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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Poesía
13 6 2008
Versos sobre un mundo crepuscular de Alfonso Navarro
La impotencia de no poder contar sólo nada

...Me dice, y con que sólo me diga...

mejor enciendo un cigarro antes
de contar esto, de no contar nada,
subo el volumen,
decido dejar un disco bastante alegre,
con cierta velocidad, algunos instrumentos con encanto, trompetas, arpas, más viento,
otro día serás tú, Leonard, así, con confianza,
nos conocemos,
aunque no lo sepas,
algún día seré yo el que te mate a ti,
si no mueres antes,
si no me matas tu primero.

Y ahora no le podré echar la culpa
a una melodía vestida para matar,
ahora todo habrá salido de mi interior,
y yo que siempre decía: lo que aquí entra nunca sale,
yo, que encendí y terminé un cigarro antes de contar nada.

Vayamos al grano,
las enredaderas lingüísticas para los que no tienen nada qué contar,
el caso es que él me dijo:
-Ya no quiero morir, he encontrado un objetivo.
-¿Cuál? -digo yo, mi única misión es darle pie, es lo que quiere, soy su amigo y se lo doy, otra cosa es lo que me apetezca, que siempre es algo demasiado distinto del deber.

Sí, es mi mejor amigo y le doy cuerda como a un reloj, otras veces le di la patada necesaria a la silla para que su propio peso tensara la cuerda. Otras veces, las negaré todas.

Sigue:
-Buscar la belleza, y no me refiero a una mujer preciosa, a unos ojos en invierno guardando el verano que todos ya han olvidado, me basta con una canción, una nota dentro de una canción horrible, un niño que llora de emoción porque su madre le encontró en el parque cuando se creía abandonado, el agua cayendo por un cuerpo pálido pero aún así bonito, una carta de amor de alguien que en breve será correspondido y muchas cosas más.

Mi amigo intentó suicidarse cuatro veces,
él niega dos,
aunque su madre asegura que fueron siete más,
supongo que lo importante a veces no es participar,
ni el empeño ni la constancia,
quizá tenía razón aquel francés antipático cuando dijo,
y cito:
"la ausencia de ganas de vivir,
no es suficiente para querer morir"

el caso es que sigue vivo,
y yo con él, y le escucho y espera que diga algo...
...Un momento, otro cigarro,
si algún día triunfo en toda esta mierda de juntar palabras
moriré de cáncer,
aunque antes me inventaré una frase para mi tumba que diga
que fallecí de pena,
uno tiene que alimentar su personaje, agrandarlo,
más aprisa aún cuando los gusanos
van en sentido contrario,
sólo quieren comer,
y no se dan cuenta de que mi cuerpo es veneno
(ahora forjo mi personaje en vida, con esta frase,
con esta puta mentira romántica)

(un poema con la palabra romántico dos veces,
debería tirarlo a la basura, como los dos paréntesis consecutivos,
mierda todo)

Entonces también estamos en silencio,
yo lo provoco,
porque él ha terminado
y sólo yo puedo volver a poner esto en marcha.

Necesito tiempo,
para inventar algo,
para no tener que decirle que, si aún me quedara algo de amistad hacia él,
me estaría muriendo por dentro,
porque no hay peor camino que el que ha escogido,
porque, tan pronto encuentre la belleza extrema,
se cansará de sólo contemplarla,
y entonces no volverá a intentar nada,
simplemente hará.
Una ejecución.
Callo. Él espera.


Hago tiempo,
pongo dos copas más,
no es cianuro,
eso lo vertí todo en mi silencio,
y la desaparición del sonido
se mete dentro de él
para aparecer mañana.


-Pues bueno, adelante -le digo, y me repito las palabras, para mí, sólo para mí, y ni si quiera me siento mezquino y hasta por un momento creo haber dado con la frase adecuada.
-¿Te alegras por mí?
-Me entristezco demasiado por mí como para no sentir una especie de alegría por ti.
-No estoy seguro de lo que me estás diciendo.

Y entonces no encuentro nada,
la botella está vacía,
la noche cerrada,
y este poema llegó a un punto
que condeno a ser punto final,
por ahorrarme la agonía,
por guardarme una oportunidad
de volver a escribir mañana.






La velocidad imposible del silencio

Yo nací un día en el que todos se equivocaron de ropa,
yo moriré entre las amapolas,
para convertirme en una de esas fotografías que tanto te gustaban,
donde el color era una caricia
y mi pecho una película de los años cuarenta.

A veces es domingo por la tarde,
el resto lunes por la mañana,
alguien dijo que contaba los días
y yo quise responderle que a mí sólo me dolían,
pero dejé correr al silencio, y esperar que como siempre me atrapara.

Al vecino de abajo le han cortado las piernas,
nunca le vi paseando, nunca pensé que esperara nada,
a veces oigo a su mujer gritar,
le llama paralítico de mierda con el llanto de su hija de fondo,
luego se oye un golpe y la niña histérica deja de llorar.

Podría no ir a trabajar hoy,
podría no hacerlo mañana,
pero volvería a ser lunes,
volvería a empezar la semana
y un comienzo, aunque cercano, siempre dista de ser un final.

Si ahora me devuelves lo que es mío,
aunque nunca te lo pidiera,
no pensaré que es lástima,
ni una pena tardía esperando desangrar mi alma,
sólo me convenceré de que fue ayer
cuando no me importaba que llegara mañana.

Y dime, si no es tristeza,
cómo esperas que llame a mi vida pasada,
júrame que no fue amor,
no dolerá menos,
pero ya no tendré que echar de menos nada.






No es el humo lo que queda, sólo las cenizas

Voy a sincronizar la intermitencia de tu parpadear
con el latido cansado de mi corazón,
con la sístole tus ojos,
con la diástole la oscuridad,
para darle algo de velocidad a todo esto,
para no poder pararnos a pensarlo y que todo termine.

Cuando todo era pequeño
y las más grandes cosas cabían en un dedal,
cuando una sonrisa era más que un anillo de oro
y la palma sudada de tus manos
el lugar de donde yo bebía,
arrimaba mi lengua, y lamía.

Hoy llegaste a casa cansada, entraste al baño,
desde el rincón más cercano a la ventana que da a la calle
escuché cómo te unías al agua por medio de la orina,
imaginé algunas gotas salpicando tus muslos,
y tu cara de asco ante una suspicacia
que hace poco te hubiera hecho sonreír.

Te había preparado la cena,
nada del otro mundo,
cosas que cabían en el mismo dedal,
puse la mesa y te esperé de pie, por cortesía,
pasaste la cocina de largo y te sentaste delante del televisor,
estaba apagado pero no dejabas de mirarlo.

Tiré mi comida a la basura,
dejé la tuya fría sobre la mesa,
la miré dos veces antes de llegar a tu lado
y, sentado contigo, pretendí que pareciera fortuito
el contacto de mi pierna contra la tuya,
fría como la carne muerta en el interior del plato.

Creo que aquella mirada fue un buenas noches,
o quizá tan sólo "dentro de nada ya no estaré aquí",
y tu espalda camuflada en la oscuridad del final del pasillo
terminó por volverse sólo noche,
encendí un cigarrillo al que no le di ni una sola calada,
y, con los pantalones llenos de ceniza, me dormí en el sofá.
acerca del autor

Alfonso Navarro (1979), natural de Burriana, un pueblo de Castellón (España) en el que todavía reside, demasiado cercano al mar. Escribe cuentos desde que tiene uso de razón, aunque eso sea demasiado poco tiempo. Ha publicado algunos de sus textos en algunas revistas digitales como Oxygen y en alguna en formato papel como la revista Voces. Tiene dos libros inéditos además de unos 200 cuentos. Escribe por las noches y vive por la mañana. No se cansa de hacerlo, no puede hacer otra cosa. Mientras tanto sigue trabajando para poder ganarse esa vida.