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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
5 2 2008
La tarde del elefante y otros poemas de Luis Benítez
UNA GARZA EN BUENOS AIRES Algún pincel trazó una rápida letra S delgada y blanca sobre el agua castaña y allí estaba de improviso la garza, los turistas no la vieron y ella sí vio todo y a todos, rápida e inmóvil sobre el milagro del agua. Un espejo en medio de la ciudad negligente, pintado de transparente, un ojal abierto que abrochó en un solo momento toda la ropa vestida por el invierno. Ella seguía en la orilla fatal de su propio Amazonas, la pata desdeñosa replegada contra el cuerpo, en un decir mi equilibrio está hecho de una perenne silueta y de una manera perenne que no los reconoce. Era un arpón paciente atento sólo al cálculo entre el berrido juguetón de los patos domésticos, solamente ella precisa como una diminuta guadaña en el Jardín Japonés que afable exponía sus gracias, con esa serenidad oriental que nada sabe de los bruscos asesinatos de una garza con hambre. Todos se fueron pero de modo igual yo no vi nada: faltó un segundo entre las cosas, creí; un instante en el instante siguiente fue sanguinariamente salteado, pero cuando la garza voló otra vida que la suya en el estanque faltaba. EN EL BALNEARIO Demoré cuarenta años en llegar al Pacífico. Durante esa travesía hacia el poniente, hacia estas aguas que eligen como espuma llegar hasta el planeta, abrí puertas que daban a insólitas escenas, donde a veces alguien gritaba y otras todo el teatro se quedaba en silencio. Fueron centenares de habitaciones las que crucé antes de llegar ante el Pacífico. Conocí el pánico de vivir y la fobia de morir, dos hermanos gemelos. Aprecié millones de gestos, muecas, rictus. Oí en los vecindarios amalgamas de risas, sollozos y lamentaciones, y muchas más quedaron en ese cielo ajeno al que se le da la espalda. Estoy ante el sitio que dio nombre al azul, frente al lugar donde el pesado color se mece entre dos tierras. Estoy inmóvil al borde mismo como la piedra que una mano arroja para que otra mano, invisible, la detenga. Como aquel que sale a las euforias del sol de las complejidades de un mundo subterráneo, sombra sólo él bajo el extenso mediodía. Porque también soy ese hombre. El que, en un paisaje de espejos, es devuelto a su única imagen por el reflejo de las olas, para vivir –entonces y nunca antes– el instante donde todo acaba y se termina: es el rompecabezas, que se arma. El sol, el poco pasto, el aire que también es azul y las exactas manchas del negro de las rocas están finalmente en su lugar. Este es el sitio donde se sabe que levantar un puñado del volátil suelo es arañar el vaso del reloj de arena. Donde se interpreta que esas rápidas construcciones de agua, esos vertiginosos lazos de plata que suben y pronto en lo muy hondo se sumergen, son el mar que piensa y que esas oscuras aves –que repentinamente allá se elevan– son sus mejores ideas, esas que se marchan para siempre. Estoy ante el Pacífico como el hombre ante el fuego. DIENTES DE SABLE No existe, pero existió y solamente él sabe que aún existe: para su poderosa armazón de colmillos y de vértebras cualquier otro detalle que la curva de su enorme espalda resulta irrelevante. En su clara conciencia que mira con ojos amarillos la llanura es una sola eternidad y el hombre otro animal y no lo mejor del páramo. Pesado abuelo del tigre, se esconde en la pisada que disimula y aparenta ser otra cosa, el rodar de una rama, un descuidado raer el viento la desnuda superficie: todo paso a paso sabe que es él lo que imprime esas marcas y en cuanto a todo, a él le basta ese contacto. Quizá su corpulento acecho ha refinado sus tácticas y ha llegado al óptimo de la espera en una desconocida escala felina. Un resorte paciente que aguarda hace un millón de años que crucemos la marca: nuestra ignorancia le confirma que no debe darnos ninguna gracia. A la vez en varios lados, como antaño y siempre, (así lo creyó y lo cree nuestra supersticiosa idea de las cosas) es esta señal en el suelo y también y mejor esa fornida sombra que de sí misma erige una colina donde el final de nuestra vida espera, mascota de la muerte, segura y musculosa. NACIMIENTO DEL TANGO La luna vertical que se lleva el alba y que vió surgir y enajenar a tantas cosas, el mar que se condensa en el Río de la Plata, la calle que olvidaste nombrar cuando después, a la música, agregaste las palabras, te oyeron salir de la nada quizás en una flauta que se detuvo asombrada, tal vez en la melodía distraída de alguno. ¿De qué susurro y latido, de qué silbido sin rumbo, de qué cadencia de pasos por qué calles apagadas nació el tango, de qué silencio de hombres solos? El negro bozal y el criollo amargo que despedían su tiempo y los rubios pobres que bajaron de los barcos y el campo en la ciudad, con la ternura y el dolor y la noche y el espanto fueron tu cuna y tus primeros pasos. Alguien oyó el destino de unos acordes perdidos en los rumbos de otras armonías y los reunió convertidos en la primera milonga. Ella acunó, madonna maleva, en sus brazos tu lágrima más joven, tango. Nacido de mujer, como los hombres. LA TARDE DEL ELEFANTE

A mi amigo, el poeta Nicholas Stix, en donde sea que esté.

¿recuerdas, nick, la tarde del elefante? tú estabas abrumado por el enésimo rechazo que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos te había propinado por teléfono lo único que te daba desde hacía entonces once años al menos cuando era soltera te lo decía en la cara y estabas irritado de veras enojado porque llegué una hora tarde y te dejé solo en la enorme nueva york por otra hora más entregado a ti mismo ni mi taxi ni mis disculpas calmaron tu rabia anglosajona decias sólo se está solo en las grandes ciudades ¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante? muchas lluvias y nieves y pisadas de zapatos italianos y de zapatos deportivos pasaron por esa esquina del village pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante tú me sermoneabas en tu álgido inglés sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado y entonces esa enorme sombra hablabas del tedio de las ciudades del aburrimiento amarillo que se pone al oeste del puente de tu brooklin y de las mujeres jóvenes que cruzan solas y en ómnibus los laberintos sedosos de central park rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla y entonces esas pisadas majestuosas hablabas de que no te habían incluido en esa antología y decías que el marido de ella era calvo seseoso y que dibujaba historietas el tonto de los cómics repetías el tonto de los tebeos repetías mientras la gente siempre está alerta la gente dejaba corriendo la acera tumbaba las sillas y olvidaba a los niños en su loca carrera decías que la rutina es una vieja ciega que mendiga monedas por bond street y por harlem y que cada persona la recibe en su casa entonces ese gordo la mole se quedó parado cerca de nuestra mesa en la esquina desierta mientras el cajero temblando llamaba a la policía cinco mil kilogramos de pacífica selva aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa con un dedo en la punta que probaba las frutas de las mesas caídas y revoleaba jugando los manteles manchados aplastó en su huida de algún circo o del zoo a esa vieja mendiga que a la gente oprimida acongoja en su casa nos miraba sin miedo como todas las cosas que sonriendo repiten soy amigo del hombre
acerca del autor
Alejandro

Luis Benítez, Buenos Aires, 1956. Poeta, narrador, ensayista y dramaturgo argentino. Miembro de la Academia Capítulo de New York (Columbia University); de la World Poets Society (Grecia); de la International Society of Writers (EE.UU.); del Advisory Board de World Poetry Press (India), Miembro Honorario del IFLAC (International Forum for a Literature and a Culture of Peace) y de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Argentina. Publicó 15 libros de poesía, narrativa, ensayo y teatro en Argentina, Chile, España, EE.UU., México, Uruguay y Venezuela. Su obra recibió el Premio Internacional La Porte des Poétes (París, 1991); el Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1991); el Premio de Poesía de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Premio Internacional de Ficción (Uruguay, 1996); el Primo Premio Tusculorum di Poesia (Italia, 1996), el accesit del 10me. Concours International de Poésie (Paris, 2003) y el I Premio Internacional “Macedonio Palomino” (México, 2007) por "La tarde del elefante y otros poemas".