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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Homenaje
4 4 2005
Dos textos sobre Fernando Arrabal autor de ¡Houellebecq!
Arrabal se sumerge en la obra de Houellebecq, por Octavi Martí (Este texto fue publicado en El País, el 29-03-2005) Michel Houellebecq puede presentarse a las cuatro de la madrugada en el domicilio parisiense de Fernando Arrabal. Para beber una copa, la última, siempre la última. Para tocar el piano a cuatro manos. Para hablar de ciencia. "Nos une el interés por la ciencia", dice el dramaturgo y cineasta español, que ahora publica en España un libro sencillamente titulado ¡Houellebecq! La ciencia, el piano y el vino no es, sin embargo, lo único que comparten. "Los dos tenemos la esperanza de que el mundo por venir ha de ser mejor y los dos hemos nacido en África, yo en Melilla, Michel, en la isla de la Reunión. No tenemos raíces, sino piernas", explica Arrabal. El entusiasmo por la ciencia puede manifestarse de forma poética: "Las matemáticas fractales sirven para calcular en un volumen geométrico el espacio que ocupa una nariz o una nube", asegura Arrabal a partir de las teorías de Benoît Mandelbrod, de la misma manera que la llamada "teoría de los conjuntos" le sirve tanto para explicar por qué los políticos crearon Yugoslavia como el porqué de que dicho país haya estallado. "Dos y dos no son cuatro. Cuando sumas dos peras y dos manzanas no obtienes cuatro manzaperas". La complicidad entre los dos artistas se hizo pública el 17 de septiembre del 2002, cuando un Tribunal juzgó en París a Houellebecq por unas declaraciones que se consideraron insultantes para el islam, una religión cuya influencia represora el escritor francés combatiría "bombardeando con minifaldas los países en que domina. Las minifaldas serían más eficaces que los misiles. El eslabón débil de la sociedad musulmana es el sexo débil". El tribunal declaró inocente a Houellebecq, que recibió el testimonio favorable de Arrabal, que acudió ante el juez en tanto que experto y antiguo acusado de blasfemia por la justicia franquista. "Le dije lo que Beckett declaró en mi descargo: 'Es mucho lo que tiene que sufrir el poeta para escribir, señor juez, no añada nada a su propio dolor". Houellebecq vive en la actualidad en el sur de España. "Michel se interesa mucho por la hipótesis de un enriquecimiento del cerebro gracias al ordenador. Y quiere creer en la clonación". Esa posibilidad, la de fabricar mejores humanos gracias a la ciencia, era la conclusión de su novela de tesis, Las partículas elementales. "Pienso que nuestra especie podría transformarse en otra inmortal gracias a la regeneración que permitiría la clonación. La verdad y la belleza seguirían siendo los mitos del arte y la ciencia, pero sin el dardo de la vanidad o de la urgencia", le dice Houellebecq a Arrabal en el transcurso de una conversación que reproduce el libro que ahora publica la editorial Hijos de Muley-Rubio y que recoge textos inéditos, pero también otros ya publicados en revistas y diarios. El positivismo, tal como lo desarrolló Auguste Comte, es para Houellebecq la mejor explicación del mundo y una utopía vivible, una religión sensata. "Comte piensa que el mundo no puede vivir sólo con dos grandes valores, la libertad y la igualdad, y por eso se inventa una religión para descreídos, el positivismo", explica un Arrabal que admite "tener nostalgia de cuando era creyente" y se interroga por las conversiones de cierta gente: "Las víctimas de secuestro, por ejemplo, que parecen haber redescubierto a Dios en el transcurso de su cautiverio, como si se hubieran replanteado de nuevo la apuesta de Pascal. O Paul Claudel, que entró ateo en la catedral de Notre-Dame y salió de ella creyente. Con Michel coincidimos en que si el mundo hubiese leído el Dostoievski de Los poseídos nos hubiéramos ahorrado a Franco y a Hitler". En definitiva, bajo su disfraz de irremediables escépticos y pesimistas, Arrabal y Houellebecq siguen siendo cándidos escritores. Arrabal bendice a Houellebecq como el gran «enfant terrible» por Javier Gómez El autor, que retrata al polémico escritor en un libro, dice que «los dos hablamos de ciencia, Dios y sexo» Si Kundera se buscó a Cervantes y Ionesco a Víctor Hugo, Fernando Arrabal quería tener su libro de otro escritor y eligió a Michel Houellebecq. «¡Houellebecq!» sale a la venta esta semana y reivindica la figura del polémico novelista galo, con el que el dramaturgo se identifica: «A Sócrates, a él y a mí nos han juzgado por blasfemia». La casa de Fernando Arrabal no es casa sino arcón de irrealidades. Un cuadro de Stalin agasajado por unas mozas, una versión de la última cena presidida por el dramaturgo y un ex torero en persona que dice haber saltado a Las Ventas con una lechuga verde por montera. Cuando el anfitrión llega y se sienta, todo parece cobrar sentido, como si una orquesta anárquica, desafinada ante la imprevisible batuta de Arrabal, sonase mejor que la más armoniosa sinfonía. La veleta de inspiraciones del dramaturgo español se posó ayer en un autor de su misma hechura, Michel Houellebecq. De ésos difíciles de clasificar, que España siempre dio la espalda y reivindicó más tarde (que pregunten a Dalí, Picasso o Buñuel), pero que Francia idolatra, etiqueta de «enfant terrible» incluida. Quizás de ahí viene el cariño que se profesan estos dos escritores, porque ambos desenfundan cuchillos de palo en las forjas literarias de sus propios países. Aunque escurridizo, el autor de «Carta de amor (como un suplicio chino)» no se esconde tras las palabras. Y ayer reconoció abiertamente que su España natal no le profesa el mismo aprecio profesional que otras tierras. «En España no me toman en serio, se creen que soy un jovencito provocador, pero un día se me conocerá», sentenció con amargura y sin jactancia. Es difícil que no le caiga el adjetivo «provocador» al histriónico Arrabal. Él niega la mayor: «No lo soy en absoluto. La provocación es un accidente del azar». Dicho esto, quedó tiempo para que el autor explicitase su atracción por la figura erótica de las monjas, abogase por suprimir a los funcionarios («los sentados», dijo, parafraseando a Rimbaud) en el Ministerio de Cultura y comparase su juicio durante el franquismo por blasfemia y el reciente de Houellebecq por incitación al odio racial con el de Sócrates. Ni es provocar ni escandalizar; es Arrabal. Houellebecq, ausente ayer por su fobia a cámaras y periodistas, vive en Lanzarote. Arrabal lleva 50 años en París, «soñando cada noche con España», con la nostalgia de Melilla y Ciudad Rodrigo en un hatillo a la espalda, «porque la nostalgia es de quienes tienen piernas y no raíces». Ahora se reencuentran en las páginas de «¡Houellebecq!» (editorial HMR), compendio de textos publicados por Arrabal sobre su amigo. «Él y yo hablamos esencialmente de ciencia, de Dios y del sexo, aunque ninguno tenemos mucha idea de esto último. Él menos, claro está», enfatizó Arrabal, copa de vino en mano. El polifacético escritor se dejó arrastrar hasta los arrabales de la actualidad. Sobre guerras recientes y futuras, Arrabal recomendó a sus autores que lean «Los endemoniados», de Dostoievski. Reconoció luego que la Constitución europea le parece farragosa: «Cervantes la hubiese dejado en una página». Y metido en harina quijotesca, volvió otra vez a sacarse las espinas clavadas de la frustración: «Si el premio Cervantes hubiese existido en aquella época, se lo habrían dado a Avellaneda». Arrabal aprovechó la oportunidad para dar a conocer a la prensa el último óleo del pintor catalán Félez, que traslada al lienzo, «desde hace 40 años», los bocetos que le prepara el escritor. Titulado «El gran cuadro de la Poesía y de la Ciencia del tercer milenio», en él figuran científicos como Edelman, Mandelbrot, Prigogine, Voevodsky y Watson, junto al propio Arrabal, que simboliza «la poesía». Inspirado en «La Fragua de Vulcano» de Velázquez, estos personajes intentan clonar a otros pensadores como Aristóteles, Mendel o Newton. Cerramos la puerta del «arcón» justo con el anfitrión subido encima de una mesa como domador de fogonazos. No es provocación ni escándalo, como ya quedó explicado. Tampoco egocentrismo, avisa, «sino autoestima».
acerca del autor
Varios

Fernando Arrabal nació en Melilla (Marruecos Español) en 1932, de padre republicano y madre franquista. Su padre era oficial del ejército español. Desde 1954 reside en París. Algunos títulos de sus dramas: "El cementerio de automóviles", "La comunión solemne", "El arquitecto y el Emperador de Asiria"... Sus películas: “Viva la muerte", en la que describe su infancia, atormentada por la desaparición de su padre durante la guerra civil española y la dictadura franquista. Además es poeta y pintor, como lo muestra el voluminoso libro de arte, "Arrabal espace", editado en francés en 1993 por Ante Glibota, y que presenta su obra literaria, dramatúrgica, cinematográfica y artística. Recibió en España el Premio Nacional de Teatro 2001 y el Premio Nacional de Literatura Dramática 2003.