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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
5 2 2008
Versos sobre el amor, la naturaleza y el tiempo de Delfina Acosta
SUCEDE Sucede que mi carne se deshoja porque ella es desde antes mi enemiga. Morir o envejecer. La tarde quieta, la noche tan callada en mis mejillas, me ocurren. Y me ocurre la penumbra del corazón. De niña no sabía... Me hablaban de muñecas de cristal, de la importancia de las blancas cintas en el cabello verde, o me llevaban al cine. Me contaban las mentiras que a ellas les dijeron, y yo, buena y sana fui instalada en una esquina del tiempo hasta que ahora, a la hora de aquel reloj que marca el mediodía, me digo, finalmente, que en mi rostro el sol se puso ya. Cuán largo día... APUNTES ESENCIALES

a Agnes Hazenbosch

Llevo contando el cierzo, el aire, el suelo, la bruma, los geranios y el rocío. Sumo la hierba, el sol, la sombra nueva de la cosecha convertida en trigo. Anoto auroras, tallos, ramas, fuego, crepúsculos, maderos y navíos. Procuro no olvidar ningún silencio, ninguna media voz, ningún testigo. Y ahora sé que aún estoy en falta con tantos mundos. Este es mi libro: un transcurrir del día innumerable, de cuanto se han callado los espinos para que se dijeran los amantes. Más puede mi palabra que el olvido. Se escriben muchas cosas, pero olvidan el pueblo a media luz, algún ladrido, las sábanas recién desarregladas, aquel amor que nace clandestino. DOS HIJOS Déjame que te cuente las palabras. Somos los hijos de los rojos versos que vuelan cuando está la noche encima. Qué pálidos amantes, pues nos vemos sólo a través de los rocíos fríos que salen a morir por un momento. Está la hoguera presta. Y ya la sangre de la poesía corre por los huecos de nuestras manos blancas y apretadas contra las piedras y los malos vientos. Yo vengo desde el fondo de tus letras para que en mí te veas. Y te muerdo, amante, cada día con dulzura. Porque imposible es todo yo te quiero. Ya escribes en mi alma los poemas con que me abrazas desde tu silencio, me sueltas y me vuelves a abrazar. ¿Escuchas cómo va pasando el cielo? COCUYOS Tan sólo los cocuyos para ver tus ojos y esas largas manos tuyas donde mi rostro pongo mientras cae un pronto atardecer que me desnuda. Porque este amor es noche sin su tálamo, y duerme solo y con su mal se cura: por eso es que te quiero. Yo acomodo este querer sin madre en la pastura. Si un vendaval enreda mis cabellos enfermo de una fiebre que es locura, me quema el rostro la melancolía, y ya me da por muerta un ave oscura. Estando inmóvil, una solitaria estrella baja sobre mi cintura. Y doy a luz a niños cenicientos que a medianoche arropo con la bruma. EL TIEMPO ES BESO ¿Escuchas cómo caen las estrellas? La rosa en mi costado dio su aroma, su ensangrentado aroma que me viste. Pasaron desde entonces muchas rosas, y vive aquella flor de mí salida, de mi infectada herida, siempre roja y siempre negra y llena ya de hormigas. Hay sólo una paloma migratoria del sur volviendo en busca de su norte. Ya nunca más bandadas tan ruidosas ni potros desbocados como ráfagas, ni escarcha titilando entre las rocas, ni el último silencio en la campana. Hay sólo una paloma migratoria. La dicha se deshace como un beso y calla la tristeza en una boca. HIPÓTESIS Si tú a morir te fueras, si las mantas muy frías se quedaran en tu lecho, yo no te llevaría flores tristes en donde estés. Le pediré a los cuervos y al ruiseñor que no me condenaran a ir desolada y pálida a tu encuentro. Pañuelo de cenizas cubriría la forma sin color de mis cabellos. Llegabas a la cita apresurado en busca de las uvas de mis besos, y mi pezón mordías, vengativo. Si tú a morir te fueras, hombre necio, querré saber por qué te hiciste piedra, helada luz, distancia, sal, espejo, ternura fría. Yo querré saber por qué y con qué intención te hiciste muerto. AMOR DE ENERO Ya son las altas horas de la noche. Un pájaro espectral el vuelo alza. Se hunden sus graznidos como piedras en las heladas aguas de mi alma. Al monte me llevaba algunas tardes mi amante, y tras su sombra aleteaba. ¡Los besos como llaves diferentes para mi amor de enero y rosas blancas! Después aquel aliento de desdicha o el odio en su guarida de palabras. Ahora esta afición de no vivir, de ir a mi entierro y ser las dos campanas tocando en el oído de las flores que caen como plumas de las ramas. Soy luna enamorada que obedece al lobo que le aúlla en ambas caras.
acerca del autor

Delfina Acosta, Asunción, Paraguay, 1956. Vivió su infancia y su adolescencia en el pueblo de Villeta, donde cursó estudios primarios y secundarios. Su primer poemario “Todas las voces, mujer...” obtuvo el Primer Premio Amigos del Arte. Este figura entre las mil obras más visitadas de la Biblioteca Virtual de Cervantes de España. Integró durante mucho tiempo el Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero dando a conocer algunas obras en publicaciones colectivas. Publicó el poemario “La cruz del colibrí”, prologado por la poeta Gladys Carmagnola. Reunió sus cuentos en el libro “El viaje” que recibió premios y menciones en concursos literarios. Su obra “Romancero de mi pueblo” mereció el segundo premio Federico García Lorca. Su último libro, que ahora edita Portal de poesía, "Querido mío:", best-seller en Asunción, fue galardonado con el premio Roque Gaona 2004.