Homenaje
8 9 2005
Carta al poeta Oquendo de Amat (segunda parte), por Carlos Meneses
Un recorrido por tu breve herencia poética nos mostraría una buena cantidad de versos humorísticos, sobre todo en los claramente influidos por el cine. Por ejemplo en ese mismo poema “Mar” encontramos los siguientes: “El horizonte – que hacía tanto daño / se exhibe / en el hotel Cry” o también: “ Y el doctor Leclerk / oficina cosmopolita del bien / obsequia pastillas de mar”. No son bromas dirigidas a alguien. Son las frases alegres de quien está viendo la vida como un juego. De quien se permite unos recreos en medio de la vorágine miserable de su existencia cotidiana. Pero todo no queda en esos versos Hay bastantes más. Los que podríamos denominar visuales ya porque estén escritos verticalmente o porque consiguen formas de escaleras de barco o de ascensores. Es indudable que el cine, sobre todo el cine de acción, vigorizó varios de tus poemas. ¿Pero, por qué el cine de acción y no el dramático, por ejemplo? ¿Por qué Rodolfo Valentino irrumpe en tu poesía como un héroe de juguete? ¿No veías más películas que esas? ¿Tal vez eran las únicas películas a las que te invitaban tus amigos, o a las que te daba acceso tu primo Juan Oquendo que trabajaba en el cine Campoamor? Es probable que el poeta también acudiera a programas cinematográficos de otras vertientes, pero las que más influyeron en su obra fueron las de ritmo dinámico, como ocurrió a Marinetti con el Futurismo, a Tzara en el Dadaísmo o a los surrealistas franceses. La máquina, la velocidad, la técnica los conmovió sobre todo en sus inicios. Oquendo era un apasionado de ismos como ultraísmo, surrealismo y creacionismo, tenía por lo tanto maestros de esa veneración hacia la tecnología. Esa vorágine de frases, de formas, de retazos de cine y de restos de lecturas variadas da como resultado un extraño pero riquísimo mapa de divagaciones, de sueños cómicos y a la vez dinámicos, se podría decir que en algunos casos el poeta nos conduce a un ambiente de locura total, pero una locura alegre y hasta lujosa. En el poema “New York” que ya hemos citado es donde mejor se aprecia la dispersión de frases, la incoherencia de un verso con otro, el tumulto y hasta superficialidad de esa realidad que Oquendo retrata o, si se quiere caricaturiza. Nos encontramos versos jocosos, que llegan a parecer sonoras carcajadas. No es necesario leer el poema de una forma ordenada, más bien parece Carlos, que estuvieras invitando a la lectura desorganizada. Versos como “El tráfico / escribe / una carta de novia”; “RODOLFO VALENTINO HACE CRECER EL CABELLO”; “Mary Pickford sube por la mirada del administrador” o “El humo de las fábricas / retrasa los relojes” debes haberlos escrito entre sonrisas. En medio de la gran satisfacción que te concedía esta magnífica caricatura de la gran ciudad pero, a la que evidentemente, no te habría desagradado visitar. El poeta Washington Delgado señalaba “Poema al lado del sueño” para destacar tu buen humor. A la vez, lo recuerdo bien, que indicaba que en la poesía peruana el humor era algo que no se acostumbraba utilizar. Le llamó mucho la atención aquel juego de palabras que tal vez es totalmente vacío, pero que sin la menor duda tiene encanto: “moú Abel tel ven Abel en el té” No sé si detrás de esa sinfonía aparentemente sin sentido hay algo que no nos dijiste claro. Que el verso es una mampara para encubrir algo que no querías rebelarnos y que nos entregabas como un jeroglífico que nosotros teníamos que descifrar. Como varios de tus poemas éste también está formado por frases inconexas. Aparte de esa figura curiosa que tanto llamó la atención a Washington Delgado, Ti poesía contiene versos propios de amante, de hombre impresionantemente enamorado. Al leerlos uno piensa en Werther, en Romeo, en tantos otros héroes del amor. Cómo no va a dar esa sensación quien canta: “ Tú estás aquí como la brisa o como un pájaro / En tu sueño pastan elefantes con ojos de flor”. ¿Quién es la dama que sueña, que es como la brisa o como un pájaro?. La encontraremos muchas veces en diferentes poemas. No voy a cometer la imprudencia de preguntarte quién es esa mujer que parece llegada de un cielo, de un paraíso especial. Sé que esos sentimientos, el enamoramiento me refiero, es algo muy particular, que no tiene por qué mostrarse como al abrir una puerta el interior de una casa. En uno de tus primeros versos, posiblemente el primero, “Aldeanita”, todo está dirigido a una chica muy joven, una niña de provincias. Y la chica de los poemas posteriores parece más bien una mujer de ciudad, de características muy diferentes a la joven anterior. Esta muchacha citadina es la que verdaderamente te causa arrebatos. No puedes disimular tu emoción al verla, al pensar en ella. Debe ser la misma que transita de un poema a otro, no la aldeanita, la ciudadana. Es la que te hace exclamar: “ Mujer / mapa de música claro de ríofiesta de fruta». Y a la que le concedes características propias de maga o hechicera cuando le gritas: “Mírame / que haces crecer la yerba de los prados” Qué más da que no rebeles su nombre, que no sepamos su identidad. Que importa, o qué nos importa, que haya sido la amada a la que veías sólo de lejos o aquella otra que emergía inesperada y continuamente de tus delirantes sueños que solías convertir en poemas. Esa mujer hermosa, dueña de un encanto inconmensurable es la misma a la que tu pronosticas: “ de tus cabellos saldrá agua dulce / y habrá voces de color en la luna” y es también la bella a la que le otorgas el delicado papel de “JARDINERA DE MI BESO”. Leyendo los poemas en que te refieres a ella con la pasión del gran enamorado, nos podemos formar una idea – cada cual a su manera, naturalmente -, de cómo podría haber sido. Para unos la belleza descansando serena en su mirada. Para otros, de figura elástica y preciosa. La flexibilidad de su paso. El atractivo de su voz. El prodigio de su sonrisa. Por eso, porque eran tantas en una, porque te desquiciaba el verla, porque eras fuego cuando pensabas en ella, fue que escribiste en pleno éxtasis “El paisaje salía de tu voz”. Y que al verla tan elegante, con atuendos que conjugaban perfectamente con la delicia de su figura le llegaste a decir como si le lanzaras una rosa en pleno jirón de la Unión, el de esos años veinte: “Tus vestidos / encendieron las hojas de los árboles”. Un digno homenaje a su impresionante atractivo. Existe otra incógnita en tu vida. Si eras tan tímido como se dice, si vivías pobremente y tan aislado de los demás, ¿cómo surgieron tus muchas amistades limeñas? ¿Quién construyó el puente entre tu soledad y los demás poetas de tu generación? Según cartas, opiniones, recuerdos fue Enrique Peña Barrenechea quien podría haberte abordado alguna de las tardes que ibas a leer a la biblioteca de San Marcos. Y él quien primero te presentó a Xavier Abril, y luego vinieron otros poetas y no poetas. Esto debía ocurrir alrededor de 1924. También parece que conservabas algunas amistades de cuando estudiabas en el colegio Guadalupe. Y que a tu gran amigo y protector, Manuel Beingolea, bastante mayor que tú lo conociste en tu lento deambular por las calles del centro de Lima, pero nadie ha sabido desvelar las circunstancias dentro de las que se produjo el primer encuentro. Beingolea, no sólo se convirtió en lector de todo lo que escribías, en consejero de tus lecturas y comentarista de las películas que veías, sino también, y esto es muy importante, en colaborador de buena parte de tu soporte económico. Y se cuenta de forma risible que una vez te encontró en un café cercano al lugar donde él trabajaba y tú lo esperabas ansioso porque necesitabas las monedas necesarias para que contener tu hambre de más de 24 horas, y él llegó con un paquete que contenía pepinos y chancays (1), y te lo entregó diciéndote que no iba a poder seguir aportándote su voluntaria cuota semanal de soles. Sus gastos empezaban a superar a sus ingresos. La recomendación fue que comieras los chancays lentamente, luego los pepinos, y que el jugo de esta fruta te hincharía el estómago y no necesitarías comer nada más. Pero no fue él quien te llevó a presencia de José Carlos Mariátegui, Aunque sí debió aprobar que te reunieras con el gran pensador y director de la revista “Amauta”. El inquieto Xavier Abril, ya conocía al célebre intelectual peruano y sabía que estaba impartiendo unas charlas sobre marxismo en su casa de la calle Washington. Fue entonces Xavier quien te presentó a José Carlos. Y junto contigo acudieron muchos jóvenes poetas o no, estudiantes o no. ¿Te interesó desde el principio la palabra de ese maestro que empezabas a conocer? De acuerdo con declaraciones por escrito de Abril, Oquendo y él fueron los discípulos más fieles del Amauta. No sólo en cuanto a escuchar su palabra y aceptarla plenamente. Sino también comportándose como fieles amigos que acudían a conferencias, exposiciones de arte o teatro, con Mariátegui en silla de ruedas. Se ha llegado a decir que fue debido a esas charlas sobre El Capital de Marx que el poeta abandonó los versos y cogió el fusil. Lo primero prácticamente fue así. Parece que escribió algunos poemas que quedaron sueltos por su difícil camino de activista político, y que muchos años después fueron descubiertos por el también poeta y puneño, José Luis Ayala. En cuanto a lo del fusil, ¿por qué no? Podría haber sido. Pero más que fusil se trataba de la pluma dedicada a exaltar otra forma de vida, a luchar por una verdadera libertad. Y las arengas en pueblos y en ciudades grandes como Arequipa, determinaron las persecuciones policiales, los internamientos en cárceles y comisarías. Tu perseguidor, tu verdugo, fue Mier y Terán, temible jefe de policía en el Sur en tiempos de Sánchez Cerro y Benavides. ¿Lo odiaste? ¿Pensaste en escribir unos feroces versos contra él? No, creo que en lo único que pensabas cuando se abrieron las rejas del Frontón y volviste a caminar por las calles de Lima, fue en dejar el Perú. Aprovechar la disyuntiva en que te ponía la policía, o volver a la cárcel, porque se creía que seguirías incurriendo en los mismos significados delirios comunistas o abandonar el país. Ya sabemos que elegiste el exilio aunque muchos de tus amigos se opusieron, Manuel Beingolea entre ellos. No obstante su negativa a tu viaje fue él quien cubrió el costo del pasaje. A quienes estuvieron cerca a ti, quienes te conocieron como poeta, y te vieron luchar denodadamente por conseguir el dinero suficiente para pagar la factura de la imprenta y conseguir que circulara tu libro “5 metros de poemas”, debió haber sido muy difícil aceptar que te habías transformado en un político activo, en un hombre que pretendía introducir ideas que cambiaran el pensamiento de la población. Aun para los jóvenes poetas que concurrían contigo a la casa de Mariátegui tuvo que parecer algo insólito, más aun, tenebroso. Tus amigos, tus familiares, sabían que ibas a la sierra para fortalecer tus dañados pulmones, ignoraban que en los dos años de continua charla con el Amauta tu visión del Perú, del mundo, del papel que te tocaba jugar en la vida había cambiado. No se trataba sólo de escribir, de delirar ante la belleza de una mujer o de imaginar enormes y hermosas ciudades. Había que dar otras dimensiones a tus sueños. En adelante soñarías con un mundo sin desigualdades ni sociales ni económicas ni étnicas. Y sobre todo, desearías hacer soñar a tu pueblo con alcanzar esos ideales. ¿Y tu libro? ¿Es cierto que estuvo cautivo dos años en una imprenta porque no tenías dinero para pagar la factura? Se ha hablado mucho con respecto a la forma como llegaste a conseguir las libras con que pagar el rescate de “5 metros de poemas”. Creo que los dos aspectos válidos son los que refirieron en su momento tus amigos, los de tu generación. Primero empezaste a vender unos bonos por el valor de un ejemplar. Luego, se afirma que habrías obtenido un premio de la Municipalidad de Lima presentando los mismos poemas. Y que con ese dinero fue posible cubrir el coste de 300 ejemplares. Todos los consultados ignoran a cuántos soles ascendía el premio municipal, y cuál era el valor de cada bono. Se calcula que el dinero de los bonos no siempre entraba en la alcancía destinada a cubrir gastos de imprenta. El estómago no entiende de literatura. Por una vez hubo justicia en tu vida y cayeron en tus manos los laureles y los billetes municipales. Se debieron preguntar muchos y muchas veces ¿por qué no continuaste escribiendo esas feroces críticas literarias en las que enfocabas a tus contemporáneos y a veces a otros de otras generaciones?. La única muestra de esa tarea la presentaste como el inicio de una serie, pero ya no diste a conocer más. Tal vez las escribiste y se quedaron prisioneras en algún cajón de un hotel del que tuviste que salir apresuradamente. O solamente las pensaste y no las llevaste al papel. Ya sabemos o simplemente suponemos todo lo que pudo haber pasado. La búsqueda de alojamientos que conjugaran con tus bolsillos. La necesidad de un nuevo sombrero, de unas mejores suelas que reemplacen a las tan gastadas de tus zapatos. En fin tantas cosas de ese mismo tipo. Tantas humillaciones a las que somete la vida. A las que te sometió a ti, como cobrándote el derecho a tener talento, sensibilidad, rebeldía. Por eso sólo conocemos esa crónica, titulada “Nueva crítica literaria”, de la que escasamente se conservó la primera parte. Ojalá algún día dentro de algún libro de una inmensa biblioteca alguien se dé con la amable sorpresa de hallar la segunda parte. En esa única crítica tan esquemática como precisa se aprecian los conocimientos literarios del poeta. Sabe situar a los poetas que conoce y no sólo describirlos en dos pinceladas sino hasta delinear sus herencias, percibir lejanas o cercanas influencias recibidas del extranjero. Descubrir pecados y aplaudir aciertos. La frase dedicada a Xavier Abril es la clara exposición de lo que él entendió por amistad: “Xavier abril – buscándome yo mismo no sé hasta qué punto soy, y dónde comienza en mí xavier abril.” Y tras las finas burlas, las críticas diminutas y cargadas de ironía, y los aciertos para encontrar la vía de influencia recibida por cada uno de sus radiografiados, se autocalifica sin atenuantes: “carlos oquendo de amat – es un imbécil ” y firma. ¿Fue una concesión hacia quienes pudieran haberse sentido ofendidos con su tratamiento? O quiso demostrar que no lo guiaba ni la humildad ni la vanidad, sino la sinceridad?. Como fuere, un poeta como él, un soñador de la poesía y la política, un maravilloso visionario y diletante de lo que no tenía y nunca podría alcanzar, no podía cerrar una crítica literaria sin dedicarse una frase demostrativa de que por el mundo hay que ir proclamando los errores cometidos por uno mismo antes que los aciertos.
Palma de Mallorca, junio 2005
(1) En Lima, pan de dulce fino y delicado.