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Director: Héctor Loaiza
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Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
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Arte
1 11 2002
“Líneas en colores vibrantes que transgreden el plano cartesiano” por Paula Riveros
Buren realiza una inmensa caja de ilusiones ópticas dividida en 61 cubículos. Tanto esta exposición en particular como la obra total de Buren se conciben dentro de un análisis crítico a la pintura, la escultura, la arquitectura y al espacio museal. Buren juega con los cuatro a construir un espacio de líneas trazadas sobre las distintas superficies que a su vez se confunden con volúmenes; perspectivas yuxtapuestas, muros que pierden su dimensión real debido a vacíos geométricos y cortes en su interior; espejos que crean la ilusión de la repetición infinita, trasgresión de los ejes horizontal y vertical del espacio por muros diagonales; y lúdica del color en tonos que se excitan y se dominan unos con otros. El espectador está atrapado dentro de la obra y observar significa experimentar. Un trabajo artístico que posa su fuerza primordial en la astucia óptica, pero su puesta en escena se realiza en un espacio de 2.500 metros, se convierte en una experiencia estética que envuelve los 5 sentidos. De allí, su poder para disparar la reflexión en el espectador. Por otro lado, otro factor importante en la lectura es que el trasfondo de “L’exposition qui n’existait pas” no es solamente el Centro Pompidou sino la panorámica de Paris que se extiende hacia el infinito. La obra se vuelve monumental. Especialmente si en un instante de nostalgia se trae a colación la muestra de Beatriz Olano “Cruces”. Los principios de su obra son los mismos que los de Buren: es una obra plástica en 4 dimensiones, las tres del espacio y la cuarta del tiempo mientras el espectador la experimenta. Maria Ovino, curadora de la muestra diría sobre la obra de Olano, “El punto de partida en esta reinterpretación de la Sala 3 del Museo de Arte de la Universidad Nacional, ha sido la línea gris de las baldosas, que la enmarca en una confirmación de su disposición rectangular. En tanto, lo primordial de la obra se desarrolla en el piso de la sala y desde esa misma línea gris, que se involucra, en parte como dibujo y en parte como color, para contradecirla, para prolongarla en otras direcciones y para problematizar su rigidez. Esa labor de negaciones se sostiene en otras líneas de distintos grosores, longitudes, proyecciones, intenciones y colores que afectan la totalidad del espacio. Además de alterar la angulación y de interrumpir en colores fuertes el equilibrio de blancos y grises en la sala, el juego de líneas en que se sostiene la alteración, afianza la estrecha y extensa longitud del lugar. Toda la proposición geométrica inicial queda destituida así por una intervención, también geométrica que se le sobrepone, en la que se reivindican otras fuerzas de proporción y equilibrio compositivo no simétrico, que admiten simultáneamente la delicadeza en el detalle mínimo, la repetición, la exageración y la redundancia.” ¿Cuál es la relevancia del trabajo de Olano en el universo del arte frente a la espectacularidad formal de Buren tratándose de planteamientos artísticos tan similares? Buren, se inscribe en el carácter contestatario de los años 60, con una obra fundada en la economía de medios, rompiendo con la abstracción lírica de la escuela de Paris y proyectándose hacia el grado cero de la pintura. Sobre “Cruces”, Ovino se refiere de la siguiente manera: “Propuestas como la de Beatriz Olano no son abstractas o pictóricas en los términos restrictivos de los postulados artísticos de la abstracción, aunque tomen referencias de diversos recorridos en este tipo de expresiones. Los propósitos del trabajo esta artista reconocen experiencias de construcción geométrica, pero lo hacen alentando la flexibilidad contra la ortodoxia.” Ambos trabajos son fruto de procesos muy distintos, no se trata de comparar las trayectorias de ambos artistas. Se trata de observar las dos obras sobre un mismo plano. La Universidad Nacional de Bogota es la mayor universidad pública de Colombia, recibiendo al más heterogéneo público de estudiantes provenientes de todas las regiones incluyendo las más apartadas, y en su existencia ha atravesado graves conflictos internos. Podría decirse que en esta universidad es donde mejor está reflejado el universo y la actualidad colombianos, y siendo así, la sala de exposiciones es un punto estratégico en cuanto a ser un espacio consagrado al arte y a la sensibilidad en medio y a tal proximidad de las nuevas generaciones de estudiantes que están formando su visión de mundo y preparándose para labrar el futuro. La obra de Olano en este caso está cumpliendo una misión de trascendencia en esta sala al re-crear un espacio de ilusiones ópticas que además plantea ideales de trasgresión a una realidad pre-impuesta construida por líneas rígidas. Haciendo una interpretación se diría que con su propuesta de color hace revivir el espíritu festivo de las voces que se alzan sobre la gris y austera adversidad. La poética de Olano lleva un mensaje que de otra manera no sería transmitido al público que asiste a la Sala 3 de la Universidad Nacional y que es necesario en la sociedad colombiana. El Centro Pompidou como institución y el rol que cumple, responden a necesidades educativas a otra escala. Así también, el público y su lectura corresponde a una situación muy distinta y por lo tanto el acto comunicativo con la obra es de otra índole al de “Cruces”. El artista, Daniel Buren afirma que “exponer en un museo es también exponer el museo” con lo cual propone que “de tiempo en tiempo todo museo de arte viviente depende de lo que esté exponiendo y se convierte en lo que no era antes, transformándose a si mismo así de hito en hito”. Por lo anterior, precisamente en este tipo de planteamientos estéticos como el de Olano o Buren, es fundamental el contexto en el cual se desarrolla la obra. Ambas exposiciones son hermanas pero de razas distintas, no tanto porque los dos artistas hayan llegado a ellas por caminos y en trayectos diferentes; tampoco es comparable las dimensiones, el presupuesto o el prestigio de la una y la otra. Su divergencia consiste en que el lugar y situaciones en donde las obras ocurren son distantes. Si “L’exposition qui n’existait pas” se llevara a cabo en uno de los salones de la Universidad Nacional sería radicalmente otra en contenido y por esto en su “cuarta dimensión” el tiempo, a aquella del Pompidou. Cobraría otros puntos de interés y jugaría en las mismas líneas e ilusiones ópticas, pero con otros conceptos y ejes de interpretación y experimentación. Igualmente sucedería con Olano de problematizar el espacio del sexto piso del Pompidou. Basta un rato para ver los muchos visitantes entrar y salir de la sala, y este hecho sería una metáfora para mostrar la búsqueda afanosa de una salida a la encrucijada de la identidad nacional, la crisis presupuestaria para el arte y la cultura auspiciadas por el Estado en Latinoamérica. Concluyendo, el arte contemporáneo latinoamericano siendo fruto de un caldo primigenio poseedor de tanta fuerza vital, no debe temer ser cuestionado. Saldrá bien librado de cualquier comparación si brilla con luz propia.