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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
2 11 2007
Dos comentarios sobre la exposición de cerámicas Tierra y fuego de Oswaldo Vigas en Caracas
“El arte es mi religión” por María Gabriela Méndez (diario El Universal de Caracas) La ocasión, advierte el maestro Oswaldo Vigas, la pintan calva porque hay que saber identificarla para aprovecharla. Y eso fue lo que hizo en 1981 cuando le encomendaron el mural de la fachada del Ateneo de Valencia. No solo cumplió con su cometido sino que quiso seguir experimentando con la arcilla. 18 años después un sobrino lo invitó a hacer algo en cerámica y no desaprovechó el momento. El resultado es una faceta desconocida del multifacético artista que se podrá apreciar desde mañana en la Fundación Provincial bajo el titulo Tierra y fuego. Para Vigas esta investigación parte de la aventura que significa vivir. "La vida es una aventura y para vivirla bien hay que aventurarse si no te aventura no haces nada. La cerámica fue una aventura. Si no hay aventura se pierde el gusto por las cosas". Vigas es irreductible con respecto a un arte muy intelectual, en el que no cree. "Cuando es muy intelectual deja de ser arte y se convierte en ciencia. El arte tiene mucho de irracional. El arte racional es decoración y la decoración es un arte aplicado. El arte puro no es decoración. El arte puro no sirve para nada, para nada práctico. Sirve para trascender la muerte". Pero como todo en su vida, esto no lo buscó, lo encontró: “Los cuadros no los hago, los encuentro. Encuentro imágenes". Se trata de las imágenes que están almacenadas en el inconsciente colectivo. "Cuando uno está con un pie en el inconsciente colectivo y otro en el momento en que vive tienes contacto con eso y de hay sacas todo. De esa fuente salen no solo las imágenes sino los sentimientos y las imágenes a su vez arrastran sentimientos. Una imagen que no arrastra sentimientos para mi no existe". El artista no encuentra diferencias entre modelar una escultura y pintar un cuadro. "Debo ser una excepción”, advierte. Las imágenes que están en sus piezas de cerámica las saca de sus pinturas y de ese archivo de imágenes que lo conforman los pequeños bocetos hechos sobre servilletas, facturas o tickets de metro, algunos de ellos presentes en la muestra. Vigas no quiere que le suceda con su trabajo en cerámica lo mismo que le ocurrió a sus piezas de esmalte sobre metal: las regaló y no sabe donde fueron a parar. "No tengo ni fotos, entonces no existe, es una parte de mi obra que está desconocida, inclusive para mí”. Por eso guarda celosamente estas piezas (no las vende) y aspira a que se haga un catálogo. No niega la posibilidad de trabajar nuevamente con cerámica, lo hará cuando se presente la oportunidad. Eso forma parte de su afición por la vida: "Me gusta explorar todo, eso produce placer. El placer que da el arte es fundamental para vivir. El arte es mi religión”. Oswaldo Vigas: "Soy un inventor y recolector de imágenes" por Diego Arroyo Gil (El Nacional de Caracas) Para el artista constante, un solo motivo puede ser suficiente para trabajar durante toda su existencia. Bien lo dijo Hipócrates: Ars longa, vita brevis (el arte es largo, la vida es corta). La exposición Tierra y fuego es un ejemplo de este fenómeno. A sus 81 años de edad, Oswaldo Vigas aún insiste en las mismas figuras de siempre, esos extraños dibujos tan propiamente suyos que hacen distinguible sus obras a leguas de distancia. Hay que decir, sin embargo, que la individual en cuestión es poco usual. No reúne pinturas, ni tapicerías, ni esculturas de este creador valenciano, sino cerámicas, una rama de las artes plásticas venezolanas que, a pesar de haber sido explorada con anterioridad por nombres revelantes como Miguel Arroyo, la Nena Palacios y Tecla Tofano, no es un tópico recurrente en galerías ni exposiciones. Y cuando lo es, tiende a ser tomado con cierto desdén, quién sabe porqué razones. En este sentido, Tierra y fuego constituye, además de un riesgo, un atrevimiento. Vigas asegura estar muy al tanto de ello, y no lo perturba. "Yo soy un aventurero, siempre lo he sido. Como no puedo salir a la calle a echar tiros, como no voy a la guerrilla, entonces me dedico al arte", explica. Y agrega: "Además, en la vida todo consiste en estar disponible, los que se cierran pierden las oportunidades". Quien esté familiarizado, aunque sea a medias, con el trabajo de Vigas, descubrirá pronto que sus cerámicas no desdicen lo que ha sido su propuesta pictórica. Él se repite sin ninguna vergüenza en todo lo que hace. Al igual que en las esculturas y los lienzos, en la cerámica la base es el dibujo, una práctica que ha cultivado con un empeño casi obsesivo. Las 56 piezas que integran Tierra y fuego forman parte de un grupo que sobrepasa las 200. No son de creación reciente. Al contrario. Excepto cuatro de ellas, que datan de 1999, la mayoría fue fechada en 1981, año en que el Ateneo de Valencia le solicitó a Vigas un mural en cerámica. Entonces fue cuando se vio con los materiales en la mano para trabajar en las obras que hoy, por primera vez, salen a la luz en una exposición dedicada exclusivamente a ellas. "Hay artistas que solo tienen en su taller el cuadro que están pintando. Manuel Cabré, que es uno de los grandes, era así. Pero yo no puedo. A mí me gusta capitalizar lo que tengo, lo que he vivido. Aún quiero a todos los amores que tuve. Conservo mis amistades, aunque me traicionen. Para mí la memoria es importante", dice. No en vano también considera que en el arte no se puede hablar de evolución pues ésta suele asociarse con la racionalidad. "La imagen proviene del inconsciente colectivo. Cuando uno crea, tiene un pie aquí y el otro allá. Por eso la obra verdadera despierta la emoción. Yo soy un inventor y recolector de imágenes", sentencia sonriente, pero firme.
acerca del autor

Oswaldo Vigas nació en Valencia (Venezuela) en 1926. A los 16 años, recibe el primer premio del Salón de Poemas ilustrados en Valencia y realiza su primera exposición individual. A partir de 1943, hace muestras individuales y participa en colectivas en los Ateneos de Valencia y de Mérida. En 1949, obtiene el 1er premio del Salón de pintura en el Ateneo de Valencia. Entre 1950 y 1952, expone varias veces en Caracas en el Museo de Bellas Artes. En 1952, gana el Premio Nacional de Artes Plásticas y el Premio John Boulton. A fines de 1952, fija su residencia en París, donde al principio estudia en la Escuela de Bellas Artes y después expone en galerías y museos. En 1964, regresa con su esposa francesa Janine Castès a Venezuela. Desde ese año hasta la fecha, sigue exponiendo sus lienzos, sus tapices, sus esculturas y sus cerámicas no sólo en su país natal sino en EE.UU., Francia, otros países latinoamericanos y europeos.