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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
26 1 2005
Políticamente incorrectas las obras de León Ferrari: cierre anticipado de su retrospectiva, por Dan Loaiza
Desde los años cincuenta datan sus primeras esculturas en alambre y dibujos en tinta china sobre papel, ambos géneros realizados con la misma intensidad y saturación, por lo que muchos críticos consideran que forma parte de la vanguardia conceptual y política. Hasta los años sesenta realizó muchas de esas obras, que son escrituras, dibujos, “rayados” generando una trama sutil entre el gris y el negro. Después desembocó en una estética más abstracta, generando ruido, concentración y provocando densidad de formas con un entramado denso de tonalidades siempre oscuras. Cuando el artista reaccionó contra la dictadura militar en su país durante los años sesenta, redactó varias obras–cartas como “Con un Falconete la adujada” (1964) o “Milagro en la OEA” (1965). “En lo incomprensible de esas cartas –dice el propio Ferrari– más que una forma de protección frente a la censura. Hay una confesión de la incapacidad de escribir una carta como la de Rodolfo Walsh. Esa es una carta. Lo que hice fue el remedo de una carta o una carta escondida que podía generar el interés de preguntarse ¿significa o no significa?”. En la retrospectiva del Centro Cultural Recoleta pueden verse, además de estas cartas, cuatro obras que el artista presentó al Premio Di Tella 1965, una de ellas es “La civilización occidental y cristiana”, un Cristo de madera sobre un avión de guerra. En aquella oportunidad, la obra fue rechazada por los organizadores del concurso, defendiéndose el artista (y justificando su obra con la publicación de cartas) mediante otras creaciones sobre el mismo tema, o usando de una plástica cruda y muy directa sin vuelos retóricos, para hacer legible su mensaje (tomado como denuncia o panfleto). León Ferrari recurrió a diversos medios de expresión como la escultura, el dibujo, la pintura y los objetos de arte. Su apego a la libertad lo ha llevado a enfrentarse, con su arte, a las dictaduras militares que se sucedieron en los años sesenta y setenta. En sus propuestas estéticas repudia la imagenería cristiana y de alguna manera la exorciza, poniéndose en un papel de simple “provocador” a “blasfemo”. El mismo Ferrari ha dicho: “Yo siempre digo que no soy un provocador, pero tampoco defiendo tanto la identidad estética de estas obras. Me interesa más haber encontrado otra forma de decir las cosas”. Una gran parte de su obra se centró en el tema del cuestionamiento de la fe cristiana, especialmente su repudio a la idea del “infierno” y del “castigo divino” al diferente y al disidente. Protestó también contra la política de supremacía del país que desencadenó el horror de la guerra de Vietnam en los años sesenta. Expresó su visión personal del infierno, mezclando elementos iconográficos con otros objetos industriales, como en el caso de “Crucifijos en una licuadora”, santitos y Cristos que sufren algunas torturas, Cristos saliendo de una tostadora eléctrica, santos fritos en una sartén, un Cristo crucificado en una plancha para asar. El artista provoca y cosecha reacciones de ese público que no entiende su plástica (como los insultos que recibió cuando expuso una gallina viva y encerrada en una jaula defecando sobre una balanza) que le obliga a invertirse y adoptar una actitud de protesta: unos canarios enjaulados, también defecando pero ahora sobre una reproducción del “Juicio Final” de Miguel Angel. Percibe el mundo como un conglomerado de fuerzas siempre en conflicto. El odio o el amor, lo bello o lo feo, lo monstruoso o lo angelical y con estos ejes establece otros que le están relacionados: la materia fecal de los canarios, los peces en un acuario, símbolos escritos, escrituras en Braille, una imagen pornográfica de la Ciccolina, otra del presidente de los EE.UU. “El arte es belleza y conjetura del mundo”. Toda la carga cotidiana y las mentiras públicas le sirvieron para traducirlas y plasmarlas en objetos de arte. Pero el cuestionamiento formal de los valores cristianos no le impide al arte de Ferrari poseer un contenido humanista: defensa de los pueblos oprimidos, de las víctimas de las guerras y de la injusticia. Así la foto de Hitler, enfrentado a la torre Eiffel, con su apetito voraz para conquistar el mundo o el barco de Cristóbal Colón llevando la cruz de Dios a un nuevo continente. Podemos preguntar si es esta la misma fe que se sugiere con una foto del Papa y unos preservativos agrupados en un frasco, o es la fe de un artista con su obsesión de demostrar que sus creaciones son obras artísticas. ¿Es incluso la misma fe de quien imagina un mundo lleno de misiles o de cucarachas? Si el arte tiene el poder de cuestionar cosas o establecer relaciones entre distintos universos, no quita el hecho que es solamente arte y no panfleto ideológico. El artista propone una visión, y nosotros los espectadores o actores desarticulamos las ideas que surgen con la lectura, buscando o jugando a descifrar su pensamiento. El arte innovador nunca ha sido dogmático. Ferrari, cuestionando su propia fe creativa, llena una hoja blanca con trazos de lápices hasta saturarlos, agotarlos de tinta, o agotarse él mismo. Un trabajo metódico que demuestra la fe en la búsqueda de una salida a un trabajo laborioso (“Palabras” 1999). Algunas de sus obras tomaron un tono de protesta insurgente, rompiendo mitos y silencios en el espacio de la muestra, rompiendo preceptos basados sobre mentiras, al punto de llegar a persuadirse de que el mundo contiene una idéntica fuerza destructiva. La colección de misiles y aviones de guerras son alegorías de lo que ya existe realmente a un nivel mucho más importante. Estos objetos pueden intervenir en la obra de Ferrari porque sus presencias son provocantes, monstruosas, y representan lo más repudiable de nuestra sociedad. El artista puede elevar la conciencia con la plástica e idealizar una representación del mundo real. Como dice Paul Verhoeven “El arte es el reflejo del mundo, si el mundo es horrible, el reflejo también lo es”… Ferrari nos hace entender que el mundo tiene muchas paradojas y contradicciones, y el artista otras tantas posibilidades de expresarlas; de hecho tiene la multiplicidad de sus ideas como si tuviera un mundo poblando su conciencia. Demuestra ser capaz de provocar la explosión de más de un lugar, de un espacio, de su propio universo, ayudándose con un repertorio de símbolos de una gran connotación. Una obra de Ferrari es una ecuación que usa símbolos para expresar una denuncia; es la alquimia de la protesta bajo la forma de una provocación... El hecho que el artista tenga tantas cosas e ideas para expresar hace que se destaque del mundo real. Ya no tiene nada que ver con esa realidad física donde está el espectador. Si uno se siente atacado por su obra, es porque no es capaz de leerlas (esas ni ninguna otra) y se quedará siempre en la primera lectura de una iconografía. ¿Todo lo que avanza en profundidad será una blasfemia? Un espectador así, tampoco no podrá distinguir las diversas realidades que componen nuestros mundos. Ferrari logra con su retrospectiva en Buenos Aires generar una discordia y un efecto de escándalo digno de los grandes artistas, como los cubistas a principios del siglo XX. Es bueno ver que la sociedad puede todavía interactuar o reaccionar frente a una obra. Para contestar a un mensaje de un hombre en un foro de la Web: el arte no es para dividir ni para generar dogmas y atraer fieles.
acerca del autor
Varios

Buenos Aires, 1920. Cursó estudios en Italia durante la década del 50. Hace dibujo y grafismos desde 1962, escultura desde 1955 y collage y objetos desde 1964. Participó en las muestras colectivas: “Di Tella 1965”, “Tucumán Arde” 1968, Bienal de La Habana 1986 y l994, “Veinte Años” 1996, “Re-aligning vision” 1997, “Identidad” 1998, “Cantos Paralelos” y “Global Conceptualism: Points of Origin” 1999, “Heterotopías” Reina Sofia 2000. Vivió en Brasil entre 1976 y 1991. Publicó varios libros, entre los que se destaca “La Bondadosa Crueldad”: poesías y collages. Participó en congresos en el país y en el exterior. Recibió algunos premios: Medalla de las Abuelas de Plaza de Mayo y Salón del Mar en 1997, beca Guggenheim en 1995, Salón Belgrano 1998, Premio Costantini 2000, Premio Konex en 1992 y en 2002.