan a su arbitrio por estar fuera de las leyes de la gravedad. Finalmente, en la producción realizada entre 1990 y 1995 destacan tres grandes pautas. La primera es como una vuelta al pasado al introducir disimulados pequeños iconos humanos, como si Mejíaz añorase la figuración y no quisiera exiliarla de sus últimas obras. La segunda y muy notoria vertiente es el aire de monumentalidad que ofrecen no pocas obras de distintos formatos y similares facturas como "Biología cósmica # 5" (1990, óleo sobre tela, 129 x 194 cm, col. privada) con su multiplicación de tensiones entre entes, o "Primavera cósmica" (1990, óleo sobre tela, 130 x 161 cm, col. privada) o el espléndido y enigmático cuadro "La dimensión du silence" (1991, óleo sobre tela, 195 x 130, col. Leonardo Mejíaz) donde en la figura central aparece un fantasmático rostro humano y una línea diagonal cruza la superficie imponiendo la censura del silencio. Monumental es, sin duda, la obra "Geológica" (1992, óleo sobre tela, 128 x 95 cm, col. Felipe Farfán) donde varios seres en la parte inferior están en gestación, y lo mismo vale para "Les sept coquelicots" (1992, óleo sobre tela, 238 x 298 cm, col. Antonio Rodríguez Díaz), verdadero arquetipo de las más hondas preocupaciones y más analizados afectos de Mejíaz. ¿Y cómo no nombrar aquí "Cosmogonía # 8"? (1995, óleo sobre tela, 187 x 381 cm, col. privada), verdadero mural donde la claridad de la atmósfera desciende sobre la tierra a infundirle vida a unos proyectos de seres. El tercer filón explotado por Mejíaz en estos últimos años es un retorno a las figuras orgánicas fungiformes o con un aspecto de seres de las profundidades marinas que se elevan en las aguas sólo para ser vistas por el espectador como en "Flores marinas" (1995, óleo sobre tela, 100 x 80 cm, col. privada), "Mis hijos" (1995, óleo sobre tela, 130 x 95 cm, col. Miguel Páez Capriles y Sra.), "Sinfonía cósmica" (1994, óleo sobre tela, 130 x 97 cm, col. Antonio José Herrera y Yaíta de Herrera) y "Danza con delfines" (1983-1993, óleo sobre tela, 116 x 89 cm, col. privada), entre muchos otros cuadros de realce. 1980 y 1981 fueron años muy importantes para el pintor. En el 80 se publica en París “Mejiaz pintor de las metamorfosis” de Alain Bosquet, y en el 81 obtiene dos consagratorios galardones: el premio de la Societé des Bains de Mer, en el Gran Salón Internacional de Pintura de Montecarlo; y el Premio Arturo Michelena en Venezuela. El pintor viajó a Venezuela para recibir la recompensa, dio varias entrevistas en periódicos y revistas y retornó a Francia con los ojos plenos de la luminosidad del trópico y la vivacidad de colores, lo que se va a notar de inmediato en su pintura. Por otra parte Mejíaz participó en la exposición itinerante organizada por los artistas japoneses, siendo uno de los pintores que representó al Ministerio de la Cultura de Francia en Japón. Quedó entre los tres primeros, acompañado por el artista Tharrats, de España. Vale la pena comparar un escrito de José Pierre, el mejor intelectual del neosurrealismo, publicado en 1983 en su libro L'Univers surrealiste, y un agudo postfacio de Jean Pierre Simon, de abril de 1977, pues tendido entre dos extremos se encuentra resumido lo que es el Surrealismo unido a la gnosis en Mejíaz, lo cual se puede advertir sobradamente en las numerosas obras que aquí publicamos, desde la época "visceral" a lo novedoso de las décadas 80 y 90. Dice José Pierre: "La apertura del cosmos es más acusada en la obra de Mauro Mejíaz, nacido en 1930, en Biscucuy, pequeña población de Venezuela pero instalado en Francia desde 1964. En verdad esa referencia al cosmos se confunde más de una vez en alusiones a la flora y a la fauna o incluso a los misterios de la vida orgánica en general. Es, finalmente, a la misteriosa unidad del mundo viviente, inagotable reservorio de monstruosidades y bellezas, adonde remite la pintura de Mauro Mejíaz. Mas, lejos de satisfacerse con la descripción de esas posibilidades, el pintor desea una especie de prolongamiento de la naturaleza y lo que él imagina es aquello que la naturaleza todavía no ha imaginado". Por su parte Jean Pierre Simón escribe un enjundioso texto: "En las grandes universidades norteamericanas, especialmente en Princeton, y también en los centros de mayor importancia en las investigaciones científicas como el MAT y el Instituto de Tecnología de California, se ha operado una revolución silenciosa en los últimos veinte años: al materialismo y al pragmatismo heredados del siglo XIX los han reemplazado una forma nueva de pensamiento que, debido a sus analogías con la Gnosis antigua, ha sido comúnmente designada bajo el nombre de Gnosis de Princeton. ¿De qué se trata? Es reconocer la primacía del espíritu sobre la materia y la realidad de la Trascendencia divina como fuente permanente de lo sensible y de lo pensable, de admitir un universo teocéntrico. El mundo, para esos nuevos gnósticos, es un tapiz visto al revés: no está constituido por objetos materiales ni fuerzas físicas, mas por dimensiones de conciencia que se recargan constantemente de una Batería primera. Dimensión o Fuente fundamental que los antiguos llamaban dios. Uno se siente impactado por la semejanza existente entre esas descripciones científicas y las recientes pintura de Mauro Mejíaz. Es como si el artista hubiera tomado por intuición creadora lo que los hombres de ciencia deducen de los resultados de sus investigaciones... Es por eso que yo llamo a Mejíaz el pintor de la Nueva Gnosis". Lo cierto es que pueden equivocarse o no los científicos de Princeton pero nunca Mejíaz pues la verdad de sus proposiciones se mide por la calidad expresiva y la eticidad de sus planteamientos estéticos...
acerca del autor
Carlos

Mauro Mejiaz (Venezuela, 1930 - 2000). Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Valencia. De 1950 a 1963, participa en muestras individuales y colectivas en su país. En 1964, fija su residencia en París, donde expone en salones, bienales y, entre 1964 y el año 2000, en Bélgica, Alemania, Austria, Suecia, Venezuela y los EE.UU. Recibió el Premio Nacional de Pintura de Venezuela. Falleció en Elquery, cerca de París en octubre del 2000.