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Homenaje
5 12 2006
Platón, el Rabino y el Inca (fragmento) por Carmen Bernand

Aunque no es de hombre virtuoso dezir mentira (puesto que fuesse provechosa), no por esso es de hombre prudente dezir la verdad, cuando nos trae daño y peligro: que la verdad que siendo dicha es dañosa, prudencia es callarla y temeridad hablarla. León Hebreo, Diálogo III

La sombra del patio interior de la morada de los Vargas, en Montilla, tamiza el furor estival. Garcilaso no abandona casi esa guarida, fuera de algunos desplazamientos puntuales a la muy cercana Córdoba y las visitas regulares a Gonzalo Silvestre, instalado en la aldea andaluza de Las Posadas, con quien le gusta conversar de tiempos pasados y las proezas de los conquistadores. La facundia del viejo Silvestre le cambia su rutina estudiosa en Montilla y la sana práctica de la equitación le protege contra los efectos nefastos de Saturno. Sus sinsabores ante los Tribunales han acabado con sus esperanzas cortesanas. Desengañado, no quiere servir más a una corona que le ha pagado de vuelta con tanta injusticia (1). A la ingratitud real se añade su desprecio a la política aplicada en Perú por el Virrey Toledo. Recluido en su aldea andaluza, Garcilaso tiene tiempo para consagrarse por fin a los estudios, según el deseo de su padre. Recluido no significa cortado del mundo, ya que es escogido a menudo como padrino de bautizo, frecuenta la casa de los Priego, recibe visitas que le traen novedades de Perú y mantiene una correspondencia regular con sus excondiscípulos cuzqueños. Los heréticos que habían obsesionado tanto a las autoridades religiosas y civiles algunos años antes desaparecen del horizonte español en los años 1570; a fuerza de autos de fe y persecuciones, el reformismo cristiano español es extirpado o por lo menos amordazado. Pero, en 1580, la unión de las coronas de España y Portugal, tras la crisis de sucesión en Lisboa, vuelve a poner al orden del día la cuestión de los “nuevos cristianos” que pueden de ahora en adelante ir libremente a España desde Portugal donde eran numerosos y a menudo judaizantes. En Perú, la situación era confusa. Después de la ejecución de Tupac Amaru I y el triunfo del Virrey Toledo, un largo proceso se inició en Lima, en 1573, contra el dominico Francisco de la Cruz. Este religioso fue en Valladolid alumno de Soto, de las Casas y Carranza, el arzobispo de Toledo detenido por la Inquisición. En Perú, se encontró mezclado a un curioso asunto que combinaba un delito de requirimientos y comportamientos condenables compartidos a jóvenes mestizas y damas de la aristocracia de los conquistadores. Víctima de un extraño delirio, Francisco de la Cruz reivindicaba una doble ascendencia judía y cristiana de rancio abolengo, ya que pretendía ser “descendiente del Rey David y del tercer Rey de España después de Pelayo”(2). Este doble origen, solía decir, hacía de él un auténtico heredero de los reinos de España. Durante su proceso, renegó de Las Casas. Se descubrió un cuaderno en el cual había anotado las propiedades naturales de hierbas y plantas, así como la influencia de las estrellas. El escándalo salpicó al mismo Sarmiento de Gamboa, cronista del virrey Toledo y menospreciador de los Incas, cuando se descubrió que poseía anillos mágicos. Para alejarlo del Perú, se le confíó una misión de reconocimiento en el estrecho de Magallanes. Francisco de la Cruz tuvo menos suerte, puesto que pereció en la hoguera en Lima, en abril de 1578 (3). En la misma época, cierto Sebastián Herrera, cura de una parroquia cuzqueña, fue arrestado por la Inquisición por haber celebrado misas en memoria de los Incas. Su proceso revela que era hijo de un rabino de Toledo y había vivido en Berbería. Sin duda alguna, las fronteras se embrollaban en el Perú natal de Garcilaso (4). El saber en el Indice La sed de conocimiento que no le había abandonado desde la época en que recibía las enseñanzas de Cuéllar y que la frecuentación de la Biblioteca del Marqués de Priego no había saciado, fue probablemente aguijoneado por este entorno hostil a la libertad de pensamiento. Con la puesta al paso de los heréticos, el movimiento humanista de comienzos del siglo XVI se detuvo en esa época. En realidad, se había convertido en un instrumento peligroso, susceptible de vehicular ideas heterodoxas. Esta desconfianza hacia los impresos databa del tiempo de los Reyes Católicos. Después de autos de fe espectaculares contra las obras hebreas y árabes, la censura se aplicó a todas las publicaciones de libros. Ninguna editorial podía imprimir una obra, ya sea en latín o en lengua vernácula, sin solicitar para ello la autorización de los jueces competentes en la materia, laicos o religiosos. Era necesario impedir también la exportación de libros profanos al Nuevo Mundo. Esta reglamentación fue aplicada en 1531 por un decreto de la Reina Juana. [...] Aunque los libros de los judíos habían sido prohibidos desde hacía mucho, los inquisidores podían autorizar los comentarios sobre las Escrituras redactados por sabios reconocidos y hasta por rabinos, pero en ningún caso el Talmud ni los comentarios que lo acompañaban. Diversos autores fueron censurados; ya hemos mencionado la prohibición de publicar Biblias en lengua vernácula, así como los ensayos de Erasmo; el Indice de Quiroga va más lejos y extiende la censura a un gran número de autores clásicos así como a tratados de filosofía política, erudición hebraica, literatura erótica e historiografía. La lengua toscana es especialmente apuntada. Citemos a algunos autores de esos textos “malditos”: Los Salmos del Rey David, sobre todo el que empieza por “El Rey David está de coléra”, la exégesis de la Biblia hecha por el hebraísta cristiano Reuchlin, Sebastián Münster por sus anotaciones hebreas; los Cuentos de Bocaccio considerados muy inmorales... [...] Un filósofo que ya figuraba en el Indice Tridentino, León Hebreo, estaba totalmente prohibido por los censores españoles. La frase lapidaria que lo condenaba decretó: Leonis Juda, opera omnia (5). Es justamente este autor que Garcilaso decidió traducir para cultivar su prosa y aprender la elegancia del estilo. La pasión de las letras En esa elección, hay indudablemente de la parte del mestizo, un desafío a las autoridades eclesiásticas, favorecido es cierto por la indulgencia de los inquisidores de Córdoba, Francisco Gasca y Alonso López (6). En realidad, la biblioteca de Garcilaso rebosaba de libros prohibidos por los Indices. Es lo que se puede deducir por lo menos del inventario hecho a su muerte, en 1616 (7). Por cierto, esta lista, levantada por un asistente de notario reñido con la ortografía, no refleja la totalidad de sus lecturas ni las fechas de las ediciones, pero por lo menos ofrece un resumen del gusto literario de Garcilaso. Desde luego el no respetar las decisiones inquisidoras significaba un delito y estaba asimilado a una forma de herejía (8). Parece como si Garcilaso no se hubiese preocupado mucho de eso. Italia le encanta y lee a Bocaccio como cualquier hombre joven que busca instruirse y adquirir rudimentos humanistas. [...] ... En todo caso, Garcilaso encontró en el maestro judío [León Hebreo] la respuesta a muchas cuestiones no tan bien formuladas y decidió traducirlo. ¿Podía osar lanzarse a semejante proyecto? Pone en evidencia las débiles luces de su condición de Indio para explicar sus dudas delante de la vastedad de la tarea, pero la verdad podría haber sido otra, dada la prohibición de este texto. Pidió pues consejo a cuatro amigos: Pedro Agustín de Herrera, lingüista y teólogo que era preceptor de Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa; el jesuita Pedro Gerónimo de Prado que enseñaba en Córdoba; el licenciado Pedro Sánchez de Herrera, un teólogo nativo de Montilla; y el padre Fernando de Zárate. Además, Ambrosio de Morales, el gran especialista de la antigüedad de Córdoba, que mantenía una gran amistad con él, le alentó también en el proyecto. El sabio leerá una parte del trabajo antes de su muerte. No era demasiado, ya que Alessandro Piccolomini, pese a ser una autoridad reconocida, había sido acusado de herejía y condenado por los tribunales eclesiástico y civil por haber difundido la filosofía aristotélica en lengua vernácula (9). Sus amigos teólogos habiéndole reconfortado, Garcilaso empezó a aprender el toscano. Varios especialistas de Garcilaso insistieron en su esfuerzo lingüístico para tener éxito en la traducción de esta obra. Lo que más sorprende —puesto que el toscano no está tan alejado del castellano ni del latín, lenguas que él dominaba—, es el austero trabajo de erudición al cual se sometió para sumergirse en la filosofía de León. Ya que los Diálogos son indudablemente un ensayo complejo, a menudo abstracto, jugando con múltiples referencias que el peruano no podía haber adquirido en su juventud y que llegó no sólo a dominar —la traducción habría sido ilegible si tal no hubiera sido el caso—, sino a convertirla en lengua castellana clara y elegante, respetando de muy cerca el estilo y el contenido del original. Garcilaso ha repetido que su deseo era mejorar su pluma, lo que le había incitado a entregarse en cuerpo y alma a ese trabajo, pero insistiendo en la dificultad estilística de la traducción, ha evitado comentar el alcance intelectual de la obra, a saber la inmersión en el platonicismo y en las especulaciones religiosas y cabalísticas del judaísmo, es decir de dos sistemas filosóficos que debían necesariamente modificar sus propias categorías de pensamiento. Se comprende que haya tenido necesidad de alternar este ejercicio riguroso con la fantasía desbordante de Gonzalo Silvestre. Los Diálogos solares Diálogos de amor de León Hebreo, publicados más de diez años después de la muerte de Juda Abrabanel, obtuvieron un inmenso éxito. Entre 1535 y 1607, aparecieron veinticinco ediciones de la obra y varias traducciones al español, francés, latín y hebreo. Los tratados sobre el amor eran un género muy en boga en el siglo XVI, pero los Diálogos tenían una ambición más grande. El autor quiso elaborar una síntesis de las diversas corrientes filosóficas clásicas —Platón y Aristóteles— pero también árabes y judías, destinada a un público más amplio de gente común para familiarizarlo con los debates intelectuales, expresados en una lengua clara y elegante (10). La difusión en el ambiente cristiano de esos diálogos filosóficos tendía igualmente a mostrar que las verdades contenidas en Platón habían tenido un origen hebreo. En consecuencia, el pensamiento filosófico de la Antigüedad, que era el orgullo de los sabios del renacimiento, no era más que un brillante epígono de Moisés, presentado por León como el redactor del Antiguo Testamento. [...] Alegorías y correspondencias La influencia de León Hebreo ha sido fundamental en la obra de Garcilaso y nos obliga a trazar de nuevo las grandes líneas de los Diálogos intentando volver a pensarlas en función de los intereses del peruano. El texto está dividido en tres partes que tratan respectivamente de la distinción entre amor y deseo, la universalidad del amor, su origen. Los Diálogos se desarrollan entre un hombre, Filón, y una mujer, Sofía, ambos judíos y “creyentes”. Filón representa el amor, pero evoca también su homónimo de Alejandría, autor de la gran síntesis filosófica entre el paganismo griego y la tradición hebraica. Sofía encarna la sabiduría, sobre todo la del pensamiento de Aristóteles. Las discusiones son subtendidas por el deseo amoroso de Filón hacia Sofía, y este doble movimiento intelectual y pasional organiza el conjunto. Ahora bien, el amor humano es ambivalente, ya que el placer está balanceado por la violencia y la locura, y “el amor hace morir la vida y vivir la muerte del amante” (11). Bajo este fondo de tensión erótica se teje un razonamiento que examina, según la Biblia, el pensamiento de Avicena, Averroes, Maimónides e Ibn Gabirol, así como los dos sistemas filosóficos y antagónicos, el de Platón en El Banquete y Timeo, y el de Aristóteles y la escolástica, especialmente en Ética a Nicómaco. La complejidad del pensamiento desplegado por León Hebreo se debe al número de referencias manejadas. En esta reflexión especulativa, el mestizo peruano encuentra un lugar, pese a la parte exigua que le hace. Puesto que León Hebreo no ha dejado de introducir en ella, lo que es una novedad: la existencia del Nuevo Mundo —recordemos que ha terminado el texto en los primeros años del siglo XVI. No se trata en éste de una mención trivial, sino de un cuestionamiento de las verdades consagradas. León se refiere a éste a propósito de las certezas astrológicas aceptadas hasta esa época, pero remecidas desde que los navegantes castellanos y portugueses descubrieron las estrellas antárticas de efectos desconocidos (12). Al contrario de los pensadores judíos de su tiempo, León se interesa en el paganismo y en el lugar que ocupa en la búsqueda de la verdad. Para Sofía, las fábulas —es decir, los mitos— son mentiras de los poetas. Para Filón, en cambio, son alegorías necesarias. Primero porque los antiguos consideraban que la naturaleza y la divinidad repugnaban revelar los secretos a todos los hombres. Luego porque mezclando razonamientos difíciles e historias gratas, los secretos devenían más accesibles a todos, lo que favorecía la conservación en la memoria de los hombres. Al fin, porque la misma fábula podía tener varias interpretaciones, de manera que “con un mismo manjar, se puede hacer paladear sabores diferentes a cada comensal” (13). Filón comprende que los poetas han divinizado los elementos como el mar, los ríos, las montañas; impresionados por su carácter majestuoso, aquéllos creían que cada uno de estos elementos encerraba una parcela del mundo de las Ideas. Pero Filón empuja su argumentación más lejos afirmando que esas alegorías inventadas por griegos y romanos poseen un fondo de verdad en la medida en que se arraigan en la tradición bíblica. La fábula del parto de Leto encuentra su principio de verdad en Moisés (14). La figura de Apolo suministra un excelente ejemplo de la significación profunda de la alegoría: más allá del relato circunstanciado que la explica, revela la relación espectacular entre microcosmo y macrocosmo, entre equilibrio y medicina, de una parte y armonía cósmica, por otra parte. [...] ... En cuanto al laurel con el cual ese dios está ceñido, indica sus dones de adivinación, porque esta hoja concede a los durmientes la facultad de soñar cosas verdaderas y diversas. Por eso también el laurel está cerca del cuervo de quien se dice que posee sesenta y cuatro maneras diferentes de graznar. Semejantes exégesis entusiasmaron a Garcilaso que se encuentra en compañía de Platón y Moisés, el sol egipcio de Heliodoro, pero también el del Inca Manco Capac y hasta el de los moros de Cádiz que adoraban a las piedras redondas en forma de sol, como los soldados de don Juan de Austria lo descubrieron durante las campañas llevadas a cabo en Alpujarras (15). Entre las alegorías paganas, el mito del andrógino ocupa un lugar privilegiado. León retoma la interpretación de Platón en el Banquete que se aproxima a algunos midraschim que se refieren al estado andrógino de Adán. Indudablemente, dice, esta fábula saca su substancia de las Escrituras. El filósofo griego se inspira de ella y la adorna cubriéndola con retórica, haciendo así una mezcla desordenada de enseñanzas hebraicas. “Me gusta, responde Sofía, que Platón haya bebido de la fuente sagrada.” Adán es un andrógino y su nombre significa el Hombre en el sentido genérico (16). “¿Por qué, prosigue Sofía, lo indispensable a la generación debe ser pecado?” Este párrafo fue censurado en 1632 por el inquisidor general Zapata, aunque León, por boca de Filón, recordaba que la finalidad del hombre no sólo era engendrar sino contemplar la divinidad (17). Notas (1) Es la opinión de Brading que compartimos aquí. (2) Abril Castelló (1992), p. 67. Pelayo, un jefe de guerra de Asturias, fue considerado como el primer resistente “español” al avance de los musulmanes. (3) Volveremos ulteriormente sobre la figura de Sarmiento de Gamboa y sobre su interpretación de la tiranía de los Incas. Las referencias a sus actividades mágicas se encuentran en Abril Castelló (1992), p. 370. (4) Archivo Histórico Nacional (AHN), Madrid, Sec. Inquisición, Procesos de fe, f° 127 v. (5) Quiroga (1983), f° 70. (6) Bennassar (1983), p. 86. (7) La biblioteca de Garcilaso ha sido reconstituida en gran parte por José Durand (1948), p. 239-264. (8) Bennassar (1983), p. 291. (9) Varner (1968), p. 277. (10) En la lengua del texto original, existe una controversia y se discute sobre el punto de saber si se trataba del latín, del hebrero o del español repleto de palabras italianas. Hemos escogido la última hipótesis basándonos en cierto número de criterios: del punto de vista formal, el texto —que parece haber sido corregido por Mariano Lenzi— tiene palabras más próximas al español que al italiano. Por ejemplo, desia por desidera. Del punto de vista del contenido, es más probable que apunte a un público universal y no a la comunidad judía únicamente. Por fin, los argumentos avanzados por Garcilaso parecen pesar más en favor de una lengua no hebraica. Dorman (1983) considera también que se trata de un original en toscano cruzado de influencias hispánicas. (11) Traduzión..., I, f° 41. (12) Op. cit. I, f° 27 v. (13) Op. cit. II, f° 75. (14) Leto fue puesta en cinta por Zeus de los gemelos Apolo y Artemisa. Celosa, Hera declara que Leto no podrá dar a luz en ningún lugar iluminado por los rayos solares. Por orden de Zeus, Borea condujo la joven al reino de Poseidón que levanta la marea para construír así una bóveda líquida por encima de la Isla de Délos. Protegida de los rayos solares, Leto da a luz a los gemelos. (15) Es lo que cuenta Diego Hurtado de Mendoza en su relato sobre la guerra de Granada. (16) Génesis, 5, 2,: “El día en que Dios creó al hombre a semejanza de Dios, lo hizo. Macho y hembra, él los creó, les bendijo y les puso el nombre de ‘hombre’.” (11) Traduzión..., III, f° 233v.
acerca del autor
Carmen

Carmen Bernand se graduó en antropología en la Universidad de Buenos Aires en 1964. Especialista de la Historia de América Latina. En 1964, empezó en París un doctorado con Claude Lévi-Strauss, tesis sostenida en 1970. Emprendió una tesis de doctorado en 1972 sobre el campesinado de Azogues (Ecuador) que fue sostenida en 1980. Hizo investigaciones antropológicas en los Andes (Argentina, Perú y Ecuador) pero también en México y Texas. Tuvo una larga carrera docente en la Universidad de Paris X desde 1967 hasta 2005. Fue invitada como profesora en España, Italia, Guatemala, Honduras, Brasil, Santiago de Chile y Buenos Aires. Desde 1994 es miembro del Instituto Universitario de Francia y a partir de 1999, directora adjunta del Centro de Investigaciones de los Mundos Americanos de París. Publicó "Les Incas, peuple du soleil" (1988), "De l'idôlatrie. Une archéologie des sciences religieuses" (1988) con Serge Gruzinski, "Histoire du Nouveau Monde" con S. Gruzinski (1991 y 1993), "Pindilig. Un village des Andes équatoriennes" (1992), "Buenos Aires" (1997) y "Un Inca platonicien, Garcilaso de la Vega 1539-1616" (2005).