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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Homenaje
2 11 2007
León Ferrari: Encontré el alma de Picasso en un tubo de aerosol (entrevista) por Fernando García
Se supone que estamos en un escritorio o algo así pero esto tiene el fulgor de lo indefinible. Del techo cuelgan dos objetos larvados, uno blanco y el otro negro: amenazas de la materia conjuradas en esta forma sin forma precisa. Más allá, una prótesis de osamenta humana presentada como escultura. Por sobre el hombre, una víbora de madera que serpentea sobre una biblioteca y, al fondo del cuadro, un auxiliar del hombre munido de una escafandra sopletea de rojo otra de estas construcciones larvadas que componen la obra flamante que se cocina en esta casa—taller de Buenos Aires. Poliuretano. Esa es la palabra clave para León Ferrari en 2006. Ese es el password y el desafío para el hombre de 86 años que guarda palabras asombrosas para hablar de este sellador industrial. Melena blanquecina, ojos azulísimos, el viejo punk del arte argentino dice: "Encontré el alma de Picasso en un aerosol". Y el tubo de "Espuma Mágica" sigue ahí como si nada. Amorío metafísico entre el iconoclasta y la materia abandonada al limbo de la ferretería industrial. "Poliuretano" es el nombre de la muestra que Ferrari tiene hasta fin de año en la galería under Sonoridad Amarilla. No es un dato menor. Tras el escándalo que sus "Infiernos" levantaron en la retrospectiva del Centro Cultural Recoleta, sobrevino un abrazo internacional. La Bienal de San Pablo dedicó este año un pabellón para su obra y otro tanto hizo la Pinacoteca paulista. También tuvo su homenaje en la feria Art Basel Miami y acaban de confirmarle que la Bienal de Venecia lo llevará como artista invitado. Entonces, el tipo viene y decide que su obra nueva se verá en una galería chica donde habitualmente se ve arte emergente. Ferrari sabe que cualquier venta de esta nueva serie significa para los galeristas un espaldarazo económico. También, entonces, hay intención política en esta serie de "poliuretanos". Y más amor metafísico, entonces: "Es maravilloso este material, no se lo puede controlar. Ni siquiera sé como empecé a usarlo. Hice unas pruebas... después lo dejé... volvió solo... mirá, en el fondo, creo que me lo mandó Dios". ¡¿Dios?! ¿Se convirtió Ferrari? ¿Se arrepintió de sus blasfemias de arte como en su momento le pedían algunos feligreses? Nada de eso, no hay trampa del lenguaje alguna aquí sino una ironía premeditada que el hombre completa con una risa finita, suave. —Quizás Dios puso el material en su camino para distraerlo de su obsesión iconoclasta. ¿Ya terminó con eso? —No. Porque todavía quedan muchos creyentes a los que convencer. —Sin embargo, lo más revulsivo del episodio en Recoleta fue la tensión con los sponsors. Se retiraron de la muestra y en Bellas Artes de Neuquén directamente decidieron no estar. ¿No cree que eso que decía del Renacimiento como agencia de publicidad de la Iglesia hoy se aplica al arte contemporáneo y sus auspiciantes? —Una parte del arte, uno de sus aspectos, es esa relación entre el arte y la sociedad, eso de que la obra te la cuelgan y se murió... Bueno, eso yo lo expliqué en el año 68 en un escrito que se llamaba "el arte de los significados". Hablaba de Berni y como todo el mundo hablaba de la técnica y nadie de la miseria. Ahí es donde uno se pregunta: ¿Tengo que ser artista? ¿Hay que vivir de esto? Y, bueno, es una contradicción permanente. Yo hago una obra contra Vietnam como el Cristo de La Civilización Occidental y Cristiana y la terminan colgando en Nueva York en pleno gobierno de Bush. Y el avión es mío, no es que alguien lo compró. Ese es un aspecto. El otro es que la obra, por sí sola, tiene una importancia cultural. Por supuesto que para un pedacito de la sociedad, porque los otros no tienen tiempo para mirar obras abstractas; tienen que comer. Pero es verdad que lo del Recoleta mostró en carne viva el funcionamiento del arte hoy. Es una forma de vestir la imagen del dinero... eso es el arte hoy. Cuando el tipo de mucho poder ya compró el barco, la casa country, qué le queda... bueno, para meterte en la sociedad nada mejor que comprarte un cuadro y vestirte de intelectual. El cuadro es especial para eso. Si vos comprás poesía tenés que leerla, el cuadro lo colgaste y listo: ahí quedó. —¿Qué margen le queda al artista para decir algo cuando produce en un sistema de premios? —Bueno, vivimos en una época en la que nuestras acciones difieren mucho de nuestros pensamientos. Podemos estar contra el sistema de trabajo de las yerbateras pero tenemos el mate listo todas las mañanas. O podemos despotricar contra los EE.UU. sin dejar de consumir sus productos. Sucede que en el arte esto es mucho más evidente. Y si no fueran los sponsors, sería el Estado. En el caso de Ibarra, su actitud fue muy diferente de los sponsors, pero suelen estar muy cerquita. Y si no, bueno, yo me arreglé durante mucho tiempo como ingeniero y no me importaba vender o no vender... —Y eso le daba más libertad... —Claro. El artista tiene tanto derecho a vivir de su trabajo como el panadero pero sucede que el panadero vende cosas que se comen y los artistas... sobre todo al principio y más aún si hablamos de un renovador. Ahí el tipo tiene que encontrar una forma de que eso se venda, ¿no? —¿Cómo fue entonces su relación con el mercado? —Durante más de 30 años a mí no me importaba. Vendía algunas cosas. Squirru compró una pieza para el Museo de Arte Moderno en los 60, creo que después me compró algo el Fondo de las Artes. Pero el mercado ahora es una maravilla. Cuando me vino a ver Costantini para comprarme una obra de los 60 le puse un precio disparatado porque no quería venderla. Y me lo pagó. Después vino Mari Carmen Ramírez del museo de Houston a pedir precio por el original de una heliografía. Le dije que no la quería vender pero que valía 100 mil dólares y me dijo "te pago 150.000". Bueno... se la llevó. Así que mi vida en el mercado tiene menos de diez años. —¿Es cierto que la Tate Gallery de Londres quiso comprar el Cristo…? —Sí, hubo un intento pero no lo voy a vender. También me ofreció plata Costantini. —¿Y? —No lo vendo. De hecho doné un Cristo camuflado a Bellas Artes pero, bueno, lo tienen guardado. —Me imagino que a esta altura tendrá una idea de qué hacer con toda su obra... —Me gustaría armar una fundación y que se vean mis obras junto con las de mi viejo, eso sería bueno, pero hay que encontrar el lugar. Son muchas cosas. —Su padre, Augusto Ferrari, pintaba murales en iglesias. ¿Llegó a ver su obra anticristiana? ¿Qué le parecía? —Sí. En principio, él era un defensor de la libertad del artista. Pero es verdad que estaba preocupado por lo que podía pasarme. Eso sí. —Los artistas más grandes no paran de decir que los jóvenes están pendientes del mercado. ¿Acaso no pasó lo mismo antes? —Yo sólo digo que hay muchos que no encajan en esa situación. La diferencia que yo noto es que muchos no sólo hacen arte político sino que están en la calle. Eso no lo hice ni hago yo. —¿No estaremos hablando de activistas creativos? —Bueno, la Bienal de San Pablo tiene el gran mérito de poner lo estético en un segundo plano. No era una muestra de objetos sino de propuestas del medio artístico a problemas de la vida. —O una forma más confortable de lo que se llamaba militancia... —Sí, hay un lavado de conciencia en todo esto, en buena parte. Ahora porqué, en mi caso, no hago un partido político... bueno... a mí me gusta el poliuretano.
acerca del autor
Varios

Buenos Aires, 1920. Cursó estudios en Italia durante la década del 50. Hace dibujo y grafismos desde 1962, escultura desde 1955 y collage y objetos desde 1964. Participó en las muestras colectivas: “Di Tella 1965”, “Tucumán Arde” 1968, Bienal de La Habana 1986 y l994, “Veinte Años” 1996, “Re-aligning vision” 1997, “Identidad” 1998, “Cantos Paralelos” y “Global Conceptualism: Points of Origin” 1999, “Heterotopías” Reina Sofia 2000. Vivió en Brasil entre 1976 y 1991. Publicó varios libros, entre los que se destaca “La Bondadosa Crueldad”: poesías y collages. Participó en congresos en el país y en el exterior. Recibió algunos premios: Medalla de las Abuelas de Plaza de Mayo y Salón del Mar en 1997, beca Guggenheim en 1995, Salón Belgrano 1998, Premio Costantini 2000, Premio Konex en 1992 y en 2002. Fue premiado con el León de Oro por la Bienal de Venecia en 2007.