Martes 14 | Mayo de 2024
Director: Héctor Loaiza
7.317.939 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN 1961-974X
resonancias.org logo
157
Poesía
2 11 2008
Poemas del libro Para olvidar a la muerte de Juan Cristóbal

Declaración

este es el principio final de mi destino
la declaración permanente e invariable de mi vida
la transparente oscuridad agonizante de mis versos
la debilidad atroz de mis deseos y anhelos cotidianos
convertidos en una fórmula de amor y en una ganzúa
         sin remedio
esperando desde la tosquedad de mis recuerdos
la cruz eterna y congelada del olvido
pues todo lo he dejado en manos de los ríos
en la razón absurda y obsesiva de mis huellas
y tú lo sabes bien extranjera andrajosa de mi vida
vampiresa girando sobre la propia cola de tus nidos
aquí todo termina como en la carne apagada del sosiego
como en estos muros oscuros y hediondos del delirio
pues mis ojos / como los ves /
acaramelados e infantiles y cabalgando como locos
         en las llanura interminables de la luna
         con sus irracionales y corrosivas pesadillas
son —junto a mi dolor—
la verdadera temperatura de la tierra
la savia destrozada y agujereada de las pulgas
la ceguera inútil convertida es magro tesoro de mi pena
es decir el animal perseguido y descuajeringado
entre los fuegos y musgos inertes de las piedras
saliendo de su ausencia y clamando por su culpa
por su mea culpa por su santísima culpa
y sin embargo fabricando millones de sueños y penurias
por amor a tantos horrorosos juegos insensatos de la muerte
como éste que véis aquí incorporado a los gemidos
mientras se mece entre las rosas crudas de los besos
y las plumas leves y aleves de los días

Exilio
viví en cuartos oscuros y pocos conocidos
amé amores grises soledades terribles
botellas solitarias y peligrosamente vacías
y todo por qué  / por amor al mar
y a la alegría cuarteada y pequeña de mis hijos
mi alma se hizo así tibia sorda ruinosa
sin ningún gesto o incipiente o regustado destino
fue cuando empecé a conocer
el lado oscuro grotesco e inaccesible de las gentes
el temor a esa novia que después de las fiestas me decía
         en una playa solitaria:
“cuando veas otra vez el amanecer
llorarás sobre mi hombro y tus manos volverán a ser
         el carbón apagado del otoño”
por lo que la inseguridad creció
como un pellejo misterioso en mi pecho
y me asombró y me llenó de tantas alimañas en la noche
que no supe qué hacer con las heridas y vaivenes del cielo
con los peldaños oxidados de mis ojos
con la piedad ensangrentada de mis pasos
que a veces se me aparecían entre las voces
         sepultadas de la casa
y me acusaban de miles de cosas que no era
y si bien el tiempo fue sencillo tierno generoso
y a veces curiosa y salvajemente maravilloso
(sobre todo cuando me embriagaba con los carteros en el río)
otras veces se asemejaba a un prostíbulo cerrado
al espejo roto y destrozado en las malezas de la envidia
al infierno inacabable en los latidos estériles de mi boca
por lo que decidí regresar a mi guarida
y enfrentar a lo que fuese / al sol por ejemplo
cuando aparecía y desaparecía en el horizonte injusto
         o innoble de la hoguera
al son de esa música aterida y secreta de los locos
pero cuando llegué y fui donde los amigos
a recordar nuestras infancias
nuestros partiditos de fútbol en la tarde
nuestras mentiras encendiéndose como murciélagos en el pasto
cuál no sería mi sorpresa cuando todos me humillaron
entregándome –por un plato de lentejas
         y unos cuantos frijolitos en otoño-
a los verdugos más ciegos y salvajes del peligro
por lo que temblé y dejé de soñar
como los canarios inaccesibles de los niños
especialmente cuando me gritaban y pateaban
         y puteaban en la celda
mientras mi madre (cuyos días
         por culpa de su esposo
         se parecían
         a esa cueva atosigada de moscas y lagartos)
desfallecía como una flor en el agua
en lucha indesmayable por su vida

Con Martín Adán* en el asilo

En el desierto está la belleza hecha polvo

Hafiz

en buena hora te quitaste
tú que ya no tenías nada que hacer en los mercados
en el corazón color caca de las ratas
en los hospitales de los locos/ en las camas de las putas
en los hoteles de turistas
en buena hora te quitaste / felizmente
pagaste todas tus cuentas en los bares
y te fuiste un viernes santo al trocadero
para no olvidarte del último polvo de tus días
por eso los pordioseros y ladrones te recuerdan
como el mejor recuerdo de sus cantos
cuando bebías en los manicomios de la tarde
con los perdidos de la nada
el pisco más barato de la tierra
y te quedabas tirado como un perro en las esquinas
apestando peor que orines de gata masturbada
pero soñando con las mejores primaveras de la luna (yo
desde mi viejo cuchitril y lleno de asma te saludo
y me acuerdo cuando velabas tu alma de viejo camionero
         en las aguas pestilentes y amargadas de la pena
y cuando escondías en tu negra billetera -de cocodrilo mal habido-
los papeles inservibles y salvajes de tu muerte)
por eso / te ruego /
no dejes caer tu sueño en las excrecencias de los charcos
ni despedazar tu grito de cebolla
en las uñas imperturbables del infante
sin embargo sé por las miradas peligrosas de las aves
que cierta vez robaste en el parque a los mendigos
y te tiraste un pedo en paseo de familia
mientras mirabas a las palomas sonreír entre sus nidos
cuando te quisieron hacer gerente una mañana
y los dejaste a todos hechos unas amapolas en su culo
          en las cervecerías de la esquina
pero ahora que tanto hablan de ti en los periódicos
y te sacan con tu sombrerito de pajero arrepentido
háblanos de la rosa infinita de tus versos
de los duraznos achicharrados de tu insomnio
de la esperanza cruda de las calles / de tu abrigo
que sólo sirve para ocultarte de los cumpleaños de tus hijos
y de la herida horrorosa y mugrosa de tus pasos / en fin
de los huevos de dios o del olvido (de tus libros)
porque sabemos que tú eres más pendejo
que cualquier malandrín bailando en el infierno
pero como estás a punto de estirar la pata en el asilo
no me queda más remedio que decirte como al viejo dylan
         thomas
cuando agonizaba como un carnero degollado
         en los prostíbulos aterrorizados de los bares:

"paséate por todos los techos encandilados de la estrella y mira las pezuñas calcinadas de los burros/ las palabras fatigadas de los ángeles putos de la tarde para que sepas que no hay mejor comisaría en la carroña del silencio que un buen trago de ron al pie de las entradas  del otoño donde ya no se puede amar sino a los lirios rotos o maravillosos del espejo anunciando los nuevos nacimientos de los ríos como esas tristes avecillas que envejecen de nostalgia entre los eucaliptos abandonados de tus pasos"

* Martín Adán (1908-1985), poeta peruano, cuyo verdadero nombre y apellido era Rafael de la Fuente Benavides.

acerca del autor
Juan

Juan Cristóbal nació en Lima en 1941. Hizo estudios secundarios en Chosica, ciudad cercana a la capital peruana y en la Universidad de San Marcos. Fue periodista en los suplementos culturales de los principales diarios peruanos. Actualmente es profesor de periodismo y de literatura en diversas universidades de Lima. Ganó el Premio Nacional de Poesía en 1971 y los Juegos Florales de San Marcos en 1973. Publicó varios poemarios, libros de cuento y prosa testimonial. Acaba de publicar un libro polémico “Uchuraccay o el rostro de la barbarie”, recopilación de artículos periodísticos sobre la matanza de ocho periodistas.